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jueves, 30 de agosto de 2012

Un cambio en la vida de Marta. (1. parte.)



                                          Marta salió temprano, mochila al hombro y botella helada de agua en la mano. Cerró la verja del jardín tras de sí y cruzando el paso de peatones accedió a la cercana parada de guagua en donde se sentó mientras sacaba un aplastado paquete de cigarrillos de los vaqueros.
                               Pensó una vez más en lo que iba a hacer a pesar de que ya tenía la decisión tomada, tenía bien claro que no quería seguir viviendo entre miseria y miserables.
                                  La guagua llegó en ese momento sacándola de sus cavilaciones, aplastó el cigarrillo y subió. Se sentó detrás del conductor, al lado de una señora que llevaba un carrito de la compra, seguro que iba al mercado pensó, era lunes y la gente del lugar solía ir a buscar los productos frescos. Al fondo se escuchaba la algarabía de voces de jóvenes de su edad, todavía no la habían visto ya que la gente que iba de pie la ocultaba de sus miradas, pero en cuanto se dieran cuenta empezarían a molestarla. Sacó los cascos de la mochila y se los colocó, disimularía que no los oía con la música.
                                   Se bajó al llegar cerca de la playa, tendría que caminar un rato, Yazmina vivía en una barriada en donde la guagua no llegaba. Empezó a subir la empinada cuesta, el sol estaba fuerte y haciendo aspavientos para no dejar de caminar, se quitó el jersey.
                                  Según se acercaba al poblado de  chabolas surgieron a su alrededor los vendedores de drogas. Disimulaban  pegados a los coches, bebiendo cerveza y fumando cigarros. Apartados entre sí, cada cual tenía su pequeña zona y ninguno osaba invadir la del otro. En cuanto se acercaba un coche, conocían las matrículas, sabían a quien buscaba  y el vendedor se acercaba con rapidez.
                                    Marta pasó entre ellos sin saludar a nadie a pesar de que  los conocía a todos de vista, la barbilla alta y mirando al frente, en seguida surgieron los chistosos, — !eh! mírala a ella, ¿que te pasa pelirroja?, ¿te crees mejor que nosotros?, !orgullosa!. Y seguida por sus actitudes frustradas y sus vidas de fracaso y desgracia, caminó si cabe más deprisa hasta llegar a la casa de su amiga.
                                  Yazmina la esperaba con la puerta abierta, el más pequeño de sus hijos a horcajadas y siempre aquella sonrisa que inspiraba determinación y ánimo.
                                            — !Tía, como vienes, pero si estás empapada!.
                                            —¿Te parece poco el calor que hace fuera?.
                                            — Anda, entra, pasa al patio que estarás más fresca.
                                         La casa de Yazmina era de las pocas que parecía "de verdad"; terrera, cuatro dormitorios y dos baños, el patio era hermoso, lleno de azulejos hasta el techo y al descubierto, se veía el cielo, en un lado un toldo aislaba del calor la mesa y sillas que se encontraban debajo. Me trajo una cerveza bien fría y puso el ventilador de la esquina, al rato empecé a encontrarme mejor.
                                     Estuvimos unos minutos sin hablar, después Yazmina dijo, — entonces estás dispuesta a marcharte.
                                     — Claro —, le respondí en voz baja, acuciada por pensamientos inoportunos—, no puedo imaginar ni por un momento seguir viviendo de la misma manera que hasta ahora.
                                     —En la habitación de los niños está Juan, el hombre del que te hablé, le dí la foto, no hace falta sino que le entregues el dinero y empezará a maquillarte, el carnet y pasaporte lo tiene listo.
                                         — Aquí lo traigo —, dijo Marta en baja voz mientras abría la mochila.
                                — Lo tienes claro —, respondió Yazmina y más que una pregunta fue una afirmación, se les llenaron los ojos de lágrimas y un fuerte abrazo entre las dos las hizo volver a la realidad, tenían que apoyarse en la fortaleza de la otra.
                                        Dos horas después, cuando Marta salió de la casa, nadie la hubiera reconocido. La esperaba un coche en la puerta, estaba planeado hacía ya tiempo y todos sabían pero a nadie se le ocurriría decir ni una palabra, el dinero y las normas  imperaban en su grupo social.
                             En el aeropuerto nadie se fijó en ella, el cambio era significativo, formaba parte de esas personas en las que nadie se fija porque no tienen nada de especial, personas grises y sin rostro. El amigo de Yazmina había hecho un buen trabajo.
                               
                           






.                                
                                       
  




 





                                         
  









                              

jueves, 5 de julio de 2012

La desconocida.

