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martes, 26 de junio de 2012

Vacaciones.

                                                Conducía feliz por la autopista, en media hora estaría con él e imaginaba su cara de alegría al verla. Paró en la gasolinera a repostar, hacía un día nublado y ventoso y una intensa calima que arrastraba un polvo arenoso la hizo entrecerrar los ojos. La carretera era un tanto fantasmagórica, una borrosa línea gris rodeada de la sequedad del desierto cercano. Bajó del coche sujetando la falda que revoloteaba alrededor de sus piernas,  e intentó mantenerse derecha sin conseguirlo del todo. 
                     La gasolinera era un tanto siniestra, abandonada de la mano de Dios en medio de la nada. Empujó la puerta con fuerza y entró. Una pequeña barra a la izquierda y a la derecha el empleado sentado tras una antigua caja registradora. Tan solo atravesando una puerta se había trasladado en el tiempo treinta años atrás.
                           Se acercó al hombre y le pidió que llenara el depósito, él la miró sin verla y se levantó despacio saliendo con una parsimonia digna de un mimo y Claudia se acercó a la barra, pidió una coca-cola y esperó, el muchacho que la atendió era igual de silencioso que el otro, suspiró resignada y se tomó el refresco a pequeños sorbos.
                              Miró en derredor, dos parroquianos sentados un poco más allá, la observaron con descaro, empezó a ponerse nerviosa y pidió una cerveza, quizá el alcohol la relajaría un poco. Cometió una imprudencia al no salir de la ciudad con el depósito lleno, ahora se veía allí entre aquella chusma desconocida y ni siquiera tenía cobertura en el móvil.
                                  Pensó que no era buen comienzo de vacaciones.
                                  Fue su último recuerdo antes de sentir el disparo certero que acabó con su vida.
















         

martes, 4 de octubre de 2011

La profesora que nadie imaginaba.








                                    Sonó con fuerza el timbre de salida mientras mis alumnos terminaban de copiar el título de la redacción del lunes. Sería un comentario sobre el peor momento de su vida, iban a ser anónimas y por tanto, no hacía falta firmarlas.
                    Así acabé la clase  aquel viernes de mayo, los chicos salieron en tropel, me quedé un poco rezagada en el pasillo porque vi  acercarse a Jonás, un muchacho de mi clase que había empezado este año.
                 Como si fuera una confidencia, se pegó a mi oído y me susurró algo que me dejó helada, no recuerdo las palabras exactas, algo así como, - profesora, estoy seguro que mi redacción va a ser la ganadora no creo que ninguno de sus alumnos haya cometido un asesinato y ese momento fuera el peor de su vida.




                       Como se podrán imaginar, esa noche no pude conciliar el sueño, ni esa ni la siguiente. Tuve pesadillas de muertos y crímenes en los pocos ratos en que conseguí dormir, así que al despertarme el lunes por la mañana, la muerta parecía yo.
                    Ojeras marrones y la cara con una expresión tal, que ni siquiera una mano de polvos translúcidos y colorete, logró atenuar. Así tuve que salir a la calle, al entrar en el colegio dos compañeras me hicieran algunos comentarios, pensé que las mujeres siempre nos damos cuenta de la mala cara de las otras.
                      Una vez en clase, empezamos como siempre, intenté retrasar al máximo el momento de pedir las redacciones, una alumna me lo recordó y le dije que las recogiera. Me las llevé a casa y esa tarde, me dispuse a leerlas.
                           Casi todos escribieron sobre asuntos de lo más banales,cosas normales para su edad, que si mis padres me cogieron dándole un beso a mi chica, que si el botellón, que si el día que hice novillos en el colegio, alguno que otro, abriéndose un poco más emocionalmente, contaron historias familiares. Cuando hube leído unas diez, empecé con la de Jonás. Me dí cuenta en seguida que era la suya, porque comenzaba contando lo que sucedió el día que mató a sus padres. 
                         Al terminar me temblaba todo el cuerpo, no sabía si acudir a la policía o hablar directamente con el chico. En el escrito relataba con toda suerte de detalles como quemó la casa con sus padres dentro, era muy pequeño,  sólo tenía diez años, pero tuvo la sangre fría de hacerlo.
                            Yo, con el malestar que sentía, me puse a recordar como hace ya muchos años, siendo también menor de edad, 
                                 .... cometí un crimen, igual al que hizo él.



miércoles, 24 de agosto de 2011

Maltratar es de cobardes.

                                       No tenía ningún significado ese tipo de actuación, convertirse de repente en un energúmeno, era algo habitual en él. En casa ya estábamos acostumbrados, vivíamos a expensas de como se levantara de la cama. Habían días, no muchos, en que despertaba y era la mejor persona del mundo, entonces sabíamos que durante al menos un rato habría tranquilidad. 
                                Sólo un rato, pues cualquier inconveniente o cualquier actitud que no le pareciera correcta, según entendía la corrección, era el desencadenante de empezar con gritos e insultos. La que llevaba la peor parte era mi madre, con ella se ensañaba, le pegaba por la menor tontería, era muy cruel.
                                  Siempre le dije a mi madre que cuando yo fuera de su tamaño, se acabarían sus pesadillas. Así que según tuve la edad, me apunté en un gimnasio, cuando mis hermanos crecieron, también los anoté a ellos. 
                                    Y ya había llegado el día de tomar decisiones. Nos reunimos los tres en la casa del valle, la que usábamos para pasar el verano. Cuando hablé con mis hermanos, los dos estuvieron de acuerdo con el plan que tenía en mente. La cuestión era invitarlo a una cacería y en ese lugar matarlo de un golpe en la cabeza. En la zona que elegimos, cavamos un hoyo lo bastante profundo y largo, como para albergar un cuerpo. Después al día siguiente le propuse la idea. Aceptó encantado y nos fuimos una semana más tarde.
                                      No fue nada difícil, murió en el acto. Volvimos a casa y le dijimos a mi madre que se había marchado con una mujer a la que no conocíamos. Lo hizo tantas veces, que a ella no le pareció extraño.
                                        Nosotros, los cuatro, supimos lo que era la paz a partir de ese día. 
                                 

domingo, 7 de agosto de 2011

Que nadie se entere jamás.

