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domingo, 20 de noviembre de 2011

La última subida.


                                                         Caminé rotundo por el camino que llevaba a la montaña en donde la nieve hacía casi imposible acceder al Monte Sagrado. A esa hora de la madrugada me encontraba solo en el sendero, abrigado al máximo intentando que los copos no rozaran mi piel y no sintiera el frío de sus cuerpecillos, que me harían al poco desistir de llegar a la cúspide.
                           Cada cinco años hacía este viaje, pero mi salud se resistía y mis huesos me decían sin hablar que este año sería el último. 
                        Una hora más tarde noté como mis pasos iban cada vez más lentos y que varias personas me estaban alcanzando. Cierto es que el tirar del borrico hacía que enlenteciera mi caminar,  aunque en algunos tramos harto difíciles agradecí tenerle a mano y poder agarrarme de su cabestro.
                          Algunos personas me adelantaron, mas jóvenes y dispuestos que yo quizá deportistas con  gruesas piernas preparadas para la marcha. No les costó demasiado darme alcance y cuando al rato me paré para poder recuperar la respiración perdida, volví la vista atrás y vi que casi era el último del camino.
                              Recogí de nuevo mi hábito de color oscuro por encima de mis pantorrillas y proseguí la marcha aún más lento si cabe. Nadie se sorprendió de ver a un viejo monje subiendo la montaña, pues casi todos ellos pertenecían a alguna orden, no la mía de la que casi no quedábamos sino unos diez, pero si a alguna congregación nueva o al menos desconocida para mí. Pero ninguno llevaba los hábitos de su orden, iban abrigados con ropas modernas.
                                     Acaricié al mulo al que yo acompañaba, porque como relato más arriba, el iba delante y yo me agarraba a sus riendas. Era un asno joven,  hijo de otro que murió hacía ya unos años y que fue fiel amigo mucho tiempo. Éste era más brioso que su padre, pero la juventud tiene eso, esperaba que con el tiempo se le pasaran los humos y se asentara su carácter.
                                     Al dar la vuelta a un recodo del camino observé que faltaba poco para la subida final y esto me dio ánimo para andar más ligero, pronto los monjes de arriba me darían ropa limpia y seca y comida caliente, me sentarían delante de un buen fuego e incluso saborearía un vaso de buen vino.
                   
                       Y  dicho esto, el monje siguió subiendo la incómoda pendiente. Ya en la cima, la gente se arremolinaba en la entrada de la tosca iglesia construída siglos atrás. Los monjes se afanaban en tomar los  nombres de las personas que pernoctarían esa noche y dar ropa seca, y un poco más adentro otros en el calor de la entrada, removían ollas y perolas en donde los olores se entremezclaban y hacían salivar a cualquiera.
                      La construcción de la iglesia se había hecho de manera inteligente. En la entrada primero lo que llamaban "el banco de los visitantes" en donde se les daba de comer y abrigo, y comunicando con una puerta al fondo estaba el atrio y después, la iglesia.
                       





                                Como siempre decía el primer prior, con hambre y frío, nadie reza.






         
                                 





 












                                   








  

lunes, 14 de noviembre de 2011

Mariposas.


                                      Me acerqué a ella con toda la prudencia que fui capaz, hermosa y aterciopelada, la mariposa yacía con las alas abiertas encima de una enorme hoja de platanera. La miré embobecida como si no hubiera visto nunca una mariposa de colores, ella se retorció en un movimiento casual y al poco quedó de nuevo quieta, disfrutando del cálido sol de la mañana.
                        Desde siempre me había absorbido el seso todo lo relacionado con los insectos, pero de un tiempo a esta parte, las mariposas se llevaban casi todo lo mi interés.
                       Me fascinaban los colores, las formas de sus alas y la elegancia que tenían al emprender el vuelo. Me gustaba verlas juntas o aisladas, una mariposa blanca en mi jardín suponía para mí auténtica alegría, si veía dos o tres igualmente me sentía feliz.
                          Compartía mi felicidad  con un amigo de la infancia. Desde pequeños a los dos nos entusiasmaba ver volar las mariposas en el jardín de mi abuela. Él vivía en la casa de al lado, nos criamos juntos sin quererlo, ya que en la zona tan aislada, los únicos niños éramos nosotros.
        Y esa pasión nos persiguió hasta que fuimos mayores. Como no cambiamos de casa ni de barrio, y proseguimos nuestros estudios en institutos cercanos, nos veíamos a diario, con lo que proseguíamos con nuestra afición favorita.

                           
                            Nos gustaba verlas volar en grupos o a solas, nos daba igual que fueran de colores o blancas. Si las veíamos posadas en las ramas de algún árbol o planta, disfrutábamos de la misma forma que cuando mirábamos a lo alto y veíamos sus diminutos cuerpecillos dando vueltas con su innegable prestancia.                           Esa pasión por las mariposas, simplemente... nos acompañó toda la vida.










lunes, 31 de octubre de 2011

La infelicidad oculta.

                                      Me sentía tan unida a ella que los años que había pasado sin verla se me habían hecho eternos. Se marchó cuando se casó y a su marido lo destinaron a un país lejos del nuestro, creo que en aquel momento se hubiera divorciado. Por mi parte sentí que un trozo de  mi alma se iba con ella.
                          Pero hoy recibí un mail en el que me contaba que volvía de nuevo, dos palabras para decirme que se había divorciado y se trasladaba al pueblo otra vez. Sentí lo del divorcio por un instante, sólo por un instante, pues en seguida pensé en como íbamos a retomar todo lo que dejamos atrás por designios del destino.
                           Durante los siete días en que Rosa tardó en llegar, recordé nuestra adolescencia en la playa, la pandilla, las tardes que pasábamos en la arena húmeda tocando la guitarra y cantando y las noches cortas de amores que nunca llegaron a nada. 
                             Así fue como conoció Rosa a su fallecido marido, con el que compartió diez años de un maravilloso matrimonio, hijos no tuvo, pero la suerte de conocer el amor, sí. Todo ese tiempo nos comunicamos por internet casi a diario, en los últimos meses nos habíamos distanciado un poco.
                            Rosa era de una belleza de esas que llaman nórdica, rubia casi blanca, ojos claros y piel también casi transparente, llamaba la atención por donde pasaba. La pobre lo pasaba fatal pues era de una timidez de las que ya no se usan, pero como eso no entiende de modas, así tuvo que vivir ella, con su timidez a cuestas toda su vida. 
                            Cuando me conoció se pegó a mí como una lapa pues yo era su antítesis, extrovertida y echada p'alante como pocas. La defendía con uñas y dientes de todos los moscones que se le acercaban con aviesas intenciones, y sin casi darnos cuenta empezamos una amistad. 
                             