                                    El primer día que la vi, supe que me había enamorado. Según fue pasando el tiempo me dí cuenta de mi error. 
                         Tenía nombre de cuento de hadas, Clara, y toda ella era dulzura,  suavidad y ternura. Tuvimos una relación que de tan corta no terminó de convencer a nadie y seis meses después, nos casamos. 
                          Los primeros meses vivimos una luna de miel, cuando empezaron los celos  y las desconfianzas, supuse que eran las típicas inseguridades de recién casada, pero a los pocos meses era tal el agobio y la presión a la que me tenía sometido, que decidí buscar ayuda. Un psicólogo amigo me sugirió que ella fuera a su consulta, tras esa propuesta, los gritos y desafueros se oyeron desde lejos. Lo intenté por varios medios y nada dio resultado. 
                                   Un año más tarde, la tensión en que vivía era de tal calibre que pensé que de ahí a la locura, había sólo un paso. 
                                 Fue por aquel entonces, que decidí acabar con la vida de Clara.

jueves, 21 de junio de 2012

El accidente.

                                         La mariposa atravesó el jardín con esa levedad a la que acostumbran y los ojos de Mery se aferraron a ella deseosos de poder imitarla. Con tristeza miró la silla de ruedas que su cuidadora había dejado a un lado, y dejó escapar un profundo suspiro de impotencia.
                                  Por una equivocación de la vida estaba donde estaba, amarrada a las decisiones de los demás. Echó el cuerpo hacia adelante, despegándolo del sillón y sintió la agradable sensación de frescor en su espalda.  Una vez más intentó mover las piernas pero como pasaba siempre, el intento fue en vano. Al principio lloraba y gritaba con esa frustración, ahora lo aceptaba con calma.
                           Dentro de poco hacía ya dos años del accidente, se había convertido en una persona diferente, de alguna forma la vida le había dado lo que con tanto afán le pidió: abundancia de dinero. Ahora tenía la estabilidad económica que siempre soñó, el seguro del coche se encargó de ello.Pero con frecuencia pensaba que quizá debería haber pedido otras cosas que ahora le parecían mucho más importantes, ahora pedía sobre todo la salud que no tenía.
                                Había aprendido en ese tiempo a dar gracias al universo, aprendió a valorar lo que tenía y la importancia de la familia, los amigos, un plato de comida a diario en la mesa, la estabilidad emocional y tantas y tantas cosas en las que nunca había pensado.
                                 De alguna manera se sentía una mujer, antes sólo era una mariposa empujada por el viento.






                                      

sábado, 16 de junio de 2012


                                               El silencio de la tarde de Domingo, fue invadiéndolo todo cautelosamente.
                     Un viento intenso y racheado sumergió el pueblo en una especie de "ciudad sin ley", en donde las calles vacías y el sonido ausente dominaban el espacio.
                        María caminaba pegada al muro, iba atrapada en un grueso jersey gris, cruzados los brazos sobre él, la cabeza gacha y los pasos largos. No encontró a nadie a su paso. Le molestaba su pelo alborotado, que intentaba sin éxito dominar. Dobló la esquina de la calle y entró por la enorme puerta de la iglesia en donde dos mujeres arrodilladas rezaban.
                            Cirios encerados y oscuridad. Se sentó en un banco del fondo, encogida, y como pudo logró articular una oración que recordaba.
                            Solo pensó en él, allá solo, con la otra mujer que odiaba, con la otra vida que no quería. Cuando las lágrimas llegaron a su barbilla, intensas y húmedas, sintió que el dolor de su amante también era el suyo y desfallecida, cayó hacia atrás muerta, liberándose para siempre.

lunes, 4 de junio de 2012

La terraza.

                                    En este  momento cauto y desagradable de su vida, Marina no quería contactar con nadie ni salir fuera de casa. Hacía meses que no pisaba la calle salvo para asuntos  imprescindibles, la farmacia, el banco, la tienda, etc. Años atrás había salido mucho y  su decisión tomada de antemano le decía que era la correcta, tiempo de cambiar de opinión ya tendría.
                     Una llamada intempestiva a la puerta  la sobresaltó, era el técnico del ascensor  que pasaba por su ático para ir a la azotea. Un hombre joven y apuesto, moreno y con enormes  ojos verdes. Vaya, pensó, no me lo imaginé así. El tipo, educado y agradable cumplió con su trabajo y se fue, no sin antes advertirle que mañana tendría que volver.                      
                  A la mañana siguiente volvió muy temprano, subió a la azotea y en menos de una hora había terminado lo que vino a hacer, ella, tranquila y educada, le invitó a tomar algo ya que había terminado tan pronto, a lo que él aceptó. Compartieron una agradable conversación  y anécdotas a cada cual más entretenida.
                   Lo invitó a almorzar y aceptó encantado. Se vieron en varias ocasiones y la conversación y los momentos íntimos iban unos tras otros, como encadenados entre sí. Cuando ya había pasado un tiempo prudencial, Marina se sintió con el derecho de preguntarle por su familia, la respuesta de él por triste hizo que se conmoviera, pues desde hacía cinco años era viudo, un fatal accidente de coche había matado a su mujer. Nunca tuvieron hijos y después de aquello lo agradeció.
                            La relación se estrechó de manera natural, se veían siempre en casa de Marina y la terraza como testigo de su amor.
                  Pero había algo que Pedro no sabía como decir, él era lo que llamamos muy callejero, le gustaban las salidas y ver el mundo, contactar con gente, estaba claro que Marina no estaba por la labor, lo habían hablado en varias ocasiones y ella se negaba sistematicamente, decía  que  lo que tenía que ver ya lo había visto y no  le apetecía salir, que se aburría y deseaba volver a casa y a su terraza.  
                  Pedro empezó a salir sólo con sus amigos o amigas y pasados unos meses dejó de llamarla.
                    No le sorprendió, ya que la causa de separación entre sus parejas y ella era siempre el mismo...la terraza.

jueves, 31 de mayo de 2012

Don Giovanni.

