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martes, 19 de junio de 2012

En la playa..


                                   Unos granos de arena se apropiaron de su pierna derecha y sacudió sin entusiasmo a los invasores. Sentada frente al mar, miraba con desidia el paisaje olvidado, pues la playa  estaba casi vacía a pesar del calor, pero era invierno y las gentes del lugar no acudían.
                          Sacó del bolso un paquete de cigarros y con irreverente parsimonia, trabó uno en sus dientes y después de unos crueles segundos, atrapándolo con los labios, lo encendió. Aspiró el humo tan despacio, que la persona que la llevaba mirando hacía un buen rato, pensó que se ahogaría, pero al expelerlo, el leve entrecerrar de los ojos y la boca entreabierta, denotó que lo hacía por puro placer.
                        Cambió de postura en la toalla y fue un auténtico alarde de sensualidad, piernas, caderas, cuello y brazos en un baile lento e inaccesible para extraños. El observador la seguía, hechizado por sus movimientos, eran unos ojos que no veían en ella lo que percibían los demás, tenían una mirada de triste abandono y alejamiento.
Cuando se levantó para ir a bañarse, el contoneo sin quererlo fue el colmo de la gracia y la naturalidad.                                                
                             No tenía un cuerpo diez, ni siquiera ocho, pero algo atraía la mirada de aquellos ojos que por momentos se convertían en duros y afilados glaciares, era como si sintiera que aquella mujer le pertenecía y debería estar junto a él.
                       Salió del agua con el pelo mojado y el cuerpo agradecido fuera de él todo rastro de calor.
                     Y entonces, ella lo miró y lo contempló condescendiente, su mirada se desvío rapidamente pero pudo ver sus ojos duros e implacables y acercándose a él y poniéndose en cuclillas le dijo:
               
                               —!Ay! hijo, me había despistado, ¿quieres que vayamos a la orilla para hacer un castillo de arena?

sábado, 16 de junio de 2012

Mi vecina de enfrente.


   Se llama Laura, nos separa la calle, ella en su terraza, yo en la mía. No la conozco, pero la veo a diario. Es una mujer seria y taciturna, sin sonrisa, una mueca indefinible en su mirada. Cuida las plantas, barre y friega. Por la noche, las luces azules del televisor me indican que esta viendo algún programa insulso y sin sentido.
               Ella simplemente, esta agotando su tiempo. Vive sin vivir mientras contempla el transcurso de los días esperando ese que nunca llega.
              En ocasiones la imagino mirándose al espejo y esbozando una sonrisa, pero la tristeza de verse con ese rictus forzado hace que desvíe la mirada.
              Y los días van pasando, en ese no caminar por el mundo, nadie la ve ni la saluda y ella sigue sin mirar atrás.
      Cuando dejé de contemplarme en el espejo, me recogí el pelo, me lave la cara y... salí a la terraza.

domingo, 27 de mayo de 2012

El extraño visitante.


                                           El día que llegó a mi casa yo era una niña y aún recuerdo la tremenda expectación que causó entre nosotras. Vivíamos en el segundo piso de un edificio de tres plantas en una  tranquila calle de una ciudad entonces pequeña. Cuando salía del colegio cercano era como entrar en el patio de mi casa.
                            En la esquina el zapatero en su pequeño y oscuro cuartucho, recomponía zapatos al ritmo de su martillo. Al lado había un almacén de no se qué y después una churrería que daba vida a la calle. El continuo ir y venir de los empleados de Correos y los alrededores, formaban un batiburrillo inexplicable.
                   También había en mi calle una pequeña carnicería, un restaurador de cuadros y un señor que arreglaba cacharros antiguos de cocina en un cuchitril totalmente tiznado de negro y que asustaba a los niños que pasábamos por allí. Estaba un chico que arreglaba maletas y el viejo que alquilaba películas a los cines.
                         Todos ellos y algunos que se me han olvidado formaban un abigarrado y variopinto grupo que hacía que mi calle fuera tan especial. En uno de los extremos estaba cerrada por un muro muy alto, de forma que los coches entraban sólo a las casas de los vecinos. Casi siempre jugábamos fuera, las puertas de los zaguanes estaban abiertas, ya que todos nos conocíamos.
                           El día que llegó, yo estaba en la escalera que subía a la azotea, esperando. Mis hermanas también. No sabíamos la hora exacta en que vendría y estábamos realmente emocionadas.                                                                     Nos habían dicho que era algo especial, que con el podríamos divertirnos y aprender muchas cosas.
          
