miércoles, 17 de agosto de 2011

Simplemente, lo maté.

Me dio mala vibración cuando lo conocí. No es que yo fuera bruja ni nada por el estilo, pero si es cierto que pocas veces me fallaba la intuición. Aparte de esto, cualquiera hubiera adivinado que tenía un fondo oscuro, lo iba cantando.
Si, porque aquel tipo tenía algo que a primera vista no te dabas cuenta, a veces ni en una segunda revisión, pero a la tercera casi era imposible no fijarse. Camuflaba su verdadera forma de ser bajo un aspecto limpio y cuidado, aunque no llevaba ropa de marca, si se notaba de buena calidad. Hablaba por los codos, pero escuchaba con infinita paciencia, le podías estar contando algo sumamente aburrido, que igual te prestaba atención. Y claro, eso, enamoraba.
Y caí como una tonta, cuando me vine a dar cuenta, trabajaba para él y sus vicios, Pasaba el día durmiendo y cuando llegaba a casa lo hacía de bebido y agresivo. Me llegó a fascinar de tal forma, que siempre pensaba que a partir de ese día todo sería distinto, que en parte la culpable de la situación era yo por no prestarle la atención que se merecía.
Fue al año de conocernos cuando me golpeó la primera vez. Esa vez, fue también la última. Me marché tan lejos que pensé que nunca me encontraría.
Pero lo hizo, al año más ó menos, me mando un mail a mi nueva dirección, contando como se presentaría en breve ante mí. Fue su peor error.
Nunca imaginé que yo, educada en un colegio cristiano y con una familia de lo más conservadora, pudiera hacer lo que hice. Pero con el tiempo me di cuenta que cuando todas las puertas se cierran, siempre queda una ventana.
Simplemente, lo maté.

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