No recuerdo siquiera el día de mi boda, si que me acuerdo de cuando partimos la tarta y de las lágrimas de mi madre, pero poco más. Parece increíble pero ni la entrada en la iglesia, ni la salida, ni cuando el cura nos casó, nada de eso se quedó en mi memoria, más bien, me abandonó para siempre.
Tampoco me parece raro, porque teniendo en cuenta el tipo de vida que me tocó vivir con aquel hombre, no es de extrañar. Viví lo que se llama hoy día maltrato sicológico al más alto grado, a todas horas y por cualquier nimiedad, ahí estaba él, con el insulto por delante, o cuanto menos echándome algo en cara y yo de tonta, dando explicaciones. En algunas ocasiones me preguntaba en donde había dejado mi orgullo, porque recuerdo que tiempo atrás lo tenía y era bien rápida para las respuestas, pero con este hombre, no se lo que me pasaba, pero lo dejaba que me pisoteara de una forma de lo más cruel.
Con el apoyo de mis hermanos, un día cualquiera tomé la decisión, de hoