jueves, 31 de mayo de 2012

Don Giovanni.

                                                              En un momento el restaurante se convirtió en un mundo enloquecido. Gritos, humo, gente llorando y hombres disparando, un caos en el que la única persona que aparentemente conservaba la calma era él. Don Giovanni permanecía quieto en su silla observando ese mundo enfrebecido. 
                              Tenía grupos y subgrupos que luchaban unos contra otros ignorando que la procedencia de todos era el mismo. Don Giovanni era un buen político y estratega. 
                                       No tenía aspecto de mafioso siciliano, alto y de buen porte no fumaba ni bebía, manteniendo un cuerpo atlético y joven a pesar de los años. Él era un aparte en la trayectoria de la mafia.
                                   Su crueldad no tenía límites y había escalado puestos con rapidez, todos le odiaban a la par que le temían.
                               Se levantó con lentitud mirando alrededor y evaluando los daños, un guardaespaldas herido y un camarero muerto, nada irreparable pensó mientras pasaba la mano por su pelo de color oscuro.
                              Se oyeron sirenas  a lo lejos, alguien habría llamado a la policía. Caminó hasta la puerta de entrada olvidando heridos y muerto. Su chófer era un buen profesional, se encontraba en su lugar, la puerta del coche abierta esperando. Órdenes estrictas del jefe, jamás debía moverse de su sitio de trabajo por muy siniestra que fuera la situación. Don Giovanni dejó entrever su admiración por aquel hombre rudo con un ligero movimiento de cabeza, solo él le  superaba en crueldad.
                                  En su casa se comportaba de manera amable aunque con rigidez, sólo una vez dejó entrever la violencia reprimida al enterarse que su mujer tenía un amante. Le dio una paliza por la que tuvo un aborto y  estuvo varios días hospitalizada.
                                 Era la hora del almuerzo y llegó a su casa con la puntualidad de todos los días,  ella no le perdonaba ni cinco minutos de retraso. Sus hijos ya estaban sentados a la mesa, las dos pequeñas, Jacinta y Carla, a un lado y Chiara, la mayor, en el otro. Le gustaba esa rutina diaria, cada uno en su sitio. Era como si el  orden de la mesa ordenara también su caótica vida, lo hacía sentir que las cosas se estaban haciendo bien.
                                  La chica de quince años, la mayor,  era su ojito derecho, la había criado para ser caprichosa y consentida y por contra, la muchacha crecía como una joven responsable y educada.
                             Pero Chiara estaba amenazada de muerte. Desde hacía dos años una mujer le enviaba cartas mensuales de venganza y odio, en donde primaba la muerte de su hija. Aumentó el número de guardaespaldas de la chica, tres hombres la acompañaban a todas partes, los mejores, dispuestos a morir por ella si era necesario. Les pagaba lo impensable, sabía que sólo así lograría fidelidad y que no se venderían a otro.
                              Pero la desconocida seguía enviando las malditas cartas, conocía la vida de su familia al dedillo y él terminó por reducir salidas y amantes, la extraña le indicaba lo que debía hacer para no matar. Había coactado su vida.
                            Todos los meses se aterrorizaba esperando la llegada de la misiva, en donde le contaba detalles de su vida familiar. Le había dicho el porqué de  ese odio visceral.
                               Don Giovanni había mandado matar a su único hijo.
                             Compartía con su mujer su angustia y malhumor, ella lo tranquilizaba y le aconsejaba bien. Después su mujer iba a la iglesia a pedir por su familia...                              
                                                ...también pedía por su hijo no nacido... y por su amante asesinado.
                                           
                                           




























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