                         Llevo esperando en el aeropuerto casi una hora, he llegado pronto porque la impaciencia me puede, ya me he tomado dos cafés y ahora me encuentro frente a esa puerta que se abre y cierra cada vez que un pasajero pasa y los que estamos de éste lado nos erguimos intentando ver al ser esperado.  Casi estoy sola, dos personas conmigo y un chico de esos que llevan un cartel. Que raro, pienso, ¿ y Rosa ? ¿donde se habrá metido?. No queda nadie, sólo una señora mayor al fondo que viene en silla de ruedas y...
                                ... es Rosa...

                                Ahora estamos en mi casa. Al verla en el aeropuerto no la reconocí, años de penurias, sufrimientos, enfermedades, desgracias o todo junto, habían pasado por el cuerpo y el alma de mi amiga. Conservé la calma como pude, me suele pasar en situaciones así, sólo cogí la sillita de manos del empleado del aeropuerto y dándole las gracias salimos afuera.

                                       Rosa sentada comodamente en el sillón de mi cuarto de estar y yo frente a ella, calenté el chocolate que ya había preparado pues recordé que era su bebida favorita. Para mí, un wiski doble, no tenía en casa nada más fuerte.
                               La pregunta de rigor hecha con el mayor tacto posible "¿ que ha pasado Rosa?"  Pensé que lloraría o algo así, pero no, muchas lágrimas tenían que haber salido ya de aquellos ojos. 
                                     "Te lo digo en dos palabras, Lucía, mi matrimonio nunca fue tan feliz como di a entender, llevo diez años aguantando los malos tratos de mi marido lo que ha dado lugar a que me veas en el estado en que me encuentro." 
                                       " Pero Rosa, porque no acudiste a tu familia, tus amigos, la policía, yo que sé hay formas no me parece que aguantar eso tantos años." 
                                           " Tuve un hijo, me amenazó con matarlo si se lo decía a alguien, hasta ese punto llegaba su crueldad, pero el destino que también es cruel quiso que mi hijo muriera hace dos meses. Entonces yo, lo maté a él." 
                                    " ¿Lo mataste?" pregunté asombrada, la Rosa tímida y apocada que yo conocía no hubiera sido capaz de un terrible acto como ese.
                                      "Sí, hubo un juicio que duró dos meses, me absolvieron."
                                        Un silencio intenso y sobrecogedor se instaló entre las dos, cada una en sus pensamientos, cada una en sus recuerdos.
                                                











domingo, 16 de octubre de 2011

La cueva.

                                       Me mantuve quieta en mi escondite mientras oía los pasos de mis perseguidores. Las heridas de los pies eran tan dolorosas que casi no los sentía y en una de las caídas me hice un corte sangrante en la frente, por lo que cuando el líquido llegaba a los ojos lo apartaba con furia.
                               Temblaba de arriba a abajo, no podía controlar los escalofríos que hacían mover de aquella manera mi cuerpo. Pero sabía que la ciudad estaba cerca y ellos no me encontrarían en la guarida que sólo conocíamos los niños del pueblo.
                                    Me permití unos minutos de descanso cuando dejé de oír sus pisadas, pensé que a lo mejor habían desistido la búsqueda. Recordé como había empezado esta persecución sin sentido, sólo fue hace dos días, pero me parecía un año.
                                  
                                   Nos conocimos en una fiesta de amigos comunes, la mansión era una maravilla de la arquitectura y creo que ni él sabía los metros cuadrados que tenía.  Inmensa, dos o tres piscinas y un jardín que parecía no tener fin. Yo fui de acompañante de su profesor de esgrima, amigo desde hace años.                          
                                 Según me vio, dijo que se había enamorado de mí, que quería tener una relación  y que nos conociéramos. Pero no me gustaba lo que emanaba  de su persona y no accedí a sus pretensiones. Se notaba la crueldad en su mirada y la prepotencia en sus gestos. Fue cuando se dio cuenta de que no tenía nada que hacer cuando hizo que me empezaran a seguir. Entonces lo denuncié a la policía.
                                Creo que en ese momento fue cuando decidió darme éste susto, y ahora estaba allí, herida y con la sensación de pánico que me tenía atrapada en mi propio cuerpo.
                                
                                  Cambié de postura y me adentré un poco más en la cueva, nunca había llegado tan atrás, de niña pensaba que la roca que se veía desde la entrada era el final. Pero no era así, un pasadizo estrecho y bajo se hallaba en el fondo. Me puse a cuatro patas y tardé casi un minuto en recorrerlo. Se ensanchó de repente y me pude enderezar.
                                     Tenía casi dos metros de altura, fresca y no muy oscura, pues algunos aislados conos de luz se veían en el techo. Caminé durante mucho rato, no sabía a donde me dirigía pero cualquier cosa era mejor que volver atrás. Parecía un enorme túnel sin final y entonces a lo lejos observé la salida, una abertura que semejaba a una puerta iluminada. 
                                       Los últimos metros los hice corriendo, salí al frescor de la tarde y vi que estaba en la entrada del pueblo, a lo lejos, el edificio de la comisaría se alzaba en toda su fuerza y esplendor.    











sábado, 10 de septiembre de 2011

La planta que crecio con rapidez.