                      Lo vimos subir por la escalera, imponente, alto, algo grueso quizá. Venía de oscuro, casi negro y le acompañaban dos hombres. Fue caminando despacio, tranquilo y cuando llegó al primer rellano se paró, pensando en esas casa antiguas en que no hay ascensor. Se detuvo de nuevo ante la puerta de entrada, como cogiendo aire y con mucho cuidado, atravesó el umbral.
                      Nosotras bajamos corriendo y ahí estaba, en el salón. Mi madre y mi padre sentados junto a él. Pedimos permiso para pasar y las tres nos quedamos quietas, mirando. Era en verdad imponente, grande y bien parecido, fuerte y algo desgarbado, asimétrico. Esperamos a ver que sucedía.

             Y después de un rato mi padre se levantó con gran parsimonia y sólo dándole a un botón…..encendió el televisor.
                                              macamcblog.blogspot.com                                Maca Molist

miércoles, 23 de mayo de 2012

La sombra.


                                            Inspiraba sensualidad, pelo negro ensortijado y cuerpo delgado aunque no muy armonioso, engordaba y adelgazaba con facilidad. Pero esos detalles no quitaban ni un ápice de su atractivo. Su forma de mirar, de reír, aquella manera de moverse y caminar...Le gustaba tener frente a ella una copa de vino, tinto y fuerte, lo saboreaba despacio y con entusiasmo, manteniéndolo un rato en la boca, los ojos entrecerrados y la barbilla alta, apuntando al cielo.
                          Si, gustaba de disfrutar de los placeres de la vida. Adicta a las compras sin sentido y al sexo, amiga de una buena conversación y una sobremesa extensa. Voz de sonido gutural y risa cargada de sensaciones.
                      Pero en su relación con los hombres era tímida y desconfiada, nada hacía suponer que aquella mujer que emanaba sensualidad, a la hora del sexo se sintiera tan apocada y temerosa. No era capaz de tomar decisiones, ellos quedaban decepcionados y ella se las arreglaba para salir del apuro.
                  Relaciones de una noche. Siempre. Veía a los hombres como desertores- desleales y actuaba en consecuencia. No sabía que ella era la causante de la destrucción de la relación antes de empezarla. Era su sino.

domingo, 1 de abril de 2012

Camila y yo.

                                                             La conocí una mañana calurosa y agobiante, así son todos los veranos en el lugar donde vivo. Yo hacía footing por el parque y ella paseaba con cuatro perros con sus correas. No recuerdo porqué me paré a hablar con ella, quizá fue mi amor por los animales o el presentir a una persona en soledad. Lo cierto es que hicimos una cierta amistad, nos veíamos a diario en el parque y compartíamos confidencias.
                                          Camila era una mujer mayor, sesenta y pico años pensé que tenía al verla, pero según la fui conociendo, bajé ese tope y la dejé en unos cincuenta y tantos. Divertida y activa, cuidaba perros pequeños en su casa. Sus dueños salían de vacaciones o iban a trabajar. En ese tiempo se ganaba un dinero que necesitaba y a la vez vivía rodeada de lo que realmente quería, sus animales.
                                               Pero al ir intimando, comprendí que Camila tenía muchas carencias.
                                    Al coger confianza conmigo se decantó como una mujer malhablada y ordinaria, su físico la ayudaba, alta rubia y de ojos azules, intimidaba con su cuerpo ancho y musculoso. De mirada desconfiada y dura, noté al poco tiempo que estaba necesitada de algo que tampoco estaba acostumbrada a dar: amor.
                                        El primer día que la recibí con un abrazo, me di cuenta de la tensión y el envaramiento de su cuerpo, me apenó saber que lo más probable fuera que nadie la había abrazado nunca pero aún así, proseguí recibiéndola de la misma manera y empezó a acostumbrarse a mis cariños.
                                            Al pasar un tiempo, Camila ya no se turbaba con mis muestras de afecto e incluso la vi capaz de expresar leves instantes de aprecio en algún momento. Cuando llegaron las vacaciones y le  pregunté que iba a hacer, vi un punto de nostalgia en sus ojos y tan sólo me respondió un escueto "nada".
                                   Curiosamente aceptó mi invitación a ir al pueblo y compartir mi vida y mi familia. En ese tiempo cambió su forma de ser, se volvió tierna y cordial, la notaba más feliz y sociable y su carácter se fue dulcificando. De alguna manera, pensé que había retomado sentimientos y emociones que alguna vez sintió y que por ende del destino ocultó en lo más profundo de su ser.
                                            Camila y yo, conservamos para siempre nuestra amistad.
                                           









jueves, 9 de febrero de 2012

Estafador de sentimientos.

