jueves, 2 de junio de 2011

Mis alumnos y yo.



                        Mientras le invadía una rabia incontenible, me gritaba, que sólo puede haber una verdad. Yo intentaba calmarla respondiéndole con palabras al menos, bajas de tono, Claudia, esa es tu verdad, pero cada persona puede tener la suya propia, no es tan sencillo. Me limito a las religiones que hay en el mundo, son casi infinitas y cada uno cree que su dios es el auténtico, cada uno cree tener su verdad, Claudia, le dije.  Sus ojos echaban chispas, eso no funciona de esa forma, sólo existe una sola verdad, somos o no somos. El que está al otro lado, está equivocado.
               Todos los días discutía problemas de índole parecido con mis alumnos, estaba quemado, pero el curso se acercaba a su fin y me iba a pasar unos días a mi casa del lago, hacía tiempo que no iba y la echaba de menos. Así que una semana más tarde, acabó el curso, preparé mis bártulos y me marché. La casa, o más bien la cabaña, porque estaba hecha de madera, se situaba en medio de una extensa arboleda de pinos, en la parte trasera había un pequeño huerto descuidado y un terreno con árboles frutales. Aparqué el coche y disfruté respirando el aroma del campo, se acercaba el atardecer y  todavía no se notaba el calor del verano. Esa tarde, después de ordenar mis cosas, di un largo paseo por los alrededores, no encontré ningún vecino, así que regresé pronto a casa y me acosté.
         Cuando a la mañana siguiente me desperté, lo hice porque oí voces desconocidas, lo que no era habitual por aquel lugar, me asomé a la ventana, aún sin vestir y vi unos chicos que parecía iban de acampada o algo por el estilo, cargados con mochilas y bolsos. Puse el café al fuego y me acerqué a la puerta, seguro que se han extraviado, pensé, no es normal que la gente llegue tan lejos. Cuando se acercaron y vi los saludos efusivos que me dirigían, me di cuenta que eran un grupo de alumnos del colegio donde impartía mis clases. Me quedé de una pieza, reconocí entre ellos a la chica conflictiva, Claudia y unos cuantos más que no recordaba su nombre. El cuento de que casualidad, profesor, no sabíamos que usted estaba aquí, y otras boberías por el estilo, no me lo creí. No entendí quien le pudo dar la dirección de mi cabaña.
                       Pero lo importante ahora, era quitármelos de encima. Se tomaron un café y aseguraron que iban a una zona cercana de acampada, se marcharon en media hora y respiré tranquilo. Mientras los veía irse, miré al cielo, unos nubarrones de sospechoso color oscuro, se acercaban, era habitual las tormentas en la zona, así que imaginé que una de ellas estaría por llegar.
                          Y no me equivoqué, hacia media tarde una lluvia intensa barrió el lugar y al poco, los truenos y relámpagos le hicieron compañía. Una vez que cerré puertas y ventanas y hube encendido un pequeño fuego en la chimenea, me senté a leer.
                           A medianoche, los golpes de la puerta eran tan fuertes que me despertaron y ahí estaban, mis alumnos empapados y tiritando de frío.
                               No les cuento, sino que pasé la noche con ellos, al día siguiente, los llevé a sus casas. La próxima vez que tenga vacaciones, lo tengo claro...cogeré un avión.                        




       

                 









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