                         Salí al jardín a disfrutar del sol de la mañana, era mi hora preferida, las flores estaban en todo su apogeo, abiertas, enormes y perfumadas. Después del paseo diario, me senté a tomarme un café, pensé que había sido una buena idea el comprar la mesa y sillas de hierro que coloqué en el porche. 
                             Al rato una voz que conocía bien me llamó desde la cancela, le grité que pasara y la sonrisa de mi vecino invadió el jardín. Llegó hacía un año a vivir en la zona, su casa quedaba a un kilómetro de la mía, y a diario se daba un paseo para tomar café conmigo. 
                              Me traía un regalo, una pequeña bolsa de semillas. No me pudo decir de lo que eran porque no lo sabía, se las dio un amigo suyo que viajo a un país exótico, sólo le dijo que sus flores eran especiales. 
                               Sin dudarlo ni un instante, cogí los bártulos y me dispuse a plantarlas en un rincón. Eran tan sólo unos pequeños granos verdosos, las cubrí de tierra y a esperar.
                               Al día siguiente, una bonita planta con intenso perfume, había levantado medio metro del suelo, quedé agradablemente sorprendida, el problema fue que los días posteriores, creció al mismo ritmo y una semana después, había empezado a reptar por la fachada de la casa.
                                 Entones empecé a preocuparme. Con ayuda de mi vecino, intenté cortar al tronco, grueso y rugoso, fue imposible, se resistió como si fuera plástico, se doblaba y volvía a su posición inicial. El jardinero que llamé, con herramientas especiales, lo intentó sin resultado.
                           Me dije que tenía que convivir con aquella monstruosidad, un mes más tarde, ocupaba la fachada por completo, igual que una enredadera. Y cuando me levanté al siguiente día, me esperaba una cálida sorpresa, había florecido, unas hermosas flores anaranjadas, brillantes y olorosas, dejaron mi casa como un árbol de Navidad.
                                   Y un día después, murieron y la planta volvió a su estado natural.      
  

Posted by Picasa

lunes, 5 de septiembre de 2011

El pacto de Jesús.

                                      !Ay!, le puse un fondo demasiado oscuro, pero lo cambiaré.


                                Salimos a la vez del trabajo. Después de una larga mañana de papeles y ordenador, nos fuimos a tomar unas cervezas a "Casa Tomás." Lo hacíamos casi a diario, el barucho estaba en primera línea de la playa y era muy agradable sentarte a la sombra mirando el horizonte. 
                           En eso estábamos cuando apareció Jesús, el encargado de mantenimiento. Era una persona a la que todo el mundo quería en la empresa, llevaba casi tanto tiempo como yo, unos diez años. Casado y con un montón de hijos, su mujer lo dejaba los viernes irse de marcha. Nos reímos con  el pacto que tenía el matrimonio. 
                          Al rato se fueron marchando todos los compañeros, yo, al no tener familia me quedé un rato más con Jesús, el del pacto. Bebimos demasiada cerveza, estuvimos hasta casi las seis de la tarde. 
                           Cuando se me pasó un poco la borrachera, estaba en mi cama, al lado, Jesús. Creí morirme. Lo mismo le pasaría a él cuando se despertase. Aquel hombre casado con hijos, dormía en mi cama como si tal cosa. No quería estar delante cuando se diera cuenta de lo que había hecho.
                                 Me fui a duchar, estaba tan profundamente dormido que no se enteró de mis trasteos. Al salir del baño, Jesús ya no estaba, el lunes en la oficina, no se dio por aludido.
                                 
         

miércoles, 24 de agosto de 2011

Primavera.


Posted by Picasa                         Me sorprendió verla posada en la rama, solía estar casi siempre danzando por el claro. Una terrible tristeza en la mirada y las alas plegadas. Todo dejaba entrever que algo doloroso había pasado. Me acerqué con todo el cuidado que pude y la miré a los ojos. Una brillante lágrima cuesta abajo en su mejilla, me dijo que no estaba equivocada. --¿ Que ha pasado, Primavera?
                       Escuchar mi voz, fue suficiente para que empezara a llorar en profundidad, en su cara ríos de pena fluyeron sin miramientos. Cuéntamelo, anda, la animé y mirándome desde la profundidad de sus ojos, me dijo -- Ya soy mayor, me tengo que ir a otro grupo. --No lo entiendo, ¿por qué? le respondí.
                          Funciona de ésta manera, al cumplir determinado número de años, pasamos de nivel, pero no quiero marcharme de aquí, soy feliz. Hablaré con El Hada Mayor, le dije.
                         Me escuchó con amabilidad,  pero fue severa en su respuesta, --Sólo se puede quedar si se casa con un elfo ó un humano. Sabía que Primavera no se casaría jamas con un elfo, los que conocía eran demasiado juguetones y traicioneros, pero yo la amaba de tal forma, que sería capaz de dejar mi vida por ella.
                             Nos casamos en medio del bosque, acudieron todos los seres del lugar. He sido tan feliz a su lado, que nunca  me he arrepentido de la decisión tomada.

martes, 23 de agosto de 2011

A través de mis recuerdos.

Me transportaba e inducía a tener  la más atroz de las sensaciones. Mirando entusiasmada  su magnífica presencia, no pude por menos que pensar en sentires de otros tiempos, en aquellos momentos en que sólo me dedicaba a las confidencias.
                        Cuando lo conocí, él era más joven que yo, después el tiempo y las circunstancias lo hicieron madurar muy rapidamente, entonces parecía muchos años mayor.
                           Ahora que sé que tendré que vivir sin él el resto de mi vida, lo que antes me parecían defectos, ya no me lo parecen, sólo recuerdos de su forma de ser generosa y amable.
                            En mis hijos tengo fielmente retratada la figura de su padre, sobretodo el mayor, es muy parecido a él, los otros dos quizá no tanto. 
                               En fin, que a pesar de todo siento una alegría que me resulta difícil de transcribir,  es porque he descubierto que vivo una segunda vida a través de mis recuerdos.        

miércoles, 17 de agosto de 2011

Simplemente, lo maté.

Me dio mala vibración cuando lo conocí. No es que yo fuera bruja ni nada por el estilo, pero si es cierto que pocas veces me fallaba la intuición. Aparte de esto, cualquiera hubiera adivinado que tenía un fondo oscuro, lo iba cantando.
Si, porque aquel tipo tenía algo que a primera vista no te dabas cuenta, a veces ni en una segunda revisión, pero a la tercera casi era imposible no fijarse. Camuflaba su verdadera forma de ser bajo un aspecto limpio y cuidado, aunque no llevaba ropa de marca, si se notaba de buena calidad. Hablaba por los codos, pero escuchaba con infinita paciencia, le podías estar contando algo sumamente aburrido, que igual te prestaba atención. Y claro, eso, enamoraba.
Y caí como una tonta, cuando me vine a dar cuenta, trabajaba para él y sus vicios, Pasaba el día durmiendo y cuando llegaba a casa lo hacía de bebido y agresivo. Me llegó a fascinar de tal forma, que siempre pensaba que a partir de ese día todo sería distinto, que en parte la culpable de la situación era yo por no prestarle la atención que se merecía.
Fue al año de conocernos cuando me golpeó la primera vez. Esa vez, fue también la última. Me marché tan lejos que pensé que nunca me encontraría.
Pero lo hizo, al año más ó menos, me mando un mail a mi nueva dirección, contando como se presentaría en breve ante mí. Fue su peor error.
Nunca imaginé que yo, educada en un colegio cristiano y con una familia de lo más conservadora, pudiera hacer lo que hice. Pero con el tiempo me di cuenta que cuando todas las puertas se cierran, siempre queda una ventana.
Simplemente, lo maté.

lunes, 15 de agosto de 2011

Las riendas de mi vida.

