martes, 10 de mayo de 2011

Aquellos asesinos.

Seguimos la senda sin saber realmente a donde nos conduciría, su belleza nos encandiló y decidimos terminar el trayecto.  Los almendros en flor de aquella primavera, parecía que se habían hecho más dulces y codiciosos que otros años, pues la carga que llevaban en sus ramas era de tal calibre que se doblaban bajo su peso.
                     En ese lugar, fue donde conocí el amor.
               Esa fue la carta que leí de mi amiga Ángela, era un poco más larga, en ella me hablaba del nombre de su amado, Tomás, no era conocido mío y nunca supe de quien me estaba hablando. La desagradable sorpresa, fue cuando tres semanas más tarde, me comunicaron que mi amiga había sido asesinada por un desconocido. Sin pensármelo mucho, marché al pueblo en donde vivía, pensé que existía la posibilidad de que yo tuviera datos desconocidos.
                      Llegué por la tarde, casi oscurecía, el pueblo, como en multitud de ocasiones me comentó Ángela, era precioso, pequeño y alargado, las casas se diseminaban en dos ó tres montañas y se veía todo tan limpio y cuidado que apetecía quedarse. Como no conocía a su familia, me fui al hostal, alquilé una habitación por dos semanas, haciéndome pasar por una turista más de la zona.
                               Al día siguiente me levanté temprano y me dediqué a pasear por las inmediaciones con mi cámara de fotos al cuello, daba el pego de la turista despistada, pregunté a unos y otros sobre monumentos, la iglesia del pueblo y yo que se que más. Hacia el mediodía, ya había hecho amigos. Los típicos viejos que se sientan en los bancos de las plazas, no iban a faltar en éste, me senté a su lado con un bocadillo y un refresco, al rato y después de dejar que me acribillaran a preguntas, empecé yo con las mías.
                    Que si este pueblo es muy tranquilo, que verdad que aquí nunca pasa nada, que me gustaría vivir en un sitio así y no en la ciudad, que entre robos y asesinatos, no ganamos para sustos. Llegados a éste punto, se miraron entre ellos y luego se volvieron hacia mí, debieron pensar que era  de fiar a aquellas alturas, porque empezaron a contarme la historia que corría de boca en boca sobre el crimen de mi amiga.
                           Cuando me marché al hostal por la tarde, tenía una idea más o menos clara de la situación, había otro hombre, un tal Rogelio, hacia el que miraba el pueblo, todo el mundo decía que era un buen hombre, casado, con hijos, pero se sabía que desde hace tiempo quería mantener relaciones con Ángela, a lo que ella siempre se había negado. La gente creía que él podía ser el asesino. Rogelio trabajaba en un bar a la entrada del pueblo y hacia allí me dirigí.
                                   Lo divisé tras la barra, me sorprendió su aspecto, mas bien bajo, parecía tímido, atendiendo a los pocos parroquianos del momento, con educación, pero parecía que con cierta reserva. Le pedí una coca-cola y me senté en la barra a observarlo. Hacía su trabajo con esmero, quizá con un cierto nerviosismo, de vez en cuando miraba hacia la puerta como si estuviera esperando a alguien. El bar empezó a llenarse de gente a tomar café, entonces llegó Tomás, alguien lo saludó y tuve que hacer un esfuerzo por no dar un violento giro de cabeza.
                                     Se sentó en una esquina de la barra, la opuesta a donde me encontraba, al rato, Rogelio se le acercó y empezaron una animada charla. El bar se había quedado vacío de nuevo, para que no sospecharan, le pedí algo de comer, al continuar la conversación, el nerviosismo del camarero iba en aumento, el otro conservaba la calma, de vez en cuando incluso, sonreía.
                                     Me pude quedar con algunas palabras, en algunos momentos, levantaron la voz más de lo normal, y escuché cosas como, la culpa fue tuya, tu lo hiciste, que vamos a hacer, etc. Me asusté, podrían ser relativas a cualquier cosa, pero yo sabía que hablaban de la muerte de Ángela y estaba claro que lo habían hecho entre los dos, el problema iba a ser como desenmascararlos.
                                 Durante varios días, acudí al bar, siempre a la misma hora en que sabía que no había casi nadie. Me sentaba en la barra y pedía un almuerzo que comía con exagerada lentitud, sin hambre, haciendo un esfuerzo, tragaba bocado tras bocado, después, me marchaba. Terminé hablando con Rogelio, le conté cosas, le decía que cuando acababa de comer me iba a recorrer la zona, un día le pregunté si conocía a alguien que me sirviera de acompañante, que me pudiera llevar a los sitios más bonitos de los alrededores. Se ofreció a hacerlo él, cayó en mi trampa.
                                 
                                       Escribo estas palabras desde la cárcel, pues cuando me contó confiado como había ayudado a matar a mi amiga, estábamos al borde de un acantilado, sin más preámbulos, simplemente lo empujé, como había grabado la conversación, su amigo, se pudre en prisión, más tiempo que yo, por tener antecedentes. Yo saldré en breve...todavía me queda el otro....
                               
                                        
                          
                          
                                
                        
                    
                
                        

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