                                                              En un momento el restaurante se convirtió en un mundo enloquecido. Gritos, humo, gente llorando y hombres disparando, un caos en el que la única persona que aparentemente conservaba la calma era él. Don Giovanni permanecía quieto en su silla observando ese mundo enfrebecido. 
                              Tenía grupos y subgrupos que luchaban unos contra otros ignorando que la procedencia de todos era el mismo. Don Giovanni era un buen político y estratega. 
                                       No tenía aspecto de mafioso siciliano, alto y de buen porte no fumaba ni bebía, manteniendo un cuerpo atlético y joven a pesar de los años. Él era un aparte en la trayectoria de la mafia.
                                   Su crueldad no tenía límites y había escalado puestos con rapidez, todos le odiaban a la par que le temían.
                               Se levantó con lentitud mirando alrededor y evaluando los daños, un guardaespaldas herido y un camarero muerto, nada irreparable pensó mientras pasaba la mano por su pelo de color oscuro.
                              Se oyeron sirenas  a lo lejos, alguien habría llamado a la policía. Caminó hasta la puerta de entrada olvidando heridos y muerto. Su chófer era un buen profesional, se encontraba en su lugar, la puerta del coche abierta esperando. Órdenes estrictas del jefe, jamás debía moverse de su sitio de trabajo por muy siniestra que fuera la situación. Don Giovanni dejó entrever su admiración por aquel hombre rudo con un ligero movimiento de cabeza, solo él le  superaba en crueldad.
                                  En su casa se comportaba de manera amable aunque con rigidez, sólo una vez dejó entrever la violencia reprimida al enterarse que su mujer tenía un amante. Le dio una paliza por la que tuvo un aborto y  estuvo varios días hospitalizada.
                                 Era la hora del almuerzo y llegó a su casa con la puntualidad de todos los días,  ella no le perdonaba ni cinco minutos de retraso. Sus hijos ya estaban sentados a la mesa, las dos pequeñas, Jacinta y Carla, a un lado y Chiara, la mayor, en el otro. Le gustaba esa rutina diaria, cada uno en su sitio. Era como si el  orden de la mesa ordenara también su caótica vida, lo hacía sentir que las cosas se estaban haciendo bien.
                                  La chica de quince años, la mayor,  era su ojito derecho, la había criado para ser caprichosa y consentida y por contra, la muchacha crecía como una joven responsable y educada.
                             Pero Chiara estaba amenazada de muerte. Desde hacía dos años una mujer le enviaba cartas mensuales de venganza y odio, en donde primaba la muerte de su hija. Aumentó el número de guardaespaldas de la chica, tres hombres la acompañaban a todas partes, los mejores, dispuestos a morir por ella si era necesario. Les pagaba lo impensable, sabía que sólo así lograría fidelidad y que no se venderían a otro.
                              Pero la desconocida seguía enviando las malditas cartas, conocía la vida de su familia al dedillo y él terminó por reducir salidas y amantes, la extraña le indicaba lo que debía hacer para no matar. Había coactado su vida.
                            Todos los meses se aterrorizaba esperando la llegada de la misiva, en donde le contaba detalles de su vida familiar. Le había dicho el porqué de  ese odio visceral.
                               Don Giovanni había mandado matar a su único hijo.
                             Compartía con su mujer su angustia y malhumor, ella lo tranquilizaba y le aconsejaba bien. Después su mujer iba a la iglesia a pedir por su familia...                              
                                                ...también pedía por su hijo no nacido... y por su amante asesinado.
                                           
                                           




























martes, 29 de mayo de 2012

Deseos.

                                                   A través de los pequeños círculos de mis manos, pude por fin ver la luz.
                            Luz tenue y lejana que me hablaba de momentos no vividos y situaciones impensables, de atardeceres en compañía y mañanas solitarias. La luz  de un hogar no conocido y figuras junto al fuego. 
                            La luz de mis deseos.
                            Abrí un poco más las manos y con una explosión de bienestar y alegría se acercó la luminosidad del mediodía en la playa y del amor correspondido. Instantes de paz y bienestar acudían como vívidos recuerdos. 
                       Me impactó la intensidad de los no-recuerdos. Sensaciones  de olvido y rechazo, diminutos retazos de violencia, hacían que mi pequeño cuerpo se estremeciera con el olvido.
                        Fue en ese momento en que mi mente, con la nitidez del tiempo pasado, decidió que cualquier otro mundo sería mejor.
                                 Abrí las manos y con un grito dejé paso al viaje eterno.      

















