Me sorprendí a mi misma al darme cuenta de que hoy no había pensado en él. El día pasó, llegó la tarde y fue cuando lo recordé. Quizá lo hice porque era el momento en que tomábamos el café juntos en el jardín, era una como un rito que a los dos nos gustaba, comentábamos las incidencias del día y recargábamos pilas para continuar. Pero yo, continuaba haciendo lo mismo aunque estuviera sola, él desapareció de mi vida sin más explicaciones que las justas y yo, respetando su deseo, proseguí con la mía.
Dejé la pequeña taza sobre la mesita de hierro y me puse los guantes de jardinería, había mucho que hacer, tenía el jardín abandonado. Dos horas después, absorta en el trabajo, no escuché los pasos del intruso, un desconocido, abrió la cancela de mi casa y me llamó por mi nombre con voz insegura, me di vuelta con rapidez mientras me ponía en pie y le preguntaba lo que quería. Era el vecino nuevo, acababa de llegar a la zona y el casero que teníamos en común le había dado mis señas, asegurándole que le ayudaría en lo que hiciera falta. Venía a presentarse y a preguntarme un par de cuestiones domésticas sobre la urbanización.
Un hombre agradable, tímido y retraído, parecía desconfiar de la gente, se sonrojaba con frecuencia y en un par de ocasiones lo escuché tartamudear. Pensé que me agradaría tenerlo como vecino, pues me dio la impresión de ser colaborador si la situación lo requería.
Y así pasamos dos meses, casi no lo veía, pasaba mucho tiempo en su casa, las luces encendidas al atardecer, lo delataban. Aquella tarde en que tomaba café y se acercó a mi casa, lo invité, sin darme cuenta se convirtió en un hábito el que cada tarde merendáramos juntos. Resultó ser un buen conversador, una vez que cogió confianza y fue perdiendo su inicial timidez, era de lo más simpático y dicharachero.
El día en que para mi sorpresa, me besó, supe que de apocado y temeroso, le quedaba poco, al menos conmigo, que la comunicación establecida entre ambos, habían hecho de la persona que conocí otra totalmente distinta. En efecto, al sentirse correspondido, salió de su ser una personalidad desconocida, seguro y animoso, algo descarado, quizá un tanto insolente. Ese cambio tan brutal, fue como si conociera de repente a otra persona, pero me agradó sobremanera lo que vi, pues sinceramente...lo disfruté al máximo.
Y así pasamos dos meses, casi no lo veía, pasaba mucho tiempo en su casa, las luces encendidas al atardecer, lo delataban. Aquella tarde en que tomaba café y se acercó a mi casa, lo invité, sin darme cuenta se convirtió en un hábito el que cada tarde merendáramos juntos. Resultó ser un buen conversador, una vez que cogió confianza y fue perdiendo su inicial timidez, era de lo más simpático y dicharachero.
El día en que para mi sorpresa, me besó, supe que de apocado y temeroso, le quedaba poco, al menos conmigo, que la comunicación establecida entre ambos, habían hecho de la persona que conocí otra totalmente distinta. En efecto, al sentirse correspondido, salió de su ser una personalidad desconocida, seguro y animoso, algo descarado, quizá un tanto insolente. Ese cambio tan brutal, fue como si conociera de repente a otra persona, pero me agradó sobremanera lo que vi, pues sinceramente...lo disfruté al máximo.
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