                                      Salir del más absoluto de los anonimatos, supuso para mí algo nuevo e inusual. Llevaba tanto tiempo recluída en casa, que cuando la vida me dio la oportunidad de entrever el mundo en que vivimos, me lancé a ello de cabeza. Cuando pasó esto, yo no era ninguna chiquilla, hacía ya unos años cumplí los cuarenta, a pesar de ello, ignoraba casi todo.
                               Tuve que conocer a una persona que fue mi salvación, me cogió de la mano y me hizo traspasar la puerta del desconocimiento. Queda claro que no estoy hablando de conocimientos culturales y de lo que se aprende en los libros, de eso estaba bien surtida. Hablo del dorado conocimiento que sólo se aprende viviendo y teniendo experiencias, cayendo y levantando el cuerpo maltrecho.
                              Cuando empecé a tener mis primeras experiencias, hacía ya cuatro años que mis padres habían muerto y yo, sin cargas familiares y una sustanciosa herencia, era un buen fruto para cualquiera. Bueno, eso decía mi maestra, la que me empujaba diariamente a encontrar la felicidad.
                              Y de esa extraña forma, empecé mi aprendizaje por la vida. Pero cuando llevaba ya cinco ó seis años "aprendiendo" fue cuando me di cuenta que aquello no era lo que se me apetecía hacer. Como no era tonta sino ignorante, poco a poco fui tomando las riendas de mi destino, decidí hacer lo que estuviera en mi mano para organizarme sin ayuda. 
                              La decisión estaba tomada, eso era lo realmente importante.                                    

Ingenuidad.

                    Cuando el día dio paso a la noche,  sabía que ya era hora de volver. A diario iba a la campiña que rodeaba nuestra casa, y como una tonta, pasaba horas tirada al sol. Me fascinaba los colores que se entreveían en medio del follaje, tonos cambiantes según la hora brillaban sin más, dorados intensos y a veces más claros, verdes algo amarronados y amarillos, en alguna ocasión de mucho sol, pude observar un rojo que casi parecía sangre.
                           Entrecerré los ojos, queriendo imaginar  que formaba parte de ese lugar. Quizá sería un árbol, o mejor buscaría alguna cosa más femenina. Una flor, me sonaba demasiado cursi, pero un arbusto o alguna hoja caída.... no me terminaba de resultar. Entonces pensé en el río, permanecía ahí impertérrito, por los siglos de los siglos. Si, creo que había encontrado la definición exacta para mí, pues como decía mi abuelo, un río nunca era igual, cambiaba de segundo en segundo.
                       Así era yo, cambiante. Nunca pensaba lo mismo, y si hoy me gustaba tal cosa, era posible que mañana la rechazara. Sería por eso que Juanillo, el chico que cuidaba de las cabras, todos los días, cuando nos encontrábamos, me preguntaba lo mismo, ¿ me quieres ?. Yo siempre le decía que sí, porque el día que para cambiar, le dije no, estuvo llorando casi una hora, las cabras solas por el camino y él, llora que te llora.
                              Seguí divagando un rato más, pensar en mis cosas me gustaba, aunque mi madre siempre decía que yo todavía no tenía nada en que pensar, que era muy pequeña, y que cuando me casara y tuviera hijos ya sabría lo que era el significado de la palabra.
                                  Juanillo se estaba retrasando, la voz de mi madre ya se empezaba a oír a lo lejos, ! Carmen, Carmen !, llamaba con el susto metido en el cuerpo, pensando que me podía haber caído al río o algo parecido.
                                   Me levanté con desgana mirando al cielo, el día ya había dado paso a la noche, sabía que tenía que volver.

lunes, 18 de julio de 2011

Margara y su hija están de acuerdo.

            Margara tenía una hija de diecisiete años, ella contaba treinta y cinco, se llamaba como ella, Margara. Se llevaban a muerte, la hija no podía ver ni en pintura a la madre y ésta, creía que la mejor manera de llegar a ella era siendo su amiga. Craso error, jamás una hija y una madre podrán llegar a tener amistad, se llevarán mejor o peor, pero amigas, nunca.
                 Margara madre, era joven y muy guapa, Margara hija era la envidia de sus amigas, pero mientras su madre  más aceptación tenía entre su grupo, más rabia y odio le tenía ella.
                 Tenían una posición económica envidiable, la madre se separó de su primer marido hacía ya varios años, hacía uno que vivía con un novio cinco años menor que ella. Por supuesto, la hija lo odiaba. No entendió nunca como su madre se atrevió a meter a un desconocido en casa. Pero Margara madre comentó que la envidia que le tenía su hija era muy dañina, que todo lo que ella hiciera lo encontraría mal.
                              Y fue el dieciocho cumpleaños de la hija, lo celebraron en la mansión donde vivían en la zona de la piscina. Como siempre y a pesar de los ruegos, la madre en medio del grupo joven, acompañada por el fantástico novio. 
                                Margara hija había observado las miradas que con cautela y disimulo le lanzaba aquel, le molestaban, no se atrevía a decírselo a su madre porque ya sabía la respuesta, por otra parte,  también le gustaba que un hombre mayor se sintiera atraída por ella. Y fue pensando en como hacer que el tipo saliera de allí. Ni corta ni perezosa, empezó a flirtear a espaldas de su madre. El muy tonto cayó en la trampa. Los encontró la madre en la cama una semana más tarde. Gritos, lloros e insultos se oyeron durante días en aquella casa. El novio, por supuesto, salió de la casa y allí quedaron las enemigas, una satisfecha y la otra planeando la venganza.
                              Que no le costó demasiado, porque seis meses más tarde, Margara hija empezó a salir con un chico, estaba más que enamorada. Y ahí la madre se dijo, ojo por ojo, diente por diente.
                                Y como le pasó a la hija, tampoco le costó demasiado convencer al joven para meterlo en su cama. Cuando Margara hija lo descubrió, se repitió la escena de seis meses atrás.
                                    Un mes después, cuando empezaron a hablarse de nuevo, llegaron a una drástica conclusión. Por una vez en su vida, estuvieron de acuerdo en algo, que los hombres son tan torpes y estúpidos, que con tal de f....,lo hacen con quien se les ponga delante.  

viernes, 10 de junio de 2011

El desnudo que cambió mi vida.