                                    
                            De madrugada, casi de noche, arrebujada en mi abrigo, salí de casa. No es que hiciera demasiado frío, pues estos días atrás no había nevado, atravesé el pueblo camino de la iglesia a pasos rápidos, no encontré a nadie en el trayecto, era Domingo y a aquella hora la gente dormiría. Sólo se oía el clac-clac de mi zapatos al entrechocar con el camino de piedra.
                  Un cuarto de hora después, divisé el campanario, las tres campanas permanecían estáticas en su nicho de cemento. Al empujar la puerta, el olor de incienso me envolvió, el párroco, con su pebetero, estaba cerca del atrio. 
                          No había mucha gente, algunas viejas arrodilladas en los primeros bancos y un hombre un poco más allá. La iglesia en penumbras, invitaba al recogimiento y la meditación. El cura se acercó donde me había arrodillado, me saludó y se dedicó a encender las velas que los vecinos habían donado. 
                                  Acudía a la iglesia sólo los días de fiesta. Pedía por mí y suplicaba el perdón por mis actos, pero no me había arrepentido de lo que hice, aunque sentía la necesidad de suplicar clemencia por haber robado una vida. No era disculpable mi actuación, pero si es cierto que si existía un ser superior, me justificaría. Quizá con mi forma de actuar, salvé la vida de mis hijos y la mía.
                                  Ahora lo único que ocupaba mi mente y por lo que iba a la iglesia, era para pedir que nadie se enterara jamás que el hombre que casi nos mató en vida, permanecía enterrado en el jardín de mi casa.



                           

domingo, 24 de julio de 2011

Un resultado diferente.



                              Cuando la vi por primera vez, me recordó a una escena de cuando era chico en la playa, unas barcas de colores y de fondo el mar azul. No se si fue por la frescura que emanaba de toda ella o quizá por el color casi violeta de sus ojos, lo cierto, es que no me resistí a sentarme a su lado. Los dos éramos profesores recién llegados a la ciudad, no teníamos conocidos y empezábamos en el mismo colegio. Nos vimos en una reunión de principio de curso. Intimamos casi en seguida. Durante el día no nos veíamos, las tardes las pasábamos juntos, al principio una ó dos veces en semana, después a diario. 
                 Ana me pareció tímida al principio, con el tiempo me di cuenta que tenía en su interior un fuerte carácter, irresistiblemente dulce y cariñosa, no es que fuera guapa, pero había algo en su forma de mirar y sonreír, que cautivaba. Llevaba casi siempre el pelo, largo y oscuro, recogido en una trenza que con coquetería echaba a un lado del hombro, rozando su pecho; solía vestir con faldas largas de flores, jerseys anchos y botas, a veces, en broma, le decía que no se que se iba a poner cuando llegara el verano. Y así pasó el primer curso que estuvimos juntos, entonces, le pedí matrimonio.
                     Nos casamos ese verano, teníamos todas las vacaciones escolares para disfrutar uno del otro. Nos embarcamos en la compra de un chalecito en las afueras, yo tenía ahorrado para un piso, el presupuesto se disparó un poco pero pensé que valía la pena, además, ahora eran dos sueldos. No nos fuimos de luna de miel, de común acuerdo decidimos que emplearíamos el dinero en la compra de la casa. Cuando ya llevábamos una semana instalados, entonces, Ana, empezó a cambiar.
                         Al principio no fue muy evidente, e incluso llegué a pensar en el cambio de vida y que ya se iría adaptando. Después, mucho más tarde quise imaginar que podría estar embarazada. Nada de eso era cierto. Ana simplemente, me estaba demostrando como era en realidad. Cuando me di cuenta de que era la segunda vez que cometía la torpeza de casarme sin conocer bien a la persona en cuestión, me dieron ganas de darme de cabezazos, hacía seis años que había tenido un divorcio por un motivo parecido, ahora, me veía en las mismas. Pero ésta vez, el resultado no sería el mismo, me dije angustiado.
                        Acudí al garaje a buscar lo que necesitaba, cuando ella llegó, yo estaba sentado en el salón, dos copas de vino frente a mí, no más humillaciones, ni gritos, ni malas caras, cariño, le sonreí, ¿tomamos una copa?, ella la cogió y la bebió. El vino, blanco y helado, se apetecía, afuera, hacía calor.
  

viernes, 22 de julio de 2011

La chica de la sonrisa siniestra.


                                  Llevaba tantas horas caminando que ya ni recordaba cuantas. Empezaban a molestarme las cómodas botas forradas de piel y me senté en un muro del camino a descansar un rato. No recordaba el momento en que salí de La casa roja, sólo se que lo hice agobiada por las dudas y el resentimiento. Informarme de cosas de mi pasado de aquella forma me pareció de lo más siniestro y cruel, pero mi tía era así, actuaba de esa manera con todo el mundo, conmigo se mantuvo más o menos al margen, pero cuando murió mi abuela, tomó las riendas.
                           En momentos como ese, echaba de menos el haber tenido unos padres que me protegieran. Nunca los conocí, al menos no los recordaba, cuando murieron yo era demasiado pequeña. Empezó a nevar de nuevo, copos suaves y blandos y saqué el paraguas de la mochila. El camino parecía como de cuento, lo conocía bien, siempre viví en la misma casa, pero mi mayoría de edad me daba derecho a hacer lo que quisiera.
                                 Faltaba poco para llegar al pueblo, desde allí, un autobús a la ciudad y una nueva vida. Seguí caminando cada vez más cansada, pero la ilusión de llegar pronto a mi destino, me daba nuevas fuerzas. En un recodo del trayecto ya se vislumbraba el pueblo, parecía de cuento, cubierto de blanco e iluminado por tenues rayos de sol.
                              Ya subiendo al autobús, se me acercó una señora mayor, con amabilidad, me ofreció un pañuelo de papel, te ha sangrado la nariz, me dijo, tienes una gota de sangre en la barbilla. Lo acepté gustosa y miré en derredor, no había nadie más.
                                   Que descuidada he sido, me dije, no me miré al espejo y con la sonrisa siniestra que sólo tenía en contadas ocasiones, partí rumbo a mi nueva vida... mientras charlaba con la agradable señora.


jueves, 21 de julio de 2011

La principal sospechosa.


                   Asomada a la ventana del hotel, miraba insistentemente la autopista, cuando apareciera el coche rojo de Jorge, no dudaba  que lo vería. Entré a buscar un cigarro con desespero, ya llevaba una hora de retraso. Me sobresaltó un toque en la puerta y pasó el camarero con el carrito de la cena, tanto preparativo para nada, pensé, si hoy me volvía a fallar, tomaría una decisión.
                  Ocho años de matrimonio, le había aguantado todo tipo de infidelidades y ahora, cuando fue él, el que propuso el viaje, diciéndome que teníamos que hablar de un tema muy serio, no aparecía. Casi me hice la ilusión que quería empezar de nuevo, cuando me llamó, lo escuché ilusionado y contento, una vez más, me equivoqué.
                  Tocaron de nuevo en la puerta, el camarero a retirar la cena, le dije que viniera más tarde, aún tenía esperanzas de que viniera.
                  No obstante, lo que él no sabía, era que yo había pensado muy mucho en nuestro futuro. No iba a dejar que siguiera malgastando mi dinero con sus amiguitas de turno, sus viajes que duraban días y compras desenfrenadas, de ninguna manera. Había contratado un sicario.
                    No lo hice directamente, sino por medio de una tercera persona, pero estaba todo previsto. Una llamada telefónica bastaría. Al volver a casa, simulando un robo. Tiempo atrás me hubiera dado miedo pensar de esa forma, pero él me acostumbró.
                        Dos horas más tarde, bajé a cenar al restaurante, convenía que me vieran,  la pobre señora cuyo marido no acudió a la cena y  tuvo que hacerlo sola. Al acabar de cenar, di un paseo cerca del mar, me convenía despejarme, se lo dije al conserje y salí.
                           Al llegar de nuevo al hotel, me esperaba la policía. El camarero había ido a retirar la bandeja de la cena y había encontrado a mi marido, asesinado. La principal sospechosa, era yo.




viernes, 15 de julio de 2011

Trágico día de tormenta.


                     El panorama no es muy halagador, pensé, mientras los limpiaparabrisas corrían como locos, intentando que la carretera se hiciera más visible a mis ojos. Ya al salir se vislumbraba tormenta, parecidas a esta las había vivido en otras ocasiones, quizá era la repentina oscuridad lo que realmente extrañaba, eran las cuatro de la tarde y parecía medianoche. La radio dejó de funcionar y la apagué con rabia, era un buen acompañamiento y el parte meteorológico me iba informando. Como sólo faltaban dos kilómetros para llegar a casa, no me preocupó.
                     Cuando vi el sendero de acceso, respiré aliviada, por fin, un café y ambiente seco. Torcí a la derecha y subí los doscientos metros hasta mi casa. Paré el motor y saqué el impermeable de la guantera, con aquel viento, el paraguas no ayudaría nada.  Envuelta en una marabunta de lluvia, ruidos de tormenta y el impermeable dando vueltas a mi alrededor, accedí como pude al porche de la casa y logré abrir la puerta, localicé el cuadro de contadores y encendí la luz. El panorama era desolador. Habían entrado a robar.
                     Al principio, fue el miedo de pensar que los ladrones pudieran estar allí, lo que me mantuvo quieta en la puerta, a mi alrededor todo era un caos, habían revuelto buscando dinero, pensé, pero hacía meses que no iba por la cabaña. Sillas por los suelos, libros, cuadros, mesas, todo lo habían tirado o desordenado, empecé a llorar con el susto dentro de mi, no podía reaccionar y me temblaba todo el cuerpo. El silencio aterrador dentro de la casa, contrastaba con los lúgubres ruidos que llegaban del exterior, la tormenta seguía tronando cada vez con más fuerza, parecía que los árboles pegados a la casa se romperían en cualquier momento.
                           Sacando fuerzas de no se donde, intenté empezar a poner un poco de orden en todo aquello, miré mi móvil a sabiendas de que no había cobertura, así era, de la cocina, cogí un cuchillo de los grandes, incluso allí, productos de limpieza por los suelos y loza sucia, empecé a caminar por la casa con precaución y miedo, sorteando lo que me iba encontrando por el suelo. Mirando a uno y otro lado, abrí la puerta del baño, después fui a mi habitación. Estaba cerrada, yo siempre dejaba las puertas abiertas, le di al picaporte y con la punta del pie la empujé despacio. Sentía mi corazón a mil por hora, la sangre bombeando en mis oídos era tan fuerte que anularon por completo los sonidos de afuera. 
                                Me tapé la boca para no gritar. Alguien yacía tumbado en mi cama. Dios mío. 
                 Haciendo acopio de valor, sin encender la luz, me dirigí a la figura de la cama. ¿Estaría muerto? ¿Sería uno de los bandidos?.  
                       En eso, mi marido se dio media vuelta y  despertó. Con ojos somnolientos me miró, cariño, llegaste pronto, estaba haciendo limpieza general, quería darte una sorpresa y con la misma, siguió durmiendo.






miércoles, 15 de junio de 2011

Terrible error.