                                       Cuando mi hermana Carmen me presentó a su novio, creí morirme. Al instante supe que era un vividor, uno de estos que se aprovechan de la incauta de turno y después pasan a la siguiente. Lo conoció en una discoteca y él le pidió su número de teléfono, la muy tonta se lo dio y ahora la había manipulado de tal manera que incluso se creyó cuando le dijo que era un gran empresario. 
                                   Carmen era así desde pequeña, se lo creía todo, no tenías que darle pruebas de ningún tipo, ella simplemente pensaba que la mayoría de la gente era buena. 
                            Nos reunimos una tarde en su casa para tomar algo y presentármelo. El muy asqueroso ya estaba viviendo con ella. Disimulé cuanto pude, mostré mi mejor sonrisa y él se lo creyó. Cuando nos quedamos solas, mi hermana, que había tomado unas cuantas copas de vino, se me confió.
                                    —Lucía, es el mejor amante que he tenido. Los preliminares en la cama duran horas, me pone a cien y además es sensible y tierno, se preocupa más por mí que por él, de verdad soy muy feliz.
                                         —Así que era eso...el tipejo se la había trabajado bien— pensé. 
                                         Inútil fue el tiempo que empleé en intentar convencerla de que eso no lo es todo en una relación, que hay cosa más importantes y que debería tenerlas en cuenta.
                                           Pero no entendió nada. Entonces pensé en dejarla disfrutar durante unos meses del sexo y esperar que ella viniera a mí.
                                            Nos veíamos con frecuencia, un mes y medio después me dí cuenta de que Carmen había cambiado. Noté la preocupación en su rostro y un punto de tristeza que no era habitual en ella. Salimos a almorzar a un restaurante cercano, él vino más tarde. Cuando llegó lo observé mientras caminaba hacia nuestra mesa. Derecho, arrogante y presuntuoso, vestido con una camisa  clara y jersey sobre los hombros un tono más oscuro, zapatos de ante haciendo juego, todo un caballero me mofé, sólo le hace falta un trabajo y un puesto de jefe.
                               Cuando mi hermana y yo nos encontramos de nuevo solas en su casa, me confesó lo que le pasaba. Durante ese mes había gastado su visa y un préstamo bancario. Hablamos durante largo rato. Cuando llegó, se encontró las maletas en la calle.
                                      Jamás supimos de él, se marchó en busca de su nueva víctima.


























                                          

La detective.

                                          Discreto y bien vestido, avanzaba a paso ligero por la calle principal. Se notaba una persona resuelta y acostumbrada a mandar, no se si en su casa o en una empresa, pero estaba segura de que si era en esta última, tendría un alto cargo. El bigotillo que adornaba su labio superior, ya pasado de moda, parecía reírse de su dueño, pues ya no se veían ese tipo de adornos. 
                               Un poco por saber a donde se dirigía y otro poco por mi incansable costumbre detectivesca, la cuestión es que lo seguí por la acera frente de la suya. Me sorprendí al verlo entrar a la agencia de detectives que se encontraba en una vieja casa terrera.
                                      Era ya mediodía y pensé que la secretaria había salido a comer, subí las escaleras tras él, mientras me tropezaba con ella. La saludé con educación y como si tal cosa me senté en la salita de espera.
                                       Conocía al dueño, un tal Gervasio porque trabajé con él varios años. Yo tenía ahora mi propia agencia y me iba bastante bien, mientras estudiaba hice prácticas allí.
                                         Empecé a desesperarme una hora más tarde, el del bigote no salía y me aburría de jugar con mi móvil. Al rato escuché los pasos acercándose a la puerta, me enderecé en mi asiento mientras Gervasio despedía al cliente. Se sorprendió al verme pero disimuló bastante bien  mientras yo  sonreía al tipo que se iba. 
                                           Hablamos durante un rato de cosas sin importancia y le pregunté con cautela quien era la visita. Cuando me dijo que era su hermano que había pasado a verle, pensé...que todavía me quedaba mucho por aprender.











Una mujer extraña.