               El día que cumplía los treinta, me levanté temprano y me miré al espejo del baño, lo hacía a diario, pero ese día era especial, se cumplía un ciclo, al menos yo, lo veía así. La diferencia entre el pasado año, cuando también me miré al espejo, era evidente, más arruguitas en torno a los ojos y el surco ese que le llaman nasogeniano, mucho más marcado. Después de una serie de miradas más y de decidir que tampoco estaba tan mal, me di una ducha y bajé a desayunar. Había organizado una fiesta para esa noche en mi casa, con mis amigos, la familia la reuniría otro día.
                   Trabajaba en una compañía de transporte como secretaria de dirección, estaba bien considerada y tenía buena relación con mis compañeros. Amigos y amigas, tenía muchos, llevaba una intensa vida social con la que me sentía a gusto, pero lo que realmente estaba necesitando, era sentirme elogiada, mi cuerpo quería que alguien se sintiera cautivado por mí. A nadie se lo había dicho, casi me costaba decírmelo a mi misma, pero era cierto. De un tiempo a esta parte, pensaba cada vez más en ello, nunca había pasado por eso, pero en mi interior, era casi como una sensación que estaba segura, me haría más feliz. 
                       Me quité los pensamientos que no me llevaban a ninguna parte y me decidí a dedicarme a lo realmente importante, que era terminar de organizar la fiesta de esa noche. Casi estaba todo preparado, en la terraza que rodeaba mi casa, había preparado mesas y sillas paras los invitados, un catering, vendrían luego y se encargaría de todo. 
                          La reunión empezó y todos los invitados llegaron puntuales, nos reunimos más de cincuenta personas, a algunos, no los conocía pues eran amigos de otros. Hacia medianoche, uno de los invitados propuso un juego, el típico de yo te pregunto y si te equivocas, te quitas una prenda de ropa. Cuando media hora después y muchas copas, me vi medio desnuda en medio de mis amigos, ni siquiera me inmuté, me sentía plena de satisfacción al mostrar mi cuerpo, era como si hubiera encontrado mi realización personal. La fiesta terminó de madrugada, muchos amigos se quedaron a pasar la noche en casa, sitio había para todos, ya que era una inmensa mansión heredada de mis abuelos. 
                          Nos reunimos al siguiente día, cerca del mediodía, a tomar algo parecido a un desayuno. Hablé en un apartado con Jaime, era dueño de un local de streptease, entendió mi propuesta y a los dos días, hice un número en su sala. Fue tal el éxito que tuve, que al poco tiempo me convertí en lo que los clientes demandaban con más entusiasmo. 
                              Encontré mi forma de vivir con la mayor de las satisfacciones. A partir de ese día, fui una mujer feliz.
                            




     




                   

jueves, 2 de junio de 2011

Mis alumnos y yo.



                        Mientras le invadía una rabia incontenible, me gritaba, que sólo puede haber una verdad. Yo intentaba calmarla respondiéndole con palabras al menos, bajas de tono, Claudia, esa es tu verdad, pero cada persona puede tener la suya propia, no es tan sencillo. Me limito a las religiones que hay en el mundo, son casi infinitas y cada uno cree que su dios es el auténtico, cada uno cree tener su verdad, Claudia, le dije.  Sus ojos echaban chispas, eso no funciona de esa forma, sólo existe una sola verdad, somos o no somos. El que está al otro lado, está equivocado.
               Todos los días discutía problemas de índole parecido con mis alumnos, estaba quemado, pero el curso se acercaba a su fin y me iba a pasar unos días a mi casa del lago, hacía tiempo que no iba y la echaba de menos. Así que una semana más tarde, acabó el curso, preparé mis bártulos y me marché. La casa, o más bien la cabaña, porque estaba hecha de madera, se situaba en medio de una extensa arboleda de pinos, en la parte trasera había un pequeño huerto descuidado y un terreno con árboles frutales. Aparqué el coche y disfruté respirando el aroma del campo, se acercaba el atardecer y  todavía no se notaba el calor del verano. Esa tarde, después de ordenar mis cosas, di un largo paseo por los alrededores, no encontré ningún vecino, así que regresé pronto a casa y me acosté.
         Cuando a la mañana siguiente me desperté, lo hice porque oí voces desconocidas, lo que no era habitual por aquel lugar, me asomé a la ventana, aún sin vestir y vi unos chicos que parecía iban de acampada o algo por el estilo, cargados con mochilas y bolsos. Puse el café al fuego y me acerqué a la puerta, seguro que se han extraviado, pensé, no es normal que la gente llegue tan lejos. Cuando se acercaron y vi los saludos efusivos que me dirigían, me di cuenta que eran un grupo de alumnos del colegio donde impartía mis clases. Me quedé de una pieza, reconocí entre ellos a la chica conflictiva, Claudia y unos cuantos más que no recordaba su nombre. El cuento de que casualidad, profesor, no sabíamos que usted estaba aquí, y otras boberías por el estilo, no me lo creí. No entendí quien le pudo dar la dirección de mi cabaña.
                       Pero lo importante ahora, era quitármelos de encima. Se tomaron un café y aseguraron que iban a una zona cercana de acampada, se marcharon en media hora y respiré tranquilo. Mientras los veía irse, miré al cielo, unos nubarrones de sospechoso color oscuro, se acercaban, era habitual las tormentas en la zona, así que imaginé que una de ellas estaría por llegar.
                          Y no me equivoqué, hacia media tarde una lluvia intensa barrió el lugar y al poco, los truenos y relámpagos le hicieron compañía. Una vez que cerré puertas y ventanas y hube encendido un pequeño fuego en la chimenea, me senté a leer.
                           A medianoche, los golpes de la puerta eran tan fuertes que me despertaron y ahí estaban, mis alumnos empapados y tiritando de frío.
                               No les cuento, sino que pasé la noche con ellos, al día siguiente, los llevé a sus casas. La próxima vez que tenga vacaciones, lo tengo claro...cogeré un avión.                        




