viernes, 25 de marzo de 2011

La casa maldita.

No recuerdo si la casa perteneció a un sueño o fue parte de mi infancia. Pero se qué en ella, pasaron cosas. En mis escasos recuerdos, se bloquearon imágenes y situaciones, pero cada vez que pasaba por delante de la casa de colores, me sentía estremecer.
Sé que la construyeron hace mucho tiempo, en aquel entonces yo ni siquiera había nacido. La gente del pueblo procuraba no pasar cerca, algunos daban rodeos importantes con tal de no verla.
La tarde en que cumplí los treinta, me prometí a mi misma intentar entrar, lo que no quería era hacerlo sola. Y encontré el compañero ideal para tamaña osadía.
Jacobo vivía en un pueblo cercano, no puso ningún impedimento para ir conmigo. Así que ese fin de semana nos fuimos bien pertrechados a la casa, linternas, comida dos palos de béisbol, por si acaso y poco más.
Llegamos por la tarde del viernes, para acceder a la mansión, tan sólo empujar la chirriante verja de entrada y romper un cristal de la parte trasera. Durante las primeras horas que estuvimos allí, imperó una extraña tranquilidad, el silencio era tan absoluto que incluso daba miedo. Cuando empezó a oscurecer, sacamos los sacos de dormir y nos acostamos bajo la escalera, nos pareció el sitio más resguardado.
En los siguientes dos días, no pasó nada digno de mención. Jacobo sugirió que nos marchásemos, allí no había nada, ni fantasmas ni asesinos. Accedí a ello.
Cuando íbamos a saltar de nuevo por la ventana, y casi sin darme cuenta de lo que hacía, le golpeé en la cabeza con el palo, le dí con tanta intensidad, que al instante, cayó muerto.
Me invadió un tremendo placer, siempre me pasaba.... cuando acudía de nuevo a la casa.

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