viernes, 9 de septiembre de 2011

El pueblo antiguo.


                         La estrecha vereda que conducía al viejo pueblucho, era eso, tan angosta, que la vez anterior que estuve, me dije que la próxima iría caminando. Y heme aquí después de tres horas de camino, tan agotada que los metros que me faltaban para llegar, no creía que pudiera superarlos.
                           Me senté un rato en el césped del camino, mientras divisaba a lo lejos la casa de mis tíos. De nuevo, sin ganas me incorporé y diez minutos después, alguien gritaba mi nombre. Mi prima Montserrat me había reconocido a pesar de la distancia y se encargó, mediante sus gritos a contarle al mundo que había llegado.
                             A los pocos instantes, medio pueblo de menos de metro y medio estaba alrededor mío. Los quince ó veinte chiquillos que me rodeaban, eran hijos de los treinta adultos del lugar.  Mi tía Laura salió al momento, feliz de que alguien fuera de visita a su casa, la lejanía del sitio, no permitía que los visitantes acudieran a diario.
                                Minutos después ante una taza de café, le estuve contando como se encontraba el resto de la familia, yo era la comunicación que tenía con el mundo de afuera, como lo llamaba ella. Así que ya hacía años que me propuse ir aunque fuera una vez al mes, no quería que se sintieran tan aislados.
                               
                                  

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