martes, 26 de junio de 2012

Vacaciones.

                                                Conducía feliz por la autopista, en media hora estaría con él e imaginaba su cara de alegría al verla. Paró en la gasolinera a repostar, hacía un día nublado y ventoso y una intensa calima que arrastraba un polvo arenoso la hizo entrecerrar los ojos. La carretera era un tanto fantasmagórica, una borrosa línea gris rodeada de la sequedad del desierto cercano. Bajó del coche sujetando la falda que revoloteaba alrededor de sus piernas,  e intentó mantenerse derecha sin conseguirlo del todo. 
                     La gasolinera era un tanto siniestra, abandonada de la mano de Dios en medio de la nada. Empujó la puerta con fuerza y entró. Una pequeña barra a la izquierda y a la derecha el empleado sentado tras una antigua caja registradora. Tan solo atravesando una puerta se había trasladado en el tiempo treinta años atrás.
                           Se acercó al hombre y le pidió que llenara el depósito, él la miró sin verla y se levantó despacio saliendo con una parsimonia digna de un mimo y Claudia se acercó a la barra, pidió una coca-cola y esperó, el muchacho que la atendió era igual de silencioso que el otro, suspiró resignada y se tomó el refresco a pequeños sorbos.
                              Miró en derredor, dos parroquianos sentados un poco más allá, la observaron con descaro, empezó a ponerse nerviosa y pidió una cerveza, quizá el alcohol la relajaría un poco. Cometió una imprudencia al no salir de la ciudad con el depósito lleno, ahora se veía allí entre aquella chusma desconocida y ni siquiera tenía cobertura en el móvil.
                                  Pensó que no era buen comienzo de vacaciones.
                                  Fue su último recuerdo antes de sentir el disparo certero que acabó con su vida.
















         

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