                                                

martes, 22 de mayo de 2012

Nubes.

                                                             Comenzaron su descenso con alegría, llegarían en poco tiempo al valle. Se movían con la calidez del viento de otoño balanceándose de forma sutil . Allá abajo Lucía las miraba acostada en el césped del jardín, piernas y brazos estirados en el frescor del suelo. Miró a la nube más cercana, un cerco oscuro en su interior presentía el agua esperada. Las otras, mayores y lejanas tardarían más en llegar.
                               Habían pasado un estío caluroso y cruel y llegaba el tiempo frío. Como cada año Lucía deseaba ver llegar el momento, no soportaba el calor y se convertía en una niña malhumorada e intransigente.  Desde que tuvo ocho años se acostumbró a esa rutina cuando llegaba el invierno,  todos los días se tumbaba y pedía ese deseo oculto que aun no le habían concedido, sería su regalo de cumpleaños. De alguna forma sabía que algún año se convertiría en realidad.
                        Los padres de Lucía eran inmigrantes, habían llegado a este país hacía ya tres años  en  busca de la ansiada  oportunidad para vivir mejor, no les fue mal. Los dos trabajaban todo el día y Lucía pudo estudiar. Pero allá se dejaron algo...otros dos hijos menores. Ahorraban dinero para los pasajes y en breve se reunirían.
                            Lucía los echaba mucho de menos, con frecuencia lloraba por las noches al acordarse  de ellos y esperaba que en este cumpleaños su regalo se hiciera realidad.
                            La nube de color oscuro iba bajando deprisa y al rato empezó a sentir gotitas en la cara. Se desperezó feliz dejando que el agua la fuera empapando y al rato escuchó la voz de su madre desde la casa pidiéndole que regresara con premura.
                        Con un suspiro se levantó y camino despacio, mañana era el cumpleaños, su madre pasaría todo el día haciendo la tarta y los bollos de canela, sus preferidos. Empujó  la puerta con desgana, había oído la voz de su padre que llegaba del trabajo.
                             En el sillón del cuarto de estar, sonrientes,  estaban sus hermanos pequeños, su deseo había sido concedido.  









            

martes, 20 de diciembre de 2011

Dos amigos.

                              En la carretera que llevaba a Playa de Arena, varias personas caminaban al idílico lugar. La bajada a dicha playa era un tanto complicada y sólo los más atrevidos osaban hacerlo.
                           Luisa y Carmen, de la mano y ayudándose la una a la otra, hacían el trayecto. Intentaban no resbalar, pues cuesta abajo con las chanclas de playa no era lo suyo. Pero ya habían hecho muchas veces el camino, así que para ellas no era nuevo, lo más que podía pasar era un resbalón imprevisto y llegar abajo antes de los otros.
                                     Todos llegaron sin problema y se apresuraron a colocar casetas y sacos de dormir en el lugar apetecible.
                                      Carlos y Marcos pusieron los sacos de dormir uno al lado del otro, los demás compañeros un poco más alejados. Se querían y deseaban que todos supieran de su amor, pero les era imposible contarlo, y habían tomado la decisión de decirlo ese día.
                                          A los dos se les notaba nerviosos e inseguros, Marcos no lo tenía demasiado claro y quedaban algunas cosas por ultimar. Carlos le dijo en varias ocasiones que todos estaban enterados, que se notaba lo que sentían el uno por el otro, pero Marcos se negaba a creerlo, decía que él disimulaba muy bien, que incluso estuvo saliendo con una chica el año pasado y que eso daba lugar a dudas.
                                         Una vez que estuvo todo instalado, alguien propuso hacer una hoguera, en pocas horas sería de noche y vendría bien tener un fuego. El resto aceptó encantado y todos se movieron a buscar ramas secas por la zona. Al rato el trozo de playa en el que se encontraban estaba suavemente iluminado, lo demás se veía de un color azul aterciopelado.
                                           Sacaron botellas de vino y algunos porros y se sentaron alrededor de la fogata. Marcos bebió mucho y fumó también, al rato, en vez de darle sueño, se sentía entusiasmado contando historias de su pasado.
                                                  Tanto contó y tanto le preguntaron, que vio la ocasión de descubrir sus problemas. Se hizo cómplice de su amigo, descubrió lo que ya todos sabían y una vez que descargó su alma y su espíritu, supo que a partir de ese día...sería más feliz.


















miércoles, 14 de diciembre de 2011

Una historia diferente.