                              Era una mujer extraña, alta y muy delgada, lo primero que pensé al verla fue que parecía pertenecer a otra época. El vestido que llevaba tampoco ayudaba mucho, más bien parecía una túnica adaptada a su cintura con un estrecho cinturón de cuero. Permanecía quieta en la cola del cine, así como los demás nos movíamos impacientes, ella asemejaba estatua del pasado, hierática, fría.
                      De tanto observarla, percibí las canas que se escapaban de su pelo teñido, me dio pena aquella falta de cuidados hacia su persona.   
                     Varios chicos salieron con las entradas en la mano riendo y diciendo bromas, los miró pasar y me pareció ver un atisbo de sonrisa en su rostro, cuestión de segundos, porque de nuevo volvió a su cara la misma expresión hermética.
                        Su ropa hablaba de un adelgazamiento reciente, volaba alrededor de su cuerpo con el más leve de los movimientos y se veían signos de tristeza en su cara en forma de pequeñas arrugas y ojeras. En mi observación deduje el abandono de un amor o la pena de una muerte. 
                         Sonreí para mis adentros pensando todo lo que aquella mujer había dado de sí. Me pasaba siempre, pasaba las horas muertas observando a personas a mi lado. Cuando ya había escrito su perfil en mi mente, empezaba con la siguiente...













                                         

sábado, 21 de enero de 2012

El sueño de Carmen.

                                Cuando conocí a Carmen, era una autora de éxito. Su primer libro era número uno en ventas y ya había empezado a escribir el segundo. Varias editoriales pugnaban por la publicación de éste último. 
                           La felicidad de Carmen era desbordante, por fin había conseguido realizar su sueño. A través de las redes sociales, los amigos se multiplicaban y a nivel personal tenía una relación estable. A veces pensaba que no había mujer más feliz en el mundo que ella. 
                             
                             Las cosas no fueron siempre fáciles para Carmen, era hija de una familia de procedencia humilde que vivían en un pequeño pueblo costero. Muchos hermanos que alimentar y un solo sueldo en casa. Estudió para profesora y daba clases, el resto del día lo dedicaba a escribir. 
                                    Cuando contacté con ella, lo hice a través de una red, con el tiempo quedamos para vernos y la amistad se mantuvo durante años. 
                                      Hasta que Juan, su pareja la abandonó. 
                                   El porque sucedió nunca lo supo ni ella ni el resto de sus amigos, simplemente se acabó el amor. Todos lo entendimos así y procuramos que para ella fuera lo más fácil posible. 

                            Durante meses no la dejábamos sola y procurábamos mantenerla entretenida. Pero algo había cambiado, se hizo una mujer introvertida y triste. Según el tiempo fue pasando, Carmen estaba peor, le aconsejé que pidiera ayuda a un especialista, que no era ninguna vergüenza solicitar ayuda cuando se necesitaba. Pero ella no creía necesitar nada.
                                 Carmen empleaba todo su tiempo en odiar.
                                En el camino dejó atrás muchas cosas. Los amigos nos fuimos alejando pues no atendía a llamadas ni quería saber de nosotros. En la dirección que había decidido tomar de ira y frustración, no había cabida para nadie mas. 
                                    Se dedicó a escribir a diario en su página web, todo lo que sentía, acumulando sentimientos negativos y dolor. 
                                      Al principio todos estaban con ella, con el paso de los meses, la gente se fue aburriendo y casi no recibía mensajes de apoyo. Pasados unos años, decidió por presión de la editorial, seguir con su libro, entonces se dio cuenta de que algo muy importante también había quedado en ese sendero de amargura, la creatividad. 


                                        Hoy día... Carmen sigue dando clases en el colegio... 
                                       









martes, 8 de noviembre de 2011

Irina.

                                Llamaba la atención por sus ojos hundidos y a pesar de ello grandes y de un llamativo tono verde. El pelo de Irina era rojizo aunque no del típico color zanahoria, sino del pajizo que no llegó a ser rubio. Algo gordita lo disimulaba bien con su alta estatura, sufría al mirarse desnuda en el baño por las mañanas, a menudo pensaba como los hombres que pasaban por su cama lo pasaban tan bien con ella y alababan su hermoso cuerpo, les daba igual las chichas dobles de su barriga que para ella eran motivo de odio y rabia. 
                            Pero Irina sabía que ellos se fijaban primero en sus pechos y caderas, que eran el sueño de cualquier mujer y que los hombres al mirarlas se sentían morir.
                                   También sabía Irina que lo mejor que ella tenía no estaba en su cuerpo sino en su mente. La seguridad con la que atravesaba el mundo la convertía en la más sexy de las mujeres. Para ella no existía un no por respuesta, se lo podían dar pero de alguna forma se daba cuenta antes y siempre era ella la que lo daba. Lo hacía sin ofender a nadie de una manera elegante y hasta se diría que agradable.
                            A Irina la apreciaban en todas partes, mujeres y hombres indistintamente la querían por igual, era un caso un tanto extraño.









sábado, 8 de octubre de 2011

Mariana, la lavandera.