                               No, fue la primera palabra que escuché, cuando le dije lo que quería. Y también fue la misma que le dijo a mi abogado cuando quiso contactar con él. Lo que yo pretendía, era vender la casa y que me diera mi parte, pero su constante negación, me estaba hartando. Mi hermano era así, de ideas fijas, pero yo necesitaba el dinero, quería montar una pequeña empresa y sin la venta, no podría hacerlo.
                       Se lo conté a Miguel, era uno de mis mejores amigos y me comentó que si mi hermano falleciera, yo me quedaría con todo, puesto que no tenía herederos. Al principio, me pareció una reflexión atroz y así se lo dije, pero según fueron pasando los días y no daba su brazo a torcer, aquel pensamiento no me parecía tan descabellado. La siguiente vez que nos vimos, le pregunté si me ayudaría a llevar a cabo la siniestra proposición. Y a pesar de lo terrible que pueda parecer, mi amigo, me dijo que sí.
                        Lo arreglamos para una tarde del Sábado siguiente. Llamé a mi hermano y le dije que quería hablar con él sobre el tema de la casa. A la hora prevista, se presentó. Al poco, llegó Miguel, se hizo el encontradizo y lo convenció para que le acompañara a dar un paseo, mientras yo me duchaba. Me mantuve en el baño, temblando de miedo, cuando oí que la puerta se cerraba, salí.  e
                          Cinco minutos más tarde, llamó mi cuñada, su voz, era de buenas noticias, alegre, quería comentarme si ya había hablado con mi hermano y me dio la buena noticia, simplemente, él, cambió de opinión, había decidido....vender la casa.


                       


Extraña situación.

                                Con la llegada del Otoño, salí a dar mi primer paseo al parque, sabía que ya no llovería y me sentía feliz de retomar mis carreras por las tardes. Me embutí en un chándal del pasado año y me dispuse a empezar de nuevo mis ejercicios. Casi media hora después, paré, el corazón me decía que hasta aquí, llevaba mucho tiempo sin entrenar y no podía seguir. Me senté en un banco, descansar un rato me vendría bien
.
                    Al rato, un desconocido se sentó a mi lado, habían muchos bancos libres y me molestó su presencia. Lo miré de reojo, era joven y bien parecido, llevaba un libro en las manos, vestía con vaqueros y una camiseta oscura. Una vez observado, me molestó menos, no parecía peligroso y tenía unas facciones agradables. La conversación entre los dos, empezó de una forma natural, que si estas muy cansada, relájate un poco y respira de esta forma que te sentirás mejor. Cosas normales entre dos adultos desconocidos. Le pregunté que estaba leyendo, me mostró  la portada del libro, algo de Herman Hesse, me dijo.
                      De ahí a empezar una agradable charla, fue un paso. Salimos juntos del parque, me sentía feliz de haber conocido una persona tan sensible y simpática. En un apartado, de repente y sin previo aviso, intentó besarme. Lo empujé lo más fuerte que pude y cayó hacia atrás como un fardo. Pensé que lo había matado, pues se quedó quieto y no parecía respirar.
                            Lo primero que se me ocurrió, fue salir corriendo, miré a ambos lados y no vi a nadie, me había puesto guantes para combatir el frío de la tarde, o sea, que mis huellas no estaban por ninguna parte. Y eso hice. Me marché lo más rápido que pude y lo dejé tumbado en el suelo.
                             Durante días, leí el periódico para ver si su muerte se veía por algún lado, pero no, los sucesos no traían nada. Sobrevivió, me dije. Una semana más tarde, empezaron a llegar a mi ordenador mail anónimos. Supe lo que era el miedo, los mail hablaban de que no conseguiste matarme, te haré lo mismo que me has has hecho tú y amenazas por el estilo. Cada día, al sentarme ante el ordenador, temblaba como una hoja al pensar lo que me esperaba. El hombre que pensé era agradable, me vine a dar cuenta tarde, que era lo contrario a lo que parecía.
                            Cinco días más tarde vi en el periódico su esquela, él estaba muerto hacía ya una semana, peor lo tuve, ¿ quien me estaba mandando los anónimos ? ¿ quien era la persona que quería acabar con mi vida ?. Nunca me enteré, pero consiguió lo que quería, tenerme en vilo durante mucho tiempo y terminar en un sicólogo que me ayudó a salir de esta extraña situación.








martes, 10 de mayo de 2011

Aquellos asesinos.