       

                 









miércoles, 1 de junio de 2011

La detective.( II )


                           Salí con tranquilidad de mi casa y supe que no iba a volver jamás. Fue como una especie de premonición, porque nada hacía presagiar lo contrario, pero sucedió de esa forma, ni siquiera miré atrás, lo que dejaba, no era como para observarlo ni por un momento.
                               Y pasó tanto tiempo, que en mis recuerdos se borraron aquellos momentos desagradables. Cuando años más tarde intenté visualizarlos de nuevo, fue imposible. No es que me importara demasiado, pues otro tipo de situaciones, habían invadido mi vida, haciéndola mucho más agradable que lo que ahora recordaba.
                                         Me dediqué a estudiar lo que realmente me gustaba y no se como llegué a ser detective privado. Pero en este momento, me siento feliz de lo que he conseguido por mis propios medios. No puedo decir, que le deba a nada a nadie. Mientras estaba con estos pensamientos, que no se  por que se me ocurrieron en estos momentos, sonó el timbre de la puerta. Era un típico ring de esos antiguos, pues la casa lo era y no lo cambié porque me gustaba el sonido. Abrí con diligencia y me encontré cara a cara con un sujeto de lo más feo que he visto en mi vida. Pero mantuve el tipo, un suave que desea?, fue lo que pudo escuchar de mí, me respondió con un busco al detective privado, amablemente, lo hice pasar. Como suele suceder casi siempre, se sorprendió de que fuera una mujer, y como hago casi siempre, sonreí, y le incité a que empezara a contarme.
                                         Creía que su mujer le era infiel, pero cuando la historia se alargó un poco, resultó que no era la mujer con la que estaba casado, sino la amante. Quería que hiciera un seguimiento a su amante, la esposa, según me dijo, pasaba los días en casa y era buena gente. Así la definió. Me dio ganas de vomitar al escuchar a este machista venido a menos, pero no me podía permitir el lujo de abandonar un trabajo, ultimamente, las cosas no iban demasiado bien y mis ahorros, tocaban a su fin.
                                  Empecé a seguir a la amante al siguiente día, era una mujer entrada en años, pero con buena apariencia, no entendí lo que pudo ver en ese hombre, pensé que podía haber encontrado algo mejor. No hizo nada especial, fue al trabajo y luego a su casa, por la tarde salió al supermercado y ahí se acabó su día. A la mañana siguiente, sobre las once, me visitó el tipo de nuevo, quería que le contara, le repetí que le daría datos dentro de una semana, que yo lo llamaría. Me miró con lascivia, iba cogiendo confianza y me dieron ganas de escupirle a la cara.
                                   El segundo día, al ser Sábado, la mujer no trabajo y salió sobre las doce, cogió un autobús cercano y se sentó en una cafetería del centro. Yo entré y tomé una mesa a su lado. Al rato, llegó otra mujer de su misma edad, se saludaron con afecto y comenzaron a charlar. Al poco rato y para mi sorpresa, me dí cuenta que la segunda mujer era la esposa de mi cliente. Entre las dos, tramaban un plan. Según lo que oí, el sinverguenza, ponía cuernos a una y a otra. Como se llegaron a conocer, no lo sabré nunca, lo que si sé, es que a la semana siguiente, cité al hombre feo, le dije que su amante era una buena mujer, que no iba sino de su trabajo a casa y viceversa, que no se tenía que preocupar de nada.
                            Sabía que ellas, se encargarían de darle su merecido.

                             

                                 



martes, 31 de mayo de 2011

La enfermedad lo cambió.

                 Me salió un agudo tono de voz cuando me enfrenté directamente a sus palabras, si supieras el sufrimiento que me has causado y con el que he tenido que vivir todos estos años, hablarías de otra forma. Me miró como si viera a una desconocida, no entendía lo que después de tanto rato, intentaba explicarle, era como hablar con una pared. La pared, que en este caso tiene nombre y apellidos, se dio media vuelta y salió de la casa. Buscando apoyo, recurrí a mi madre, ella siempre comprendía mi situación y encontraba las palabras adecuadas para hacerme sentir mejor.
                       Mi padre, no es que fuera malo, aunque dicho así suena un tanto ambiguo, pero era el típico padre que protestaba por todo, si no había nada por lo que estar mal, él lo buscaba para continuar con su protesta. Cuando en casa todos fuimos creciendo, nos marchamos según pudimos, era imposible resistir esa especie de tortura psicológica a la que nos había sometido, aún sin él darse cuenta.
                            Y cuando todos nos habíamos ido de casa y mi madre estaba sola con él, fue cuando un día cualquiera, la avisaron de que estaba hospitalizado. Una ictus cerebral, postró a mi padre en la cama. Y tanto mis hermanos como yo, volvimos a casa para ayudar a mi madre.
                       Se fue recuperando poco a poco, era fuerte, pero lo más singular de esta historia, es que perdió la memoria y también cambió su manera de ser. Al año, estaba casi recuperado, era otra persona, no recordaba el pasado y nosotros, intentábamos que su presente fuera menos siniestro que su anterior forma de ser. Resolvimos quedarnos en casa, la persona que conocimos había cambiado para mejor.

Una apreciación equivocada.