                                 La voz que desgarraba con pasión el viento era una voz desconocida. Seguí con precaución el hálito de vida que inspiraba hasta dar con ella. Lavaba ropa en la acequia mientras  de su garganta salía aquella intensidad de sensaciones. Me mantuve quieto tras los arbustos, su cuerpo se movía al compás de la canción; la extraña postura de rodillas flexionadas no era la habitual de las lavanderas.
                  A partir de ese día y sin que ella lo supiera teníamos una cita diaria. La veía venir desde lejos sus caderas indecisas bajo el peso de la cesta, entonces me ocultaba hasta que ella empezaba la tarea. Salía entonces con cuidado de no ser visto, lo que era casi imposible pues estaba  de espaldas a mí.  
                    Conocía al detalle su cintura vibrante bajo el movimiento y el cruel encorvamiento del cuello. Llevaba siempre la misma ropa, un vestido color caramelo y un  delantal, el pelo recogido en un moño dejaba caer algunos rizos.
                      Era una mujer joven pero no conocí jamás su cara ni el tamaño de su pecho, lo único que supe siempre es que Mariana, la lavandera, fue mi primer amor.       





        

viernes, 7 de octubre de 2011

El hombre del perro.

                                        Abstraído y cabizbajo parecía presa de una gran preocupación. Paseaba a su perro con una  correa desgastada y mugrienta. El animal mezcla de pastor alemán y otra raza desconocida, caminaba con la misma lentitud que él, se notaba que era un perro viejo aunque bien cuidado,  por momentos levantaba la cabeza hacia su dueño, como si también compartiera sus cuitas.
               En una de éstas el hombre trastabillo estando a punto de caer y pude ver la rapidez con que el animal se movió delante suyo como si quisiera ayudarle. 
                El dueño del perro no tenía edad, pertenecía a ese grupo de personas que la ocultaba bajo una capa de tristeza y abatimiento. Se sentó frente al banco en donde me encontraba y sacó del bolsillo de su chaqueta algo envuelto en papel de periódico, el animal empezó a dar pequeños saltos de contento, le dio un hueso de los que se usan para hacer sopa y el perrillo se tumbó cerca suyo.                 
                 Durante años lo estuve viendo casi a diario, con el tiempo dejé de ir al parque pero quiero imaginar que él sigue acudiendo, con sus penas y tristezas a cuestas.           

sábado, 24 de septiembre de 2011

                                      El reencuentro...     

     Era una tarea a la que no estaba acostumbrada, se me hacía difícil y complicada.  Pero con tal de que mi padre se sintiera contento, era capaz de cualquier cosa.  Así pasé parte de mi vida, haciendo cosas para que se sintiera orgulloso de mí, el problema era que casi nunca lo conseguía.  
                  Con el tiempo me di cuenta de que aquello era como vivir en blanco y negro, por muy hermoso que fuera todo, yo lo vivía sin color. 
                  Cuando decidí tirar la toalla, me marché lejos a estudiar, elegí la universidad en que estuviera a más kilómetros de mi casa, la próxima vez que fuera a verlo estaba muy lejos de mi pensamiento.  
                       Y  pasé un tiempo de angustia y soledad, lo eché de menos en cuanto pasaron unas semanas, pero lo odiaba tanto que no quería verlo jamás. Lo consideré siempre un prepotente que no supo críar a sus hijos, así que unos años después empecé a olvidarme de él. Fue por esa época cuando recibí una llamada de mi padre, mi hermano había fallecido en un accidente de tráfico.
                                Nunca me dijo que estuvo enfermo casi un año, y que la enfermedad tenía un nombre atroz: droga. Regresé a mi casa con la mayor rapidez que pude, el hombre que había dejado atrás no era ni por asomo el padre que yo recordaba, había envejecido, lo vi pequeño y tan vulnerable, que me asusté.
                           Fueron dos ó tres días después de los funerales, cuando nos sentamos a hablar. Mi madre había fallecido cuando yo era muy pequeña, casi ni la recordaba, más bien por fotos y por lo que mi padre contaba. Es cierto que él se hizo cargo de dos hijos pequeños, empecé a entender que lo hizo lo mejor que supo. Lo escuché hablar como nunca lo había hecho, me pidió disculpas si en algo me perjudicó, me dio tanta pena ver a aquel anciano hablando en esos términos, que me puse a llorar.
                             Nos reencontramos. Entendí que no hizo nada mal por gusto, sólo fue lo que a él le enseñaron.
                             