Seguimos la senda sin saber realmente a donde nos conduciría, su belleza nos encandiló y decidimos terminar el trayecto.  Los almendros en flor de aquella primavera, parecía que se habían hecho más dulces y codiciosos que otros años, pues la carga que llevaban en sus ramas era de tal calibre que se doblaban bajo su peso.
                     En ese lugar, fue donde conocí el amor.
               Esa fue la carta que leí de mi amiga Ángela, era un poco más larga, en ella me hablaba del nombre de su amado, Tomás, no era conocido mío y nunca supe de quien me estaba hablando. La desagradable sorpresa, fue cuando tres semanas más tarde, me comunicaron que mi amiga había sido asesinada por un desconocido. Sin pensármelo mucho, marché al pueblo en donde vivía, pensé que existía la posibilidad de que yo tuviera datos desconocidos.
                      Llegué por la tarde, casi oscurecía, el pueblo, como en multitud de ocasiones me comentó Ángela, era precioso, pequeño y alargado, las casas se diseminaban en dos ó tres montañas y se veía todo tan limpio y cuidado que apetecía quedarse. Como no conocía a su familia, me fui al hostal, alquilé una habitación por dos semanas, haciéndome pasar por una turista más de la zona.
                               Al día siguiente me levanté temprano y me dediqué a pasear por las inmediaciones con mi cámara de fotos al cuello, daba el pego de la turista despistada, pregunté a unos y otros sobre monumentos, la iglesia del pueblo y yo que se que más. Hacia el mediodía, ya había hecho amigos. Los típicos viejos que se sientan en los bancos de las plazas, no iban a faltar en éste, me senté a su lado con un bocadillo y un refresco, al rato y después de dejar que me acribillaran a preguntas, empecé yo con las mías.
                    Que si este pueblo es muy tranquilo, que verdad que aquí nunca pasa nada, que me gustaría vivir en un sitio así y no en la ciudad, que entre robos y asesinatos, no ganamos para sustos. Llegados a éste punto, se miraron entre ellos y luego se volvieron hacia mí, debieron pensar que era  de fiar a aquellas alturas, porque empezaron a contarme la historia que corría de boca en boca sobre el crimen de mi amiga.
                           Cuando me marché al hostal por la tarde, tenía una idea más o menos clara de la situación, había otro hombre, un tal Rogelio, hacia el que miraba el pueblo, todo el mundo decía que era un buen hombre, casado, con hijos, pero se sabía que desde hace tiempo quería mantener relaciones con Ángela, a lo que ella siempre se había negado. La gente creía que él podía ser el asesino. Rogelio trabajaba en un bar a la entrada del pueblo y hacia allí me dirigí.
                                   Lo divisé tras la barra, me sorprendió su aspecto, mas bien bajo, parecía tímido, atendiendo a los pocos parroquianos del momento, con educación, pero parecía que con cierta reserva. Le pedí una coca-cola y me senté en la barra a observarlo. Hacía su trabajo con esmero, quizá con un cierto nerviosismo, de vez en cuando miraba hacia la puerta como si estuviera esperando a alguien. El bar empezó a llenarse de gente a tomar café, entonces llegó Tomás, alguien lo saludó y tuve que hacer un esfuerzo por no dar un violento giro de cabeza.
                                     Se sentó en una esquina de la barra, la opuesta a donde me encontraba, al rato, Rogelio se le acercó y empezaron una animada charla. El bar se había quedado vacío de nuevo, para que no sospecharan, le pedí algo de comer, al continuar la conversación, el nerviosismo del camarero iba en aumento, el otro conservaba la calma, de vez en cuando incluso, sonreía.
                                     Me pude quedar con algunas palabras, en algunos momentos, levantaron la voz más de lo normal, y escuché cosas como, la culpa fue tuya, tu lo hiciste, que vamos a hacer, etc. Me asusté, podrían ser relativas a cualquier cosa, pero yo sabía que hablaban de la muerte de Ángela y estaba claro que lo habían hecho entre los dos, el problema iba a ser como desenmascararlos.
                                 Durante varios días, acudí al bar, siempre a la misma hora en que sabía que no había casi nadie. Me sentaba en la barra y pedía un almuerzo que comía con exagerada lentitud, sin hambre, haciendo un esfuerzo, tragaba bocado tras bocado, después, me marchaba. Terminé hablando con Rogelio, le conté cosas, le decía que cuando acababa de comer me iba a recorrer la zona, un día le pregunté si conocía a alguien que me sirviera de acompañante, que me pudiera llevar a los sitios más bonitos de los alrededores. Se ofreció a hacerlo él, cayó en mi trampa.
                                 
                                       Escribo estas palabras desde la cárcel, pues cuando me contó confiado como había ayudado a matar a mi amiga, estábamos al borde de un acantilado, sin más preámbulos, simplemente lo empujé, como había grabado la conversación, su amigo, se pudre en prisión, más tiempo que yo, por tener antecedentes. Yo saldré en breve...todavía me queda el otro....
                               
                                        
                          
                          
                                
                        
                    
                
                        

La cabaña siniestra.

                     La vi a lo lejos, mientras jadeaba tras la subida, el mismo árbol seco pegado a ella como si no la quisiera dejar escapar a su destino. Se mantenía en buenas condiciones a pesar del tiempo transcurrido y de los pocos cuidados que le habíamos proporcionado, pero aún estaba entera, reposando tranquila en medio del pajar. 
                      No tuve que utilizar la llave, la puerta se mantenía cerrada a pesar de no estarlo, nadie entraría a la cabaña maldita. Así es como la llamaban en el pueblo. Encendí velas por toda la casa, las llevé conmigo, sabía que allí no las encontraría. Estaba todo recogido y limpio, salvo por la pátina de polvo que los años habían depositado. Sacudí el colchón y limpié la cama, le puse las sabanas limpias que llevé y me acosté a dormir. 
                        Durante la noche y en contra de lo que pensé, dormí relajada y tranquila, nada de pesadillas, eso que todavía solía tener a pesar del tiempo transcurrido, casi treinta años. Pasé la mañana limpiando y ventilando la casa, abrí todas las ventanas y la puerta, puse una varita de incienso y dos velas, pidiendo que todo lo malo que sucedió en ese lugar, desapareciera y nadie lo recordara nunca jamás. Después bajé al pueblo a por víveres y a pasear un rato.
                           Las miradas de los vecinos y las murmuraciones, me siguieron largo rato, yo, como si no pasara nada, saludé a unos y otros, comentando que había venido a limpiar la cabaña y arreglar un poco todo, que me iba a quedar unos cuantos días. En la pequeña tienda de alimentos, me encontré con una chica de mi edad con la que iba al colegio de pequeña, hablamos un rato y se ofreció a ayudarme con las bolsas.
                          Una vez en la cabaña, preparé café y nos sentamos. Empatamos rápido, Luisa era extrovertida y de carácter amable. Me comentó lo que se hablaba hoy día en el pueblo sobre la muerte de mi familia, creían que todo había sido cosa del demonio, que la cabaña estaba encantada y que fuimos víctimas de algún maleficio. Y tu que crees, le pregunté, yo, tengo claro, me respondió, que una mano humana y asesina fue quien cometió los crímenes, el que aún no lo hayan pillado no significa nada, el caso sigue abierto, me dijo. Su marido era policía, estaba al día de los detalles.
                                Era habladora, se explayó en contarme lo que la creía la policía. Al parecer, creían que era alguien de la zona y que aún continuaba viviendo en ella, algún vecino medio loco, mejor sería decir vecinos, porque para matar a tres adultos, hacía falta más de una persona.
                            Hicimos una cierta amistad y cuando me marché prometió ponerme al día de los detalles que fueran surgiendo. Durante meses no supe nada de ella, pero un año más tarde, me llamó el comisario de la comisaría local, habían descubierto al asesino.
                              O mejor dicho a la asesina, porque ella fue la artífice de la macabra historia que acabó con la vida de mi familia, la descubrió su propio marido, no se como, tampoco quiero saberlo. Meses después, volví de nuevo, quemé la cabaña con todo lo que había dentro, consideré que era la mejor manera de acabar definitivamente  con el terror que llevaba en su interior. 

