domingo, 24 de julio de 2011

Un resultado diferente.



                              Cuando la vi por primera vez, me recordó a una escena de cuando era chico en la playa, unas barcas de colores y de fondo el mar azul. No se si fue por la frescura que emanaba de toda ella o quizá por el color casi violeta de sus ojos, lo cierto, es que no me resistí a sentarme a su lado. Los dos éramos profesores recién llegados a la ciudad, no teníamos conocidos y empezábamos en el mismo colegio. Nos vimos en una reunión de principio de curso. Intimamos casi en seguida. Durante el día no nos veíamos, las tardes las pasábamos juntos, al principio una ó dos veces en semana, después a diario. 
                 Ana me pareció tímida al principio, con el tiempo me di cuenta que tenía en su interior un fuerte carácter, irresistiblemente dulce y cariñosa, no es que fuera guapa, pero había algo en su forma de mirar y sonreír, que cautivaba. Llevaba casi siempre el pelo, largo y oscuro, recogido en una trenza que con coquetería echaba a un lado del hombro, rozando su pecho; solía vestir con faldas largas de flores, jerseys anchos y botas, a veces, en broma, le decía que no se que se iba a poner cuando llegara el verano. Y así pasó el primer curso que estuvimos juntos, entonces, le pedí matrimonio.
                     Nos casamos ese verano, teníamos todas las vacaciones escolares para disfrutar uno del otro. Nos embarcamos en la compra de un chalecito en las afueras, yo tenía ahorrado para un piso, el presupuesto se disparó un poco pero pensé que valía la pena, además, ahora eran dos sueldos. No nos fuimos de luna de miel, de común acuerdo decidimos que emplearíamos el dinero en la compra de la casa. Cuando ya llevábamos una semana instalados, entonces, Ana, empezó a cambiar.
                         Al principio no fue muy evidente, e incluso llegué a pensar en el cambio de vida y que ya se iría adaptando. Después, mucho más tarde quise imaginar que podría estar embarazada. Nada de eso era cierto. Ana simplemente, me estaba demostrando como era en realidad. Cuando me di cuenta de que era la segunda vez que cometía la torpeza de casarme sin conocer bien a la persona en cuestión, me dieron ganas de darme de cabezazos, hacía seis años que había tenido un divorcio por un motivo parecido, ahora, me veía en las mismas. Pero ésta vez, el resultado no sería el mismo, me dije angustiado.
                        Acudí al garaje a buscar lo que necesitaba, cuando ella llegó, yo estaba sentado en el salón, dos copas de vino frente a mí, no más humillaciones, ni gritos, ni malas caras, cariño, le sonreí, ¿tomamos una copa?, ella la cogió y la bebió. El vino, blanco y helado, se apetecía, afuera, hacía calor.
  

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