       Acerqué mi cara a la placa de la pared de la pequeña capilla para poder leer lo que decía el escrito, grabado en letras doradas sobre fondo de madera. " Con la ayuda de Dios, los sueños se cumplen...a cualquier edad."
                     No me pareció que fuera una cita muy de iglesia, pero a pesar de todo era bonita y adecuada. Un señor me observaba en la distancia, sin percatarse que yo también me había dado cuenta de su presencia. Estaba sentado en uno de esos muros que hay en las entradas de los pueblos y en donde los mayores pasan tiempo, comentando y a veces sólo observando, a lo que son muy habituales, no obstante, muchos de ellos, trabajadores del campo, han pasado parte de su vida solos. Se levantó con parsimonia, la prisa se veía que no formaba parte de su forma de vida, lentamente, caminó hacia donde me encontraba, algo encorvado en sus andares pero digno a pesar del impedimento de su marcha.
                          Una vez cerca de mí, se presentó como Juan Peña, me aclaró que era alcalde del pueblo. Estreché su mano, seca y áspera, noté el olor de su ropa, limpia y tendida al sol, el planchado era de tal calidad, que pensé que alguien lo había hecho con alguna antigua plancha de las de carbón, pues las rayas impecables de su camisa, no daban lugar a duda. 
                               Me preguntó por mi interés por la iglesia y si necesitaba alguna explicación, él se ofrecía a dármela, acepté gustosa y entramos en la capilla, en donde en aquel momento, sólo dos mujeres, arrodilladas, ocupaban el atrio. Durante largo rato, paseamos por el recinto, el anciano, lo llamo así porque me contó que tenía ochenta y cinco años, lo cual me negué a creer, pues parecía imposible. 
                       Entre tantas historias que me anduvo refiriendo, una de ellas me llamó grandemente la atención, la del cura que vivió una vez en ese pueblo, que se enamoró perdidamente de la aldeana y que talló aquello en la madera, nadie se atrevió nunca a quitarlo. 
                                Era una historia en verdad bonita, no diferente a otras de amor, un tanto distinta quizá por ser el protagonista un sacerdote. Cuando acabo su relato, la tarde había caído sobre nosotros, estábamos sentados en el muro donde lo encontré, sólo me quedaba preguntarle que había pasado con la pareja enamorada. 
                      Pues no pasó nada especial, respondió con esa sonrisa suya tan auténtica, se casaron,  se convirtió con los años en alcalde, por supuesto... está usted hablando con él.
                       

jueves, 1 de diciembre de 2011

Mi forma de dormir...

                                         Despertarme a medianoche era un suceso normal en mi vida. Me pasaba desde hacía muchos años, y a pesar de los medicamentos que me mandó el médico y de infusiones variadas, nada había hecho que cambiara esa terrible manera de dormir.
                                     Al conocer a Eduardo la historia cambió, no se si por tener una sensación de apoyo y seguridad, pero lo cierto es que a partir de entonces tuve sueños regulares. Pero esa relación no duró sino unos pocos años, tres para ser más exactos y mi dormir volvió a convertirse en un martirio. Casi diría que fue a peor, a las doce, a las tres de la mañana y había días, que a las cinco me despertaba de nuevo.
                                         Fue entonces cuando aconsejada por alguien me dediqué a pintar por las noches. Compré los útiles de pintura y a la noche siguiente me dediqué a ello con entusiasmo. Me costó al principio, pero según fueron pasando los días, empecé a descubrir un faceta insospechada en mí. 
                                   Encontré cierta agilidad para todo lo que era el dibujo, ciertamente no lo hubiera sospechado nunca. Cuando ya llevaba en aquella afición casi seis meses, un marchante de arte vio mis cuadros. Se entusiasmó de una manera que pensé que se burlaba. Pero no era así, se sentía verdaderamente atraído por lo que pintaba.
                                     Casi sin darme cuenta me convertí en una pintora de prestigio. Lo mejor de todo esto fue, que al pasar las noches en vela y parte de las mañanas, la noche siguiente dormía  en el mejor de los sueños... el cansancio me hacía dormir de un tirón toda la noche.         







                                           

El don de la atracción.

                                     Atraía las miradas de los hombres a su paso. Siempre fue de esa manera, al mirarla ya quedaban hechizados, no podían dejar de pensar en ella. Sus amigas, las pocas que tenía, procuraban alejarse cuando iban acompañadas, sabían que los hombres que estaban con ellas, dedicarían toda su atención a Carla. 
                               En su juventud sobrevivir fue su máxima, solitaria e introvertida, no podía acceder a grupos en donde hubieran chicos, en seguida se encontraba en  el más terrible de los aislamientos. 
                                 Según fue pasando el tiempo, Carla llegó a la conclusión de que ella era diferente. El parecido con su madre la ayudó en ese conocimiento. Las dos tenían en común ser  unas hechiceras.
                                  Así que al llegar a la edad adulta, su madre le dio las explicaciones pertinentes. Desde tiempo atrás, las mujeres de su familia tenían esa especie de don. Un don que las hacía atrayentes para los hombres y rechazadas por las mujeres. 
                                 Cuando llegó a los treinta años, edad casadera, las dos acudieron al bosque cercano. Para esta misión, fueron acompañadas por figuras desconocidas, hadas, gnomos y demás habitantes se reunieron para tan alta misión, encontrar al hombre adecuado.
                                       Como se solía hacer en estas ocasiones, después de un rito un tanto exótico en donde abundaron cantos y música, se le quitó a Carla el don de la atracción, a partir de ese día podía sentirse segura cuando se dirigiera a cualquier hombre, el hechizo había tocado a su fin.
                                          

                                    










martes, 20 de septiembre de 2011

Tres palabras.