viernes, 25 de marzo de 2011

La casa maldita.

No recuerdo si la casa perteneció a un sueño o fue parte de mi infancia. Pero se qué en ella, pasaron cosas. En mis escasos recuerdos, se bloquearon imágenes y situaciones, pero cada vez que pasaba por delante de la casa de colores, me sentía estremecer.
Sé que la construyeron hace mucho tiempo, en aquel entonces yo ni siquiera había nacido. La gente del pueblo procuraba no pasar cerca, algunos daban rodeos importantes con tal de no verla.
La tarde en que cumplí los treinta, me prometí a mi misma intentar entrar, lo que no quería era hacerlo sola. Y encontré el compañero ideal para tamaña osadía.
Jacobo vivía en un pueblo cercano, no puso ningún impedimento para ir conmigo. Así que ese fin de semana nos fuimos bien pertrechados a la casa, linternas, comida dos palos de béisbol, por si acaso y poco más.
Llegamos por la tarde del viernes, para acceder a la mansión, tan sólo empujar la chirriante verja de entrada y romper un cristal de la parte trasera. Durante las primeras horas que estuvimos allí, imperó una extraña tranquilidad, el silencio era tan absoluto que incluso daba miedo. Cuando empezó a oscurecer, sacamos los sacos de dormir y nos acostamos bajo la escalera, nos pareció el sitio más resguardado.
En los siguientes dos días, no pasó nada digno de mención. Jacobo sugirió que nos marchásemos, allí no había nada, ni fantasmas ni asesinos. Accedí a ello.
Cuando íbamos a saltar de nuevo por la ventana, y casi sin darme cuenta de lo que hacía, le golpeé en la cabeza con el palo, le dí con tanta intensidad, que al instante, cayó muerto.
Me invadió un tremendo placer, siempre me pasaba.... cuando acudía de nuevo a la casa.

Una carta horrible.


            Empezó el día de una manera un tanto inusual, pues llegó una carta en la que decía que había heredado una casa de una parienta lejana de la que no sabía ni que existía. Mi madre si recordaba a una tía-abuela por parte de mi padre, pero al haber fallecido este hacía ya tiempo y no poder informarnos, lo que me quedaba era acudir a la cita que me decía la misiva.
             Así que una semana después, me fui a la ciudad en donde se me indicaba y a la dirección del notario. Dos horas más tarde, salí millonaria y con una mansión en un pueblo desconocido, me temblaba el cuerpo de la emoción, casi no lo podía creer.
            A la semana, me decidí a ir a ver mi nueva casa, de la que no conocía ni siquiera la dirección. El pueblo quedaba a seis horas de camino. Hice unas cuantas paradas y llegué sin dificultad, aunque salí temprano, al ser tan larga la distancia, llegué al atardecer, pregunté a un par de personas y al rato estaba en el camino que llevaba a mi nueva propiedad. 
                             Era lógico que estuviera tan mal cuidado, cavilé mientras el coche saltaba baches y un sendero de tierra seca y por el que no parecía que hubiera pasado nadie en mucho tiempo. La vereda daba la vuelta a la casa, el trayecto era largo y me tomó un buen rato hacerlo. Pero una vez que hube llegado de nuevo a la puerta de entrada, bajé del coche dispuesta a entrar en la casona.
                             Por fuera, no se veía mal cuidada, había que ver como era el interior. Saqué el tocho de llaves que me había dado el notario y fui probando hasta lograr atinar con la adecuada, la enorme puerta cedió y pasé dentro.
                              Como tenía que ser, olor a moho y a humedad me hicieron dar un paso atrás, oscuridad en lo que supuse sería el recibidor, para mi sorpresa, al darle a la luz, aquella se encendió. Las lamparas de la casa eran arañas a cada cual más antigua y grande, el sitio lo pedía, pues lo que estaba viendo eran dos hermosos e inmensos salones. Empecé a caminar tranquilamente, habían dejado los muebles cubiertos de sábanas, lo que daba al lugar un aspecto un tanto siniestro.
                                      En la entrada, una mesita, una carta cerrada que cogí por pura inercia. Mientras seguía el paseo, iba abriendo la carta, nunca supe quien la escribió ni quise saberlo, sólo se que decía,  " bajo tus pies, hay un cementerio."

miércoles, 23 de marzo de 2011

Asesinato en el muelle.

