En este momento cauto y desagradable de su vida, Marina no quería contactar con nadie ni salir fuera de casa. Hacía meses que no pisaba la calle salvo para asuntos imprescindibles, la farmacia, el banco, la tienda, etc. Años atrás había salido mucho y su decisión tomada de antemano le decía que era la correcta, tiempo de cambiar de opinión ya tendría.
Una llamada intempestiva a la puerta la sobresaltó, era el técnico del ascensor que pasaba por su ático para ir a la azotea. Un hombre joven y apuesto, moreno y con enormes ojos verdes. Vaya, pensó, no me lo imaginé así. El tipo, educado y agradable cumplió con su trabajo y se fue, no sin antes advertirle que mañana tendría que volver.
A la mañana siguiente volvió muy temprano, subió a la azotea y en menos de una hora había terminado lo que vino a hacer, ella, tranquila y educada, le invitó a tomar algo ya que había terminado tan pronto, a lo que él aceptó. Compartieron una agradable conversación y anécdotas a cada cual más entretenida.
Lo invitó a almorzar y aceptó encantado. Se vieron en varias ocasiones y la conversación y los momentos íntimos iban unos tras otros, como encadenados entre sí. Cuando ya había pasado un tiempo prudencial, Marina se sintió con el derecho de preguntarle por su familia, la respuesta de él por triste hizo que se conmoviera, pues desde hacía cinco años era viudo, un fatal accidente de coche había matado a su mujer. Nunca tuvieron hijos y después de aquello lo agradeció.
La relación se estrechó de manera natural, se veían siempre en casa de Marina y la terraza como testigo de su amor.
Pero había algo que Pedro no sabía como decir, él era lo que llamamos muy callejero, le gustaban las salidas y ver el mundo, contactar con gente, estaba claro que Marina no estaba por la labor, lo habían hablado en varias ocasiones y ella se negaba sistematicamente, decía que lo que tenía que ver ya lo había visto y no le apetecía salir, que se aburría y deseaba volver a casa y a su terraza.
Pedro empezó a salir sólo con sus amigos o amigas y pasados unos meses dejó de llamarla.
No le sorprendió, ya que la causa de separación entre sus parejas y ella era siempre el mismo...la terraza.
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