                           Aura, aturdir, abstracto...
                     Aura, aturdir, abstracto....las palabras habían invadido mi cabeza como estúpidas secuencias de una película. Las recordaba a todas horas del día y estrujaba mi cabeza intentando meterlas en alguna frase. Imposible. 
                           Tres días después, supe que no podía hacer nada con ellas. Me había apuntado a un curso de la revista Extravagancia, en donde pedían un microrelato que contuviera esas palabras,  pero tres días después, supe que no podía hacer nada con ellas. Estaba aturdida de tanto pensar, sentía como un aura que comprimía mi cerebro, los pensamientos no acudían, ni abstractos ni concretos.
                             Tuve entonces una feliz idea que alejaría el problema de mi lado, simplemente...no me presentaría.

sábado, 17 de septiembre de 2011


                           Di gracias por encontrar algún lugar donde guarecerme, la lluvia era una cortina en donde no se veía a más de medio metro. En la primera cueva, dejé mis bártulos y después de adecentarla como pude, abrí el saco de dormir, la cena de esa noche consistió en una chocolatina y algo de bebida. 
                     Llevaba caminando diez largas horas. El lugar escogido para pasar la noche, me vino como anillo al dedo. Eran casi las ocho cuando me metí en el saco. Cuando me despertaron los gritos, eran las tres de la mañana.
                          Me incorporé de golpe, una mujer gemía de dolor. El sonido de alguien que le pegaba, era inconfundible, a cada palo, un nuevo gemido. Con cuidado para no hacer ruido, revolví la mochila buscando la linterna y la pistola. Caminé descalzo hasta el extremo de la cueva, pero volví atrás para ponerme las botas. El fatídico escándalo ya no se escuchaba.
                      El amanecer dejaba entrever un poco de luz, guardé la linterna para poder tener las manos desocupadas. Silencio total, sólo el croar de las ranas del lago cercano. 
                          Asomé la cabeza con cuidado y sentí el sonido de un cuerpo siendo arrastrado, los quejidos se habían convertido en un murmullo. Y ahí estaba él, el asesino, movía el cuerpo de la mujer sin piedad, lo arrastraba por entre las piedras sin hacer caso de sus quejas. 
                             Me acerqué con cautela y di un espantoso grito cerca suyo. Se volvió raudo mientras hurgaba en un bolsillo buscando no sé qué. Entonces, le di un tiro en una pierna. Después, me senté a su lado, y con tranquilidad, llamé a mis compañeros, la policía.       

martes, 13 de septiembre de 2011

El chamán.

                                          Hay momentos en la vida, que atreverse a hacer algo es una temeridad, pero a veces, el riesgo es la mejor decisión, ya lo dice el refrán, "quien no se arriesga, no cruza el charco". Eso fue lo que me pasó cuando me ofrecieron aquel trabajo, me arriesgué. 
                            No fue mala idea, al menos no en principio, es cierto que después de un tiempo de estar en aquel país desconocido, empecé a echar de menos un montón de cosa y de gente, pero ahí, apareció Francisco. Lo conocí de la forma más absurda. en una parada de tren, se encontraba delante de mí, mirando hacia el futuro, así fue como lo etiqueté después. A los pocos minutos, se volvió hacia mí y mirándome a los ojos me dijo:
                -- Esa tristeza que llevas grabada en la frente, no es buena para tí. 
                    Y con las mismas subió a su vagón. Dos días más tarde, lo vi en el mismo lugar, esa vez no habló, sólo me entregó un papel con una dirección escrita y desapareció.
                   Durante un tiempo me olvidé de él, pero un día que estaba arreglando un ropero, el papelito cayó como por ensalmo. Entonces decidí ir a verlo.
                      Francisco era un chamán, vivía en una pequeña cabaña rodeada de otras iguales, cuando me vio sólo dos palabras:
                         --Estabas tardando.
                         A partir de ese día, empezamos a vernos a diario, el trayecto era largo, pero lo hacía con gusto para estar un rato con él. En el décimo día me sugirió que fuera a vivir a una de las cabañas durante un tiempo, que sólo de esa forma me podría hacer contactar conmigo misma.
                            Lo sucedido entre los dos, lo contaré cuando termine mi iniciación.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La dependienta.