                          Demasiado sumiso y caritativo, casi parecía de esos curas antiguos que ya no se ven. Esa fue la primera impresión que me causó Eugenio, también es cierto que lo conocí en un mercadillo de beneficencia que se organizaba anualmente en mi barriada, él, podía pensar lo mismo de mí, al verme tras un mostrador vendiendo chucherías de segunda mano. Casualmente, su caseta, estaba frente a la mía, pero no por eso me fijé en él, creo que si lo hubiera visto en una calle llena de gente, también me hubiera dado cuenta de su existencia. 
                            No es que fuera guapo, dentro de lo normal, de pelo oscuro, no muy alto y lo que más me atrajo, fue la coleta con la que recogía su corta melena. Pensé que si tenía ese atrevimiento, un cura, no era y a partir de ahí, el campo quedaba libre. 
                            Me llevaron al mercadillo medio a rastras, pues no era mi intención pasar tres días atendiendo gente tras una mesa, pero debía un favor y por ahí, me cogieron. Hacía un sol de justicia, al mediodía parábamos a descansar, me iba hacia casa, cuando al pasar por una zona apartada en donde sorprendía encontrar una sombra producida por palmeras, lo vi.
                               Rapidamente cambié mi itinerario, me acerqué como si hubiera tropezado con él, lo saludé sin entusiasmo y le comenté si tenía algún problema en que me tumbara a su lado. Así, directa. Lo medio desperté de su sueño, me miró como si no me conociera y muy amablemente, me hizo un hueco junto a él. No se como surgió aquella pasión entre los dos, no acudimos al mercadillo de la tarde, era imposible, teníamos otras cosas más importantes que hacer y que pensar.
                              Aquel hombre que me pareció casi un cura, resultó ser el más fogoso de los amantes, tiempo después, compartimos nuestra forma de vivir, hasta el día de hoy, realmente, no me arrepiento.



miércoles, 25 de mayo de 2011

La detective.


                        Cuando mas tranquila estaba, sonó el teléfono, alargué la mano y tiré del cable, un malhumorado diga, fue lo que escuchó la persona que estaba al otro lado. La persona o lo que fuera, porque por mucho que repetí un par de veces más, el consabido diga, nadie me contestó, no era la primera vez que me pasaba y dada mi profesión, tampoco sería la última. Soy detective privado. 
                              Más bien privada, ja, ja, porque soy mujer, una de las pocas que existen, si, pero desde siempre me gustó este trabajo, igual que me gustó el de escribir. Por eso voy por mi segundo libro, el primero, tuvo un éxito regular, espero que éste sea más llamativo al público.
                          Terminé mi rutina habitual, que suele ser tres horas de escritura por la tarde, por la mañana, la dedico a lo que realmente es mi profesión. Cerré el programa en el que estaba, y antes de ponerme la ropa de deporte para ir a correr un rato, se me ocurrió mirar mi correo, un mensaje desconocido apareció en la pantalla, deja lo que estás haciendo o te arrepentirás, puta, lo último supongo que lo pusieron para asustarme, porque si no, no tenía mucho sentido, no obstante me quedé un poco impactada, todos los días no recibía esos mensajes. Intenté olvidarlo y salí a la calle.
                             Cuando llevaba tres kilómetros corriendo, ya no me acordaba de nada, mi mayor preocupación era que el aire entrara en mis pulmones. Me paré durante unos minutos, las manos apoyadas en las rodillas, intentando que mi caja torácxica, se expandiera un poco, cuando levanté la cabeza, unas piernas de hombre estaban ante mí. Me terminé de incorporar con rapidez y lo miré, desea algo?, fue lo primero que se me ocurrió preguntarle aún jadeando, claro que si, preciosa, dijo el tipo. Nada mas verle la cara, supe que no era de fiar, así que mientras me terminaba de recuperar del cansancio que sentía, le dije cuatro ó cinco tonterías para hacer tiempo, después, haciéndome la tonta, le insinué que me acompañara a mi casa, a lo que el muy bobo accedió.
                      En el trayecto, se mostró como se supone que tienen que hacerlo los malos, bueno, los malos venidos a menos como lo era aquel, porque yo era perro viejo en esta historia y había dado con tipos duros, este, se me quedaba corto, mas bien me daba risa. En un recodo del parque en donde nos hallábamos en aquel momento y dado que ya empezaba a oscurecer y no había gente, me dije que era mi momento, lo tiré al suelo y le hice una llave de la que por más que lo intentó, no pudo zafarse. Dos minutos después, me había contado lo que necesitaba y tres amenazas más tarde, se largó corriendo hacia un lado, yo, hacia otro, por si acaso.
                       Llegué a casa y después de echar todos los cerrojos y demás, me di una ducha y me puse cómoda, me senté ante el ordenador dispuesta a poner orden en lo que había vivido en las últimas horas. Sabía de quien provenían las amenazas, estaba llevando un caso de una mujer cuyo marido no aceptaba la separación, me mandó al tipejo en cuestión para que me asustara, tenía que solucionar esto cuanto antes. Le puse un mensaje para que viniera a verme al día siguiente, quería hablar con ella.
                          Acudió a la hora convenida, una mujer de las que los hombres vuelven la cara por la calle, tampoco ella hacía nada por evitar que se notara que era maravillosa, sino todo lo contrario, a las diez de la mañana, taconazo y perfume de ese que marea, pintada hasta las cejas y un maquillaje de un centímetro de espesor. Se sentó y cruzó las piernas, perfectas, como no podía ser de otra manera. La puse al día de los últimos acontecimientos, no pareció sorprenderse mucho, me preguntó que es lo que iba a hacer y le dije que lo dejara de mi mano. Sorprendentemente, unas lágrimas empezaron a caer de sus ojos llenos de rimmel, que debería ser de ese antiagua, pues no se le corría por más lágrimas que brotaran.
                     Me senté a su lado para consolarla, es lo que se supone que hay que hacer con las clientes que pagan tan bien como aquella, sin que me lo esperara, me miró con sus ojos pardos y acercándose lentamente a mi boca, me besó. Pasamos la noche juntas y el día, con su dinero, contratamos gente que solucionó el problema de su marido con rapidez, nosotras así, pudimos disfrutar de nuestro amor sin engorrosos impedimentos.


        


                               

                           

viernes, 20 de mayo de 2011

Unos desconocidos en la noche.

                     Rozaba mi mano por la áspera madera del puente mientras lo atravesaba. El río se había secado hacía ya años, su cauce estaba lleno de piedras, hierbajos y matojos que crecieron a su libre albedrío, también en el puente pasaba lo mismo, al caminar, notaba como mis pies calzados con sandalias, se enredaban en las hierbas altas. Había otro camino pero a mi me gustaba más este, me resultaba más sugerente y cautivador.
                      Cuando era pequeña, si que veía el río, con sus aguas profundas y caudalosas, que al atravesar bajo el puente sonaban con un estruendo entre gorgoteos y murmullos, era un escándalo un tanto especial, como sólo un río sabe hacerlo.
                            Al finalizar el trayecto, se levantaba un intenso bosque de acacias, laureles y abetos. Un bosque tan tupido que la gente de la zona procuraba no adentrarse, pues se decía que quien se perdiera, no encontraría el camino de vuelta, jamás. A mi no me daba ningún miedo, pues conocía el lugar a la perfección, de hecho pasé mi infancia y adolescencia correteando por esos bosques.

