miércoles, 25 de mayo de 2011

La detective.


                        Cuando mas tranquila estaba, sonó el teléfono, alargué la mano y tiré del cable, un malhumorado diga, fue lo que escuchó la persona que estaba al otro lado. La persona o lo que fuera, porque por mucho que repetí un par de veces más, el consabido diga, nadie me contestó, no era la primera vez que me pasaba y dada mi profesión, tampoco sería la última. Soy detective privado. 
                              Más bien privada, ja, ja, porque soy mujer, una de las pocas que existen, si, pero desde siempre me gustó este trabajo, igual que me gustó el de escribir. Por eso voy por mi segundo libro, el primero, tuvo un éxito regular, espero que éste sea más llamativo al público.
                          Terminé mi rutina habitual, que suele ser tres horas de escritura por la tarde, por la mañana, la dedico a lo que realmente es mi profesión. Cerré el programa en el que estaba, y antes de ponerme la ropa de deporte para ir a correr un rato, se me ocurrió mirar mi correo, un mensaje desconocido apareció en la pantalla, deja lo que estás haciendo o te arrepentirás, puta, lo último supongo que lo pusieron para asustarme, porque si no, no tenía mucho sentido, no obstante me quedé un poco impactada, todos los días no recibía esos mensajes. Intenté olvidarlo y salí a la calle.
                             Cuando llevaba tres kilómetros corriendo, ya no me acordaba de nada, mi mayor preocupación era que el aire entrara en mis pulmones. Me paré durante unos minutos, las manos apoyadas en las rodillas, intentando que mi caja torácxica, se expandiera un poco, cuando levanté la cabeza, unas piernas de hombre estaban ante mí. Me terminé de incorporar con rapidez y lo miré, desea algo?, fue lo primero que se me ocurrió preguntarle aún jadeando, claro que si, preciosa, dijo el tipo. Nada mas verle la cara, supe que no era de fiar, así que mientras me terminaba de recuperar del cansancio que sentía, le dije cuatro ó cinco tonterías para hacer tiempo, después, haciéndome la tonta, le insinué que me acompañara a mi casa, a lo que el muy bobo accedió.
                      En el trayecto, se mostró como se supone que tienen que hacerlo los malos, bueno, los malos venidos a menos como lo era aquel, porque yo era perro viejo en esta historia y había dado con tipos duros, este, se me quedaba corto, mas bien me daba risa. En un recodo del parque en donde nos hallábamos en aquel momento y dado que ya empezaba a oscurecer y no había gente, me dije que era mi momento, lo tiré al suelo y le hice una llave de la que por más que lo intentó, no pudo zafarse. Dos minutos después, me había contado lo que necesitaba y tres amenazas más tarde, se largó corriendo hacia un lado, yo, hacia otro, por si acaso.
                       Llegué a casa y después de echar todos los cerrojos y demás, me di una ducha y me puse cómoda, me senté ante el ordenador dispuesta a poner orden en lo que había vivido en las últimas horas. Sabía de quien provenían las amenazas, estaba llevando un caso de una mujer cuyo marido no aceptaba la separación, me mandó al tipejo en cuestión para que me asustara, tenía que solucionar esto cuanto antes. Le puse un mensaje para que viniera a verme al día siguiente, quería hablar con ella.
                          Acudió a la hora convenida, una mujer de las que los hombres vuelven la cara por la calle, tampoco ella hacía nada por evitar que se notara que era maravillosa, sino todo lo contrario, a las diez de la mañana, taconazo y perfume de ese que marea, pintada hasta las cejas y un maquillaje de un centímetro de espesor. Se sentó y cruzó las piernas, perfectas, como no podía ser de otra manera. La puse al día de los últimos acontecimientos, no pareció sorprenderse mucho, me preguntó que es lo que iba a hacer y le dije que lo dejara de mi mano. Sorprendentemente, unas lágrimas empezaron a caer de sus ojos llenos de rimmel, que debería ser de ese antiagua, pues no se le corría por más lágrimas que brotaran.
                     Me senté a su lado para consolarla, es lo que se supone que hay que hacer con las clientes que pagan tan bien como aquella, sin que me lo esperara, me miró con sus ojos pardos y acercándose lentamente a mi boca, me besó. Pasamos la noche juntas y el día, con su dinero, contratamos gente que solucionó el problema de su marido con rapidez, nosotras así, pudimos disfrutar de nuestro amor sin engorrosos impedimentos.


        


                               

                           

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