sábado, 10 de septiembre de 2011

El secuestro.

Mariposa-Butterfly.jpg (500×598)  El día  de un azul claro, empezó a cubrirse con una fea capa de gris, al rato, la esperada  caída de lluvia  y la gente en la calle guareciéndose en los soportales. Yo hice otro tanto, en un zaguán de un hermoso edificio rojo, me metí sin pensarlo demasiado. 
                                    No supe el tiempo que pasó, sólo sé que en éste cruel momento, el peor de mi vida, al abrir los ojos, me envolvió una total oscuridad. Intenté moverme, pero no pude, las palabras no salían de mi boca, algo monstruoso me hacía permanecer quieta cuando no quería.
                             En ese instante, al no recordar los momentos anteriores, sólo había confusión en mi mente. Fue mucho después cuando me enteré que me habían secuestrado.

                      Me retuvo casi un mes en aquella casa, el edificio rojo que tanto me gustó. Aunque es bien cierto que no puedo recordar el momento en que me durmió con cloroformo y me subió al ático, si recuerdo con total nitidez los treinta días posteriores.
                          Al tercer día del secuestro, fue cuando me desató y me dejó salir de la habitación. Con dificultad, paseé por el apartamento, un piso de tres habitaciones con una gran terraza llena de plantas y una pequeña piscina. Mientras caminaba seguida por él, me di cuenta de que no había teléfonos, él llevaba su móvil siempre encima. Él, él, él, no lo podía llamar de otra manera porque nunca conocí su nombre, más tarde, cuando me encontró la policía, no lo quise saber. Me parecía que si me enteraba  era una forma indirecta de humanizarlo y él, no tenía corazón.
                          Me trató con reservas la primera semana, más tarde al ver mi buena predisposición, empezó a darme manga ancha, me dejaba estar por la casa casi todo el día e incluso me bañé en la piscina, comía bien y podía hacer ejercicio en un pequeño gimnasio que había habilitado en una de las habitaciones.
                               Observaba a mi alrededor, buscando el instante aquel en que podría salir corriendo de mi prisión. Pero él, lo tenía todo bien planeado, las cristaleras se abrían con llave, la puerta de la calle, siempre cerrada, el ático ocupaba toda la manzana, por más que tocara en una pared, nadie me iba a oír. 
                                 Entonces lo empecé a observar a él. Era un hombre frío y distante algo tímido y detallista en las cosas, llevaba un perfecto orden en toda la casa. Cuando estuve menos reacia a hablar, llegamos a mantener largas conversaciones, con el tiempo, me di cuenta el porqué de aquel secuestro y porque yo. Me lo contó casi dos semanas después, su madre había muerto hacía un año, y me encontró a mí, la sustituta.
                                   Sí, por que yo cumplo mañana los setenta años.


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