viernes, 15 de julio de 2011

Trágico día de tormenta.


                     El panorama no es muy halagador, pensé, mientras los limpiaparabrisas corrían como locos, intentando que la carretera se hiciera más visible a mis ojos. Ya al salir se vislumbraba tormenta, parecidas a esta las había vivido en otras ocasiones, quizá era la repentina oscuridad lo que realmente extrañaba, eran las cuatro de la tarde y parecía medianoche. La radio dejó de funcionar y la apagué con rabia, era un buen acompañamiento y el parte meteorológico me iba informando. Como sólo faltaban dos kilómetros para llegar a casa, no me preocupó.
                     Cuando vi el sendero de acceso, respiré aliviada, por fin, un café y ambiente seco. Torcí a la derecha y subí los doscientos metros hasta mi casa. Paré el motor y saqué el impermeable de la guantera, con aquel viento, el paraguas no ayudaría nada.  Envuelta en una marabunta de lluvia, ruidos de tormenta y el impermeable dando vueltas a mi alrededor, accedí como pude al porche de la casa y logré abrir la puerta, localicé el cuadro de contadores y encendí la luz. El panorama era desolador. Habían entrado a robar.
                     Al principio, fue el miedo de pensar que los ladrones pudieran estar allí, lo que me mantuvo quieta en la puerta, a mi alrededor todo era un caos, habían revuelto buscando dinero, pensé, pero hacía meses que no iba por la cabaña. Sillas por los suelos, libros, cuadros, mesas, todo lo habían tirado o desordenado, empecé a llorar con el susto dentro de mi, no podía reaccionar y me temblaba todo el cuerpo. El silencio aterrador dentro de la casa, contrastaba con los lúgubres ruidos que llegaban del exterior, la tormenta seguía tronando cada vez con más fuerza, parecía que los árboles pegados a la casa se romperían en cualquier momento.
                           Sacando fuerzas de no se donde, intenté empezar a poner un poco de orden en todo aquello, miré mi móvil a sabiendas de que no había cobertura, así era, de la cocina, cogí un cuchillo de los grandes, incluso allí, productos de limpieza por los suelos y loza sucia, empecé a caminar por la casa con precaución y miedo, sorteando lo que me iba encontrando por el suelo. Mirando a uno y otro lado, abrí la puerta del baño, después fui a mi habitación. Estaba cerrada, yo siempre dejaba las puertas abiertas, le di al picaporte y con la punta del pie la empujé despacio. Sentía mi corazón a mil por hora, la sangre bombeando en mis oídos era tan fuerte que anularon por completo los sonidos de afuera. 
                                Me tapé la boca para no gritar. Alguien yacía tumbado en mi cama. Dios mío. 
                 Haciendo acopio de valor, sin encender la luz, me dirigí a la figura de la cama. ¿Estaría muerto? ¿Sería uno de los bandidos?.  
                       En eso, mi marido se dio media vuelta y  despertó. Con ojos somnolientos me miró, cariño, llegaste pronto, estaba haciendo limpieza general, quería darte una sorpresa y con la misma, siguió durmiendo.






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