Los festejos empezaron al día siguiente temprano y durarían tres días. Banderolas y estandartes con los colores del castillo llenaban de vida los grises muros. Carretas de bueyes engalanadas llegaron a lo largo de la jornada, algunos venían en hermosos caballos, otros, los más pobres, llegaban a pie. La mayoría habían caminado muchas leguas, aliviaban el cansancio los odres llenos de vino.
A la hora de la comida una ingente multitud formaba filas para poder ver al heredero. El señor del castillo, exultante, mostraba al niño. Su esposa aún permanecía postrada.
A la hora de la comida una ingente multitud formaba filas para poder ver al heredero. El señor del castillo, exultante, mostraba al niño. Su esposa aún permanecía postrada.
Las dos mujeres esperaban en la cola que les tocara el turno.
—Recuerda,— dijo Juana,— te mojas la mano en el líquido y le haces la señal en la frente, sólo eso.
—Ya lo sé, respondió la otra,— molesta por la cantidad de veces que se lo había recordado, —no estará ella, ¿verdad?—, preguntó una vez más.
—Ya te he dicho que no, aún está en cama. Lo más probable sea que herede lo de la madre, hay que eliminarlo.
—Recuerda,— dijo Juana,— te mojas la mano en el líquido y le haces la señal en la frente, sólo eso.
—Ya lo sé, respondió la otra,— molesta por la cantidad de veces que se lo había recordado, —no estará ella, ¿verdad?—, preguntó una vez más.
—Ya te he dicho que no, aún está en cama. Lo más probable sea que herede lo de la madre, hay que eliminarlo.
Les tocaba el turno de ver al niño a las dos mujeres. La que tenía la mano empapada en el brebaje, se acercó, le hizo la terrible señal en la frente y entonces....el niño, abrió unos enormes ojos verdes, como los de su madre, que hizo que las mujeres, impactadas, dieran un paso atrás, y emitiendo un espantoso y aterrador grito, miró fijamente a las dos brujas, mientras éstas, caían fulminadas al suelo.