miércoles, 7 de septiembre de 2011

La madre y la niña.

                             Es verdad es que era una casa muy antigua. Los días de lluvia, nos molestaban las goteras y el piso cubierto de baldes de metal, hacía que camináramos haciendo "eses." Pero en los veranos,  cuando apretaba el calor, no había otra más fresca. La quería, no ya por  nacer ahí, sino porque en ella habían nacido mis hijos.
                         En los alrededores sólo se veía el verde de valles y montañas. Una  casa grande en un pueblo pequeño. Un riachuelo de tamaño sin fin, la rodeaba unos metros más abajo, haciendo que uno de los deportes más divertidos fuera la pesca.
                              Me gustaba empezar la mañana con el enérgico sabor del café que poco a poco se iba disolviendo por los alrededores. Y muchas de las tardes ocupaba el tiempo en ver la puesta de sol desde mi terraza, era tan íntima la sensación, que parecía como si cambiara el olor de las plantas por otro más ligero y entusiasta.

La niña__
             Ir a casa de mis abuelos los veranos, era de lo más divertido. Ahora que ya he cumplido los nueve y me dejan ir al río con mi prima, lo pasamos muy bien. Sólo vamos por la tarde, cuando el sol no aprieta tanto, durante la mañana lo pasamos en el jardín, transplantando y cortando flores marchitas, como nos enseñó el pasado año mi abuela.
                 Nos levantamos temprano, pues nos acostamos pronto, en cuanto oscurece, ya que en la casa no hay tele. ni libros para chicas. En la casa de la ciudad tengo muchos, pero aquí, no.
                      A esa hora mi abuela ya está despierta preparando café y haciendo pan. Siempre desayunamos lo mismo, pan  con mantequilla. Se derrite por encima y al meterla en la boca, sientes la mezcla de los dos sabores, lo que te hace mirar al cielo con los ojos desteñidos de placer.                  
                           
  

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