                                       Caminaba con el periódico recién comprado en la mano, mirando distraidamente los anuncios en  que se ofrecían trabajos. No iba a resultar fácil encontrar lo que buscaba, lo sabía, pero tenía tanto entusiasmo que me daba igual. Sólo quería algo que me permitiera vivir con una cierta holgura. Pensé que quizá de dependienta en una tienda de ropa, estaría bien, por eso me pateaba la zona a diario. 
            Llegué a la ciudad hacía un mes, compartía piso con una amiga, pero la idea era tener el mío propio, los pocos ahorros se me iba acabando, darme prisa en encontrar algo, era mi prioridad.
           Al pasar por un comercio vi el anuncio en la puerta y entré a preguntar. "Se necesita dependienta", entré a probar suerte y salí como unas castañuelas, el puesto era mío. Pensé que mi suerte estaba cambiando. Íbamos a ser dos chicas, la otra, joven como yo, me habló del raro carácter del dueño, que la última dependienta que estuvo desapareció al poco tiempo de llegar ella y que se enteró que hacía años a otra le pasó lo mismo. 

                      Pero yo estaba tan feliz que no hice caso de los chismorreos y acudí puntual al siguiente día. La tienda aún estaba cerrada, en la puerta un letrero blanco escrito con rotulador negro: 
                                "Cerrado por asesinato de la dependienta."


               

Extraños y amigos.

                                                       La salida de casa de mis padres, fue inutilmente agresiva. Ellos me gritaron que era una desgraciada, y yo, por mi parte, también les grité el daño que me habían hecho. Vamos, de barriada de lo peor, no le había  hablado así a nadie, no creo que lo vuelva a hacer.
                           Adonde me fui esperaba tener mejor vida, al menos más tranquila. Como no tenía más familia que la que dejaba atrás, no me  preocupaba respecto a ese tema, era yo absolutamente para mí.
                              En ese tiempo de mi vida conocí a la que hoy en día, es mi mejor amiga. Claudia  era  intensa y apasionada para cualquier cosa que emprendiera. Me agradó tanto su forma de ser, educada y agradable que en poco tiempo compartimos piso. Nuestra convivencia fue de lo más relajada. Al quedarse ella sin trabajo, decidimos alquilar las habitaciones vacías.
                                 La casa de Claudia, era de su propiedad, herencia de una tía,  un chalet antiguo en las afueras de la ciudad, la universidad quedaba cerca, así que supusimos que no tendríamos problemas con el alquiler.
                             Y no lo tuvimos. Al mes de poner anuncios en el periódico local, ya la habían venido a ver muchos chicos. Escoger entre tantos, fue complicado, al final nos decidimos por tres amigos.  Nos parecieron personas sinceras y con saber estar, se veían limpios y con dinero.
                                  Tuvimos muchas cosas en cuenta, y al mes, se mudaron. Empezamos una extraña convivencia, al principio no solían bajar al salón, unos meses después, ya tenían suficiente confianza como para hacerlo. Pasábamos las tardes jugando a las cartas y tomando vino. Jaime, el mayor, preparaba comida y cenábamos. Era todo de lo más fluido, como aún no había empezado la universidad, dedicaban las tardes a estar con nosotras.
                             Se les notaba a gusto estando en casa, nos acostumbramos a compartir nuestra vida con  ellos. Uno de los dos chicos menores, Roberto, padecía de una extraña enfermedad ocular, siempre andaba con gafas oscuras, pues le molestaba la claridad, cuando Claudia sugirió cerrar las gruesas cortinas de terciopelo, se le notó aliviado y las gafas desaparecieron.
                               El otro muchacho Jaime, era tímido y reservado, hablaba poco y la mayor parte del día la pasaba en su cuarto. Era el que manejaba más dinero de los tres, cuando se estropeaba algún electrodoméstico, al día siguiente teníamos uno nuevo, el día que nos habló de dejar nuestro trabajo y que el correría con nuestros gastos, nos pareció a ambas una broma.
                             Pero él había hablado con mucha seriedad, comentó que no quería que estuviéramos todo el día fuera de casa, con trabajos miserables, correría con nuestros gastos sin problema. Sólo mucho después, nos enteramos que también le pagaba a  los amigos.
                        De ésta forma pasamos dos años junto a ellos, nos hicimos dependientes de su presencia y de su dinero, no hacíamos nada solas, siempre había uno de los tres para acompañarnos al supermercado, a la tienda de ropa o simplemente a dar un paseo. Todo fue tan sutil que cuando nos dimos cuenta de esa forma tan extraña de vida, fue demasiado tarde...
                              Empezábamos a necesitar con urgencia la independencia que habíamos dejado atrás. Vivíamos como ellos, enclaustradas en la casa, las salidas a lugares públicos, las hacíamos por las noches. Entonces tomamos una drástica decisión,  les dijimos que se fueran.
                                Ese día fue el último que vivimos como seres mortales, me queda de recuerdo sus afilados dientes en mi garganta.


               

domingo, 11 de septiembre de 2011

La noche de plenilunio.