                                     
                                        

Un camino...accidentado...

                                 Un camino...accidentado

                                La noche se presentó oscura como pocas, para colmo la luz de las farolas que fui encontrando en el camino, estaban todas apagadas. Otra vez una avería en la central eléctrica, pensé, saqué la linternita que siempre llevaba en el bolso e iluminé el trayecto que  llevaba a mi casa.
                   La oscuridad  del barranco a mi derecha, hablaba de terribles consecuencias en el caso de caer, las personas que tuvieron la desgracia, jamás fueron encontradas debido a la profundidad. 
                        A mi izquierda, una enorme muralla de piedra, me pegué a ella como si alguien me fuera a empujar al otro lado. 
                          Una lluvia ligera empezó a mojarme, saqué mi paraguas y con la linterna en la otra mano, seguí el camino. Empezaron a caer pequeñas piedrecillas, dando la impresión de que alguien estaba en lo alto. Ni siquiera me detuve a mirar, entre la oscuridad y la magnitud del muro, no vería nada.
                              Un rato más tarde el ruido  proveniente de algún animalillo me hizo volverme con ligereza hacia atrás, no observé nada, era imposible. Un escalofrío me recorrió al pensar que pudiera ser alguien que me estuviera siguiendo, ¿ pero quién ? A aquella hora la gente del pueblo solía estar en sus casas, durmiendo o viendo la tele, pero no paseando por ahí, si me sucedía algo, tendría que valerme por mi misma. 
                                 En al camino no encontraba viviendas, pues la casa de mis  padres era la más alejada del pueblo. Apresuré el paso sin darme cuenta, de nuevo el escalofrío en la nuca hizo que el     cuerpo me diera un brinco. Entonces, a la vuelta de un recodo, la vi.
                                      La luz encendida de mi casa, decía del calor y bienvenida que iba a encontrar, mi madre en la puerta, esperándome y sobre todo...amor, mucho amor.
                               












viernes, 23 de septiembre de 2011

Me he hecho mayor...

                                            Cuando nació mi hermana yo tenía once años. Pronto supe lo que eran los celos. De mi infancia suelo recordar a mis padres ante la cuna de la recién nacida, o empujando su cochecito, y ya más mayor, los halagos por algo que ella había hecho; sin duda, lo peor fueron  las comparaciones entre las dos, estaba claro que ella salía ganando.
                          Soy secretaria de administración de una gran empresa, me gano bien la vida y hoy día, en que tengo mi propia casa, y dinero para mis gastos, no me puedo quejar de la manera en que vivo. Pero..hay algo, siempre lo hay, que me impide tener la felicidad, si no completa, al menos por momentos.
                           En la actualidad tengo cincuenta años, pronto cumpliré de nuevo, por tanto soy una mujer mayor. Lo peor de todo, es que me siento como tal.
                           Esto me empezó a pasar hace más o menos cinco años, dejé atrás lo que suelen llamar segunda juventud y me metí de lleno en la tercera. Sí, porque fue cuando empecé a notar cambios en mi manera de ser y en mi físico.
                   Es cierto que nunca fui una mujer alegre, tampoco triste, no, pero sí algo tímida e introvertida, no se si me marcó en  la adolescencia la llegada de mi hermana, lo que es verdad es que que a partir de ahí sufrí un cambio. Pues ahora estoy sufriendo otro, y odio los cambios.
                         Me he vuelto antisocial y paso los días sola en casa, no me aburro porque tengo todo lo que necesito a mano, mis amigas se preocupan de ésta forma nueva de ser, me machacan de continuo programando salidas y fiestas. Pero a todas digo que no.
                         Realmente me gustaría que me dejaran tranquila. No es que quiera cambiar mi forma de ser, lo que si me gustaría es modificar actitudes de mí que no me agradan y me hacen infeliz.  Es cierto que los cambios físicos me marcan mucho, de ser una chica relativamente resultona, he pasado a ser una mujer gorda y con canas. Es duro, muy duro.
                             Intentar adaptarme a éste nuevo cuerpo, me ha costado lo mío, pero creo que lo voy consiguiendo, sólo necesito más tiempo, a veces me río al pensar que quizá con otros cincuenta años sería suficiente.    

jueves, 22 de septiembre de 2011

La vida de Marilyn.

