viernes, 9 de septiembre de 2011

El dilema.

                                     Mi intención era terminar con su vida lo antes posible. No podía soportarla a mi lado ni un día más. 
                          Caminé con rapidez hacia donde encontraría a la  persona que  me iba a  ayudar. Las once de la noche no era una hora extraña para tocar a su puerta. En un extremo de la ciudad, la casa  hablaba de la vida de su propietario, un gran chalet que lo único que  dijo fue que en esa lugar se movía dinero. 
                            Al traspasar la puerta, tuve, una vez más, la certeza de que  era así.  Mucha madera oscura, cuadros de pintores de renombre, enormes ventanales y guardaespaldas por cualquier sitio que miraras. Pero eso no iba conmigo. Ella apareció como siempre, exultante en su belleza y vistiendo ropa cara. Demasiado oro, fue lo que pensé, pues orejas, manos y muñecas, no se privaban de nada. Mientras se acercaba, me dije que había hecho un buen trabajo de cirugía. Cambié su sexo en dos meses.
                             Hablé largo y tendido con mi amiga, al marcharme ya sabía lo que iba a  pasar. Ella misma se encargaría del "trabajito", así lo llamó y sentí un escalofrío. Dejó pasar una semana y pasó por mi casa, a visitarnos según dijo. Se supone que en ese momento yo abandonaría la casa, e iba a buscarme una coartada.
                                  Pero en esos días, las cosas entre mi mujer y yo, habían cambiado. Ella estaba más cariñosa y no tan absorbente como tiempo atrás, me confesó que estaba yendo a una psicóloga, que quería arreglar lo nuestro.
                                     Al ver entrar a la sicario, como siempre, vestida de color niebla, supe que la vida de mi mujer terminaría hoy. Pero yo tenía un dilema, había cambiado de opinión y con ésta persona no se jugaba.
                                  Supe que tenía dos opciones, matarla o dejar que fuera ella la asesina....    

                                 
                                     

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