                              Seguí mi caminata y me adentré en el bosque conocido, una vereda descubierta años atrás, me dio paso a otra que no conocía en demasía, pero que se me ocurrió explorarla y descubrir nuevos trayectos. Me adentré con entusiasmo, unos enormes laureles a ambos lados de un suelo arenoso, formaban un arco, dejando su suave y fresco perfume, para quien quisiera saborearlo. Respiré profundamente mientras intentaba que la arena y los pequeños picones no entraran en mis zapatos abiertos. Por último me decidí a descalzarme y seguí el paseo con ellos en la mano.

                                  A ambos lados del sendero crecían sin ningún pudor moras y frambuesas, a ratos tiraba de unas y otras, las limpiaba en mi vestido y merendaba. El trayecto se hizo tan largo que una hora después, ya cansada y harta de tanta fruta, me tumbé en un recodo del camino, a la sombra de un ciprés y sin darme cuenta, me quedé dormida.

                            El paso del tiempo y de mi sueño fue rápido, pues cuando abrí los ojos me envolvía un oscuridad de lo más intensa. Me desperté sin saber muy bien donde me hallaba, me levanté despacio y pasé un rato de auténtico esfuerzo hasta averiguar por fin cual era mi situación. Poder ubicarme me costó varios minutos y una vez que lo conseguí, busqué en mi mochila la pequeña linterna que siempre llevaba conmigo.

                             Pero su ayuda no fue suficiente, pues unos metros más allá, a la derecha del sendero, un impresionante abismo abría sus fauces dispuesto a tragarse a quien diera un mal paso. Analizando la situación, cavilé que mejor daba marcha atrás y me quedaba a pasar la noche en donde estaba, como mucho volver por donde vine, ya que al menos era un camino seguro. Pero al poco, oí unas voces que hicieron que me mantuviera quieta en donde me encontraba. Voces susurrantes, murmullos, por momentos, hilarantes. En principio pensé dirigirme a ellas, pero algo me hizo quedarme quieta, escondida tras unos arbustos y esperar, a los pocos minutos, un grupo de hombres y mujeres pasaron ante mí, por lo que pude escuchar más que ver, se notaban contentos, se les oían reírse y por momentos, entonaban canciones. Llevaban linternas y al que pasó cercano a mí, vi que tenía un gran ramo de flores entre las manos. No comprendí la situación, de madrugada, cantando y con flores, decidí seguirlos.
                      Llegaron a un claro del bosque e hicieron una especie de acampada, un fuego generoso, surgió como por arte de magia, y de las mochilas de aquella gente empezó a salir comida y bebida. El miedo que sentí al escucharlos, se evaporó, lo había sustituido por un extraño placer al mirarlos. Y así fueron pasando la noche, ellos comiendo, bebiendo y cantando y yo, mirando sin perder detalle.
                         Cuando fueron las tres de la mañana, la luna que iluminaba el bosque, se oscureció por una nube negra que pasó ante ella, al alejarse, los desconocidos, se habían convertido en duendes, hadas y elfos, y yo, me despertaba de mi sueño y buscaba el sendero desconocido, que encontré sin dificultad...porque ya era de día.





                                 

 





                            
                             




miércoles, 11 de mayo de 2011

De vuelta a casa.


           Vagueando y encantadas de no tener nada que hacer, yacíamos tumbadas sobre la fresca hierba del prado. La mañana se esforzaba en impedir la aparición del atardecer, pero era inútil, pues la caída del sol se vislumbraba tras las montañas, dejando sumida a toda la zona en un perfecto prisma de tonos amarillos y rosados, en los que tanto a mi hermana como a mí nos tenían absolutamente hechizadas. 
         Cuando ya la oscuridad empezó a hacer lentamente su aparición, nos levantamos con desgana, caminando lo desandado hacia nuestra casa. Vivíamos en un pequeño pueblo rodeado de montañas, bosques y prados, un poco más alejado, había un río en donde nos bañábamos los días de calor de los veranos. Desde siempre supimos lo que era estar en íntimo contacto con la naturaleza.
           Pero crecimos, fuimos a la universidad, aprendimos lo que era vivir en una ciudad grande, supimos en poco tiempo cosas que jamás imaginamos y nos adaptamos tan rápido que al poco nadie podría decir que chicas de pueblo.
                Cuando volvimos a casa, habían pasado tantos años que ya ni recordábamos la última vez que estuvimos allí, no había dinero para ir a cada momento como hacían otras compañeras, ahora éramos mujeres y cuando nos marchamos, sólo dos adolescentes.
                   Yo, estudié derecho y mi hermana medicina. Nuestra llegada supuso en mi casa casi una fiesta y en el pueblo, otro tanto. 
                       Todo estaba igual, los ojos que lo veían, eran los que habían cambiado. El encuentro con mis padres y mis hermanos pequeños fue de lo más emotivo, saludamos efusivamente a los vecinos cercanos y por la tarde, paseamos por el pueblo.
                             Alrededor de la casa de mis padres, el mismo jardín y las mismas violetas, más allá, los enormes ramos de romero y lavanda, seguían ocupando su lugar habitual. Al día siguiente, mi hermana y yo, fuimos al prado, era lo que más echábamos de menos, como antaño, nos pusimos pantalones cortos y camisetas holgadas, y como antaño, dejamos que la tarde se nos echara encima para poder sentir el suave inicio del anochecer.
                               Mordisqueamos la yerba descuidadamente y recibimos con entusiasmo los últimos rayos del sol, tumbadas sobre el césped verdioscuro, miramos hacia las montañas que tan bien conocíamos, los tonos violáceos se apoderaban de ellas, mientras de común acuerdo nos pusimos en marcha hacia nuestra casa. De vuelta, comentamos como todo seguía igual, pero todo era tan distinto.