                              Hacía alarde de su particular forma de ser. Vestía de forma ostentosa y a la menor provocación, exhibía sus encantos. Cierto es que eran muchos y variados, pero se devaluaban en el momento en que los presentaba con aquella prepotencia. Era de naturaleza morena, de abundante pelo rizado, pero se teñía de un llamativo tono rubio que junto con la escasa ropa que llevaba, era el centro de las miradas de los hombres. Pero no de las mujeres. 
                          Estas, la apartaban como a una apestosa, nadie de su mismo sexo se atrevía a permanecer a su lado más de lo estrictamente necesario. No tenía amigas de su mismo sexo, amigos hombres, decía que tenía muchos, y como no podía ser menos, se vanagloriaba de ello.
                        Marilyn era su nombre, por supuesto no el real, sino el que se apropio cuando muy joven se dio cuenta de que el suyo no tenía nada de glamouroso. Y en conciencia, sus conocidas se reían de aquel apelativo, 
                             La vida de Marilyn, no había sido fácil. Nació en una familia bien, en su casa sin ser ricos, fluía el dinero y se acostumbró desde pequeña a llevar una buena vida sin restricciones de ningún tipo. Pero sus padres fallecieron cuando acababa de cumplir los doce años, sus seis hermanos y ella, se vieron rodeados del montón de deudas que su padre, habituado al juego, había dejado.
                      Y no tuvieron más remedio que ser acogidos en casa de una tía, a la que no le entusiasmó la idea, pero que como tenía buen corazón, no quiso separar a los hermanos dejando a algunos en casa de otro familiar, como se habló en la reunión que hizo la familia.
                          Ahí empezó parte de su calvario, sus tíos vivían del sueldo de él como funcionario del estado, criar a sus dos hijos más los siete que le vivieron de golpe, era una labor ingente. Marilyn siempre recordaba que las frases más oídas de su adolescencia, fueron dos, o "no hay dinero" o "no podemos", siempre que pedía cualquier cosa,  esa era la respuesta. 
                        En cuanto creció, se prometió a si misma que en la medida que pudiera, no las volvería a oír. Y como no fue buena estudiante y ni siquiera le gustaba trabajar, pronto aprendió lo fácil que   resultaba vivir de los hombres.       
                           Ésta es en parte, la vida de una mujer, llamada en casa por su nombre verdadero, Carmen Rodriguez Perez.




domingo, 11 de septiembre de 2011

El color de una canción.

                            La canción que sonaba se notaba escrita en un idioma de colores y mariposas. Tenue y delicada, la voz de la mujer expresaba sin dudarlo, sentimiento.
                              Caminé intentando saber de donde venía, unos metros más allá, un sótano entre rojo y oscuro hizo que me parara. En la puerta, un hombre descamisado me impidió el paso pidiéndome el dinero de la entrada. Le di lo que pedía y bajé.
                               Mucho humo y absoluto silencio fue lo que encontré, al fondo del destartalado local, una mujer, cantaba.
                                  Un tonalidad  entre profunda  y ardiente, quizá con algo de tristeza en el fondo era lo que emanaba de ella. Yo también sentía la necesidad del silencio, necesitaba escuchar con todos mis sentidos. Ojos entrecerrados y sonrisa herida, piel oscura y rizos que enmarcaban su cara. No podía dejar de mirarla, era el amor hecho mujer.

Recuerdos.

  
                                           Las tablas de madera del pequeño muelle frente a mi casa, estaban sueltas y algunas crujían al pasar sobre ellas. Ya sabía cuales eran, pues las conocía bien, ya que viví en la casa desde que nací. El sonido al caminar, era como estar en un patio familiar, íntimo y afectuoso. 
                             Me levantaba temprano y en mi paseo, saltaba sobre ellas, a veces me confundía y de nuevo oía el crujido de alguna, avisándome del peligro. Hace años, el encargado me habló de arreglarlas pero ante su extrañeza, me negué en rotundo. 
                           Los recuerdos de la infancia volvían de nuevo a mí cuando llegaba al final del muelle,  niños saltando al agua en los veranos, los inviernos los pasábamos pescando toda la tarde.
                             Me senté en el borde, las piernas al aire, llevaba un leve traje de tiros, pronto amanecería y el calor sería agobiante. En pocos minutos, apareció un trocito de la bola amarilla, el horizonte se definió con su intensa luz, y supe que era hora de marchar a la casa del muelle. 

sábado, 10 de septiembre de 2011

El secuestro.

