El primer día que la vi, supe que me había enamorado. Según fue pasando el tiempo me dí cuenta de mi error.
Tenía nombre de cuento de hadas, Clara, y toda ella era dulzura, suavidad y ternura. Tuvimos una relación que de tan corta no terminó de convencer a nadie y seis meses después, nos casamos.
Los primeros meses vivimos una luna de miel, cuando empezaron los celos y las desconfianzas, supuse que eran las típicas inseguridades de recién casada, pero a los pocos meses era tal el agobio y la presión a la que me tenía sometido, que decidí buscar ayuda. Un psicólogo amigo me sugirió que ella fuera a su consulta, tras esa propuesta, los gritos y desafueros se oyeron desde lejos. Lo intenté por varios medios y nada dio resultado.
Un año más tarde, la tensión en que vivía era de tal calibre que pensé que de ahí a la locura, había sólo un paso.
Fue por aquel entonces, que decidí acabar con la vida de Clara.
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