                                No bien hube abierto la ventana de mi cuarto y me asomé, cundo pude observar a la extraña pareja, que cerca del muelle, discutían acaloradamente. Me parecieron raros porque no formaban una pareja tradicional, él era mucho mayor que ella, que se notaba que al menos le llevaba diez años. Y en la discusión que tenían, también resultaba curioso que fuera la mujer la que pareciera llevar la voz cantante y al hombre se le notaba como un tanto apocado y tímido. Desde luego, podía pasar, pero no era lo habitual. Ella cada vez se acercaba más a él, sus manos hacia su cara en un alarde de auténtico enfado y el hombre reculaba despacio, balbuceando palabras que no atinaba a escuchar.
                                No necesité demasiado tiempo para ver la increíble rabia que la mujer iba acumulando y de repente, de un golpe impresionante, lo empujó al agua. El grito que solté le hizo volver la mirada, con rapidez me escondí tras la ventana, pero era demasiado tarde, ya me había visto.
                                       Noté sus ojos en los míos y me invadió un miedo atroz, pues una persona tan colérica, sería capaz de cualquier cosa y más habiendo visto como había asesinado impunemente. No lo pensé dos veces,  corrí con rapidez, cuchillo en mano y a la vuelta del camino que subía del muelle, me abalancé sobre ella y... la maté.

domingo, 20 de marzo de 2011

Una Decisión Bien Tomada.


               Al salir la luna, el sendero se convirtió en un claroscuro de tonalidades a cada cual mas intensa. La impresión del momento hizo que me quedara quieta, paré mis pasos y miré hacia lo alto en donde el efecto de los colores, iluminaban de una forma un tanto lúgubre el espacio del bosque.
                    Dedicaba a pasear por esa zona todas las noches, pero ninguna como aquella había visto unos matices de tan fúnebre e impresionante gravedad.
                 No supe si seguir o dar la vuelta, pues el miedo me podía y parecía que en cualquier momento iba a surgir de cualquier lugar algo o alguien aterrador.
Temblando y hasta cierto punto sintiendo los sonidos del silencio en mis entrañas, decidí ir más ligera, pues me daba incluso la sensación de que alguien a corto plazo me seguía. No entendía porque en esta noche había cambiado tanto la otrora accesible impresión de este sitio, lo había visitado en multitud de ocasiones y nunca sentí el efecto de terror que me embargaba en este momento. Notaba cierto alboroto y susurros, una serie de sonidos parecidos a espantosos chirridos y estridencias que no entendía, pero que me tenían totalmente aterrorizada.
                          Así que fue en ese instante, cuando decidí, simplemente...despertar de mi sueño.

sábado, 19 de marzo de 2011

ME TUVO QUE PASAR A MÍ.


Posted by Picasa                 Inicié el paseo sin siquiera pensar a donde dirigirme, pero cuando me vine a dar cuenta, estaba en medio de una especie de bosque en que desconocía la zona. Había ido de vacaciones a casa de mis tíos, no pensaba estar más de dos semanas, pero me gustó tanto la zona que pensaba incluso aumentar el tiempo de mi estancia. 
           Ahora mismo no sabía hacia donde dirigirme, me sentía un tanto desamparada pues el no conocer el lugar hacía que me sintiera algo así como ciega. Al no saber a que zona tenía que dirigir mis pasos, hice que me decidiera por una cualquiera y la más cercana que era el sendero lleno de flores que me pareció más agradable, hacia el me dirigí. No se si fue una buena decisión, pues al llevar media hora de camino, aun no había encontrado ningún tramo en el que me pareciera accesible el volver a casa. Seguí la caminata pensando que algo encontraría en algún momento, más tarde o más temprano.
                 En una de las innumerables vueltas que dí, me topé con una especie de covacha en donde imaginé que los pastores pasaban las noches, me acerqué con cautela por si encontraba alguien durmiendo, estaba vacía y la hice mía esa noche. Al siguiente día,  me di cuenta de que tenía dos puertas, yo entré por la principal pero había otra posterior que daba a un pequeño cuartito en donde con el claro de la mañana, pude ver que había una puerta comunicando con ella. Intentar abrirla me pareció  imposible, pero lo conseguí después de muchos esfuerzos.
                  No se si fue miedo o auténtico terror lo que sentí al empujar la pesada puerta de pesada madera y observar lo que había en el interior, pues se veía que alguien había matado a un ser humano o como mínimo a algún animal. El rojo de la sangre teñía las paredes con la oscura tonalidad de la pigmentación de ya hacía algún tiempo, se notaba casi de un aspecto un tanto marrón. Pero yo sabía lo que era, no me pareció normal que se sacrificara a ningún animal en lugar cerrado, casi  me pareció más  lógico que fuera un ser humano.
                      No sabía como actuar, nunca me había visto en una situación tan siniestra. Decidí que lo mejor era salir de aquel lugar lo más rápido posible, fue lo que hice y al poco de estar de nuevo en la carretera, encontré una pareja de la guardia civil a los que expuse la situación. Gracias a  que los encontré, me ayudaron y solucionaron mi problema. Si, fue un asesinato, me enteré tiempo después, hoy día, aun no se a encontrado a la persona que lo cometió.  
                          
                                     

martes, 15 de marzo de 2011

UN GOLPE INFORTUNADO.