Mariposa-Butterfly.jpg (500×598)  El día  de un azul claro, empezó a cubrirse con una fea capa de gris, al rato, la esperada  caída de lluvia  y la gente en la calle guareciéndose en los soportales. Yo hice otro tanto, en un zaguán de un hermoso edificio rojo, me metí sin pensarlo demasiado. 
                                    No supe el tiempo que pasó, sólo sé que en éste cruel momento, el peor de mi vida, al abrir los ojos, me envolvió una total oscuridad. Intenté moverme, pero no pude, las palabras no salían de mi boca, algo monstruoso me hacía permanecer quieta cuando no quería.
                             En ese instante, al no recordar los momentos anteriores, sólo había confusión en mi mente. Fue mucho después cuando me enteré que me habían secuestrado.

                      Me retuvo casi un mes en aquella casa, el edificio rojo que tanto me gustó. Aunque es bien cierto que no puedo recordar el momento en que me durmió con cloroformo y me subió al ático, si recuerdo con total nitidez los treinta días posteriores.
                          Al tercer día del secuestro, fue cuando me desató y me dejó salir de la habitación. Con dificultad, paseé por el apartamento, un piso de tres habitaciones con una gran terraza llena de plantas y una pequeña piscina. Mientras caminaba seguida por él, me di cuenta de que no había teléfonos, él llevaba su móvil siempre encima. Él, él, él, no lo podía llamar de otra manera porque nunca conocí su nombre, más tarde, cuando me encontró la policía, no lo quise saber. Me parecía que si me enteraba  era una forma indirecta de humanizarlo y él, no tenía corazón.
                          Me trató con reservas la primera semana, más tarde al ver mi buena predisposición, empezó a darme manga ancha, me dejaba estar por la casa casi todo el día e incluso me bañé en la piscina, comía bien y podía hacer ejercicio en un pequeño gimnasio que había habilitado en una de las habitaciones.
                               Observaba a mi alrededor, buscando el instante aquel en que podría salir corriendo de mi prisión. Pero él, lo tenía todo bien planeado, las cristaleras se abrían con llave, la puerta de la calle, siempre cerrada, el ático ocupaba toda la manzana, por más que tocara en una pared, nadie me iba a oír. 
                                 Entonces lo empecé a observar a él. Era un hombre frío y distante algo tímido y detallista en las cosas, llevaba un perfecto orden en toda la casa. Cuando estuve menos reacia a hablar, llegamos a mantener largas conversaciones, con el tiempo, me di cuenta el porqué de aquel secuestro y porque yo. Me lo contó casi dos semanas después, su madre había muerto hacía un año, y me encontró a mí, la sustituta.
                                   Sí, por que yo cumplo mañana los setenta años.


viernes, 9 de septiembre de 2011

El pueblo antiguo.


                         La estrecha vereda que conducía al viejo pueblucho, era eso, tan angosta, que la vez anterior que estuve, me dije que la próxima iría caminando. Y heme aquí después de tres horas de camino, tan agotada que los metros que me faltaban para llegar, no creía que pudiera superarlos.
                           Me senté un rato en el césped del camino, mientras divisaba a lo lejos la casa de mis tíos. De nuevo, sin ganas me incorporé y diez minutos después, alguien gritaba mi nombre. Mi prima Montserrat me había reconocido a pesar de la distancia y se encargó, mediante sus gritos a contarle al mundo que había llegado.
                             A los pocos instantes, medio pueblo de menos de metro y medio estaba alrededor mío. Los quince ó veinte chiquillos que me rodeaban, eran hijos de los treinta adultos del lugar.  Mi tía Laura salió al momento, feliz de que alguien fuera de visita a su casa, la lejanía del sitio, no permitía que los visitantes acudieran a diario.
                                Minutos después ante una taza de café, le estuve contando como se encontraba el resto de la familia, yo era la comunicación que tenía con el mundo de afuera, como lo llamaba ella. Así que ya hacía años que me propuse ir aunque fuera una vez al mes, no quería que se sintieran tan aislados.