            Cuando empezó la lucha entre ellas, fue una terrible noche de plenilunio. Las luciérnagas, se defendieron porque el hada de la muerte quería hacerse la dueña del lugar. 
                 Hicieron una reunión de urgencia en donde acudieron todas en tropel, miles, millones de sus pequeñas figuras iluminadas se podían ver desde muy lejos. A las doce como se dijo, apareció la espectral silueta de la que temían, oscura y dañina, símbolo del mal. 
                     Ni una voz, ni tan siquiera un suspiro se dejó sentir entre las que "daban luz," como las llamaban.
                      La perversa se acercó despacio,  sonrisa ladeada  y como siempre acompañada de sus más fieles: los cuervos. En lo alto de su cabeza la calavera que siempre llevaba consigo miraba con sus ojos ciegos. 
                              La Luciérnaga Mayor empezó el debate que se preveía extenso, la suavidad de sus palabras se extendió por todo el bosque. Habló durante largo rato, exponiendo el sentir de su pueblo. La otra, la escuchaba en silencio, inanimada. 
                    Al acabar, se escuchó el tierno aplauso de todos los seres del bosque. Nadie, absolutamente nadie, acudió en su ayuda. Todos de parte de la bondad y el buen sentir. 
                                  La calavera se fue difuminando en la niebla, los cuervos volaron muy lejos, ella, con su prepotencia y vanidad, levantó la barbilla y viéndose abatida, se retiró en vuelta en una nube negra.
                                  Una vez más, habían ganado las palabras.

viernes, 9 de septiembre de 2011

El dilema.

                                     Mi intención era terminar con su vida lo antes posible. No podía soportarla a mi lado ni un día más. 
                          Caminé con rapidez hacia donde encontraría a la  persona que  me iba a  ayudar. Las once de la noche no era una hora extraña para tocar a su puerta. En un extremo de la ciudad, la casa  hablaba de la vida de su propietario, un gran chalet que lo único que  dijo fue que en esa lugar se movía dinero. 
                            Al traspasar la puerta, tuve, una vez más, la certeza de que  era así.  Mucha madera oscura, cuadros de pintores de renombre, enormes ventanales y guardaespaldas por cualquier sitio que miraras. Pero eso no iba conmigo. Ella apareció como siempre, exultante en su belleza y vistiendo ropa cara. Demasiado oro, fue lo que pensé, pues orejas, manos y muñecas, no se privaban de nada. Mientras se acercaba, me dije que había hecho un buen trabajo de cirugía. Cambié su sexo en dos meses.
                             Hablé largo y tendido con mi amiga, al marcharme ya sabía lo que iba a  pasar. Ella misma se encargaría del "trabajito", así lo llamó y sentí un escalofrío. Dejó pasar una semana y pasó por mi casa, a visitarnos según dijo. Se supone que en ese momento yo abandonaría la casa, e iba a buscarme una coartada.
                                  Pero en esos días, las cosas entre mi mujer y yo, habían cambiado. Ella estaba más cariñosa y no tan absorbente como tiempo atrás, me confesó que estaba yendo a una psicóloga, que quería arreglar lo nuestro.
                                     Al ver entrar a la sicario, como siempre, vestida de color niebla, supe que la vida de mi mujer terminaría hoy. Pero yo tenía un dilema, había cambiado de opinión y con ésta persona no se jugaba.
                                  Supe que tenía dos opciones, matarla o dejar que fuera ella la asesina....    

                                 
                                     

miércoles, 7 de septiembre de 2011

La madre y la niña.

                             Es verdad es que era una casa muy antigua. Los días de lluvia, nos molestaban las goteras y el piso cubierto de baldes de metal, hacía que camináramos haciendo "eses." Pero en los veranos,  cuando apretaba el calor, no había otra más fresca. La quería, no ya por  nacer ahí, sino porque en ella habían nacido mis hijos.
                         En los alrededores sólo se veía el verde de valles y montañas. Una  casa grande en un pueblo pequeño. Un riachuelo de tamaño sin fin, la rodeaba unos metros más abajo, haciendo que uno de los deportes más divertidos fuera la pesca.
                              Me gustaba empezar la mañana con el enérgico sabor del café que poco a poco se iba disolviendo por los alrededores. Y muchas de las tardes ocupaba el tiempo en ver la puesta de sol desde mi terraza, era tan íntima la sensación, que parecía como si cambiara el olor de las plantas por otro más ligero y entusiasta.

La niña__
             Ir a casa de mis abuelos los veranos, era de lo más divertido. Ahora que ya he cumplido los nueve y me dejan ir al río con mi prima, lo pasamos muy bien. Sólo vamos por la tarde, cuando el sol no aprieta tanto, durante la mañana lo pasamos en el jardín, transplantando y cortando flores marchitas, como nos enseñó el pasado año mi abuela.
                 Nos levantamos temprano, pues nos acostamos pronto, en cuanto oscurece, ya que en la casa no hay tele. ni libros para chicas. En la casa de la ciudad tengo muchos, pero aquí, no.
                      A esa hora mi abuela ya está despierta preparando café y haciendo pan. Siempre desayunamos lo mismo, pan  con mantequilla. Se derrite por encima y al meterla en la boca, sientes la mezcla de los dos sabores, lo que te hace mirar al cielo con los ojos desteñidos de placer.