                Al abrir la invitación de su boda, vi como mi amiga Lucía sólo había puesto como condición, que todos lleváramos una rosa prendida en la ropa. No me resultó muy complicado, pues en ese día, cogí la más hermosa de mi jardín. Era de un suave tono rosado, un tanto mezclado con un naranja de lo mas delicado que se hubiera visto, pero me venía genial, pues llevaba un vestido de color beige,  en donde esos colores resaltaban su magnificencia.
                  El día aquel, en que llamamos la boda de la rosa, todos los amigos y conocidos, cumplieron su palabra y en cualquier vestido o traje, se veía una rosa trabada. Me sentí feliz al ver que todo salía como Lucía había dispuesto, era una de mis mejores amigas y quería que ese día fuera para ella algo especial.
                          Cuando se acabó la misa, pasamos al lugar en donde se celebraba el evento, cercano a la iglesia, caminamos hasta allí. La fiesta se prolongó hasta la madrugada, todos estábamos contentos y canciones y risas eran la tónica común. En un momento determinado y cuando me sentí un tanto mareada por el vino, salí a la terraza del lugar a tomar un poco de aire fresco. Unos pasos tras de mí, hicieron que me girara, el marido de mi amiga me seguía de cerca.
                                En el amplio espacio de la terraza, me acerqué a la balconada, él siguió tras de mí y en determinado momento, me preguntó como me encontraba. Agradecida por su interés, le comenté que sólo quería tomar un poco el aire y él dijo que me acompañaría.
                             El intento de besarme fue todo una, lo aparté de un manotazo y le dije que me dejara en paz. El golpe que le dí, le hizo caer de bruces, esperé unos segundos a que se incorporara, pero no volvió a hacerlo jamás, se dio de alguna manera que terminó con su vida.                                                              
                          Pensé que era lo mejor que le podía haber pasado a mi amiga, lo miré durante unos instantes y con la misma, entré de nuevo en el salón.

EL PIRÓMANO.


Posted by Picasa                       La casa continuaba allí, como siempre, rígida en su arrogancia. La llamaba casa porque fue donde pasé mi infancia y parte de mi adolescencia, pero ahora que la volvía a ver después de tanto tiempo, entendía que era casi un palacio. Mientras fui pequeño, me pareció siempre inmensa, pero conocía tan bien sus recovecos, que llamarla casa era lo normal. 
                    Habían pasado casi veinte años desde la última vez que vine, ahora con los cuarenta a  mis espaldas, veía todo de otra forma. Heredarla, no me hizo ninguna gracia, hubiera preferido dinero o como mucho, algo en la playa, pero mi tío era así, nos dejó a cada uno de los hermanos alguna propiedad con la que nadie se sintió especialmente feliz. Lo peor, es que no podríamos vender hasta pasados cinco años. Cosas del testamento. 
                      Después de los diez minutos que me tomó mirarla, me decidí a subir, sabía que había servicio, pues mi tío, les había pagado un lustro por adelantado. Antes de tocar la puerta, ya me había abierto Oscar, el mayordomo de toda la vida. Serio y formal, como lo conocí de siempre, un poco alejada, estaba Carmen, su mujer y las dos personas que estaban con ellas, eran desconocidas para mí, me las presentaron como Juana, la cocinera y Felipe el jardinero. 
                          La habitación, la mía de toda la vida, enorme, con la gran cama con dosel en medio y multitud de muebles alrededor. Suspiré al entrar y encontrarme con tantos recuerdos, se fueron agolpando en mi mente sin dejarme casi respirar, después de dos ó tres suspiros más, empecé a relajarme y a centrarme un poco en el lugar donde me encontraba. 
                           Realmente, no supe muy bien lo que hacía en esta mansión hasta que después de comer y dormir una siesta, me desperté con las ideas más claras. Aquella casa no me traía buenos recuerdos, en ella, había sentido lo que es el agobio de una educación extricta, la falta de cariño de unos padres siempre de viaje y que te dejaban a cargo de las asistentas, había podido observar como los adultos no son coherentes con lo que piensan y como actúan, demasiados malos recuerdos.
                                  Durante la tarde paseé por el recinto que rodeaba la casa, nada me gustaba y no quería que me invadieran los recuerdos, así que me marché lo más pronto que pude, pero cuando llegó la noche, supe lo que tenía que hacer. 
                                   El incendio provocado, duró casi diez horas. Lo observé desde el jardín con inmensa satisfacción. Corrieron los empleados y los bomberos acudieron con inusitada rapidez.  
                                      Que como supieron que fui yo, nunca me lo dijeron, lo que si es cierto, es que tres días más tarde, me acusaron, me llevaron a prisión sin fianza, pero en mi interior, sentía la alegría de haber hecho lo correcto. 
                                     Me enviaron a una clínica siquiátrica, no sé si saldré de aquí algún día, de cualquier forma, en cuanto pueda....prendo fuego a este lugar.

Perseguida en la oscuridad.

                                                Corría y corría sin pensar en nada más que en salvar mi vida.
                                La negrura del sendero no ayudaba, sólo quería salir de aquella horrible pesadilla.
                         Dí varias vueltas confundiendo el camino. Tras de mí oía los pasos de mi perseguidor. Se acercaba.
                     El calor de mis lágrimas y el frío que me invadía de puro miedo se confundían en una sensación aterradora, no sentía ni siquiera el automático movimiento de mis piernas al correr.
                        Sus pisadas en el chapoteo del barro las oía cada vez más lejanas, sabía que no podía ir a mi  velocidad, pero si me alcanzaba me haría amiga de la muerte en un instante. 
                        Por un momento dejé de escucharle, sólo se había parado a descansar y aproveché esos segundos de ventaja para conseguir avanzar unos metros más. En una vuelta de un recodo, me dí de bruces con su coche, los faros encendidos me apuntaron directamente y el estupor al ver la luz hizo que me refugiara tras una arboleda cercana, después pensé que quizá eso fue lo que me salvó la vida, porque cuando llegó y no vio rastro de mi presencia, subió a su coche y se marchó.
                       Entonces caí  al suelo, me invadió un temblor  intenso que no podía controlar, sentía la humedad de la tierra en mi cuerpo y los pies descalzos, ateridos, no me dejaban hacer ningún movimiento.
                    A duras penas logré sacar el móvil del bolsillo,pero  no podía  recordar el número de la policía.  Llamé a mi madre, sólo tenía que pulsar un número y eso hice. 
                    Cuando me contestó la sentí extrañamente cercana, pensé que lo vivido me estaba afectando de alguna manera, al intentar explicarle en donde me encontraba, ella con su paz habitual, sólo me dijo...
                                       ...quédate un ratito más en la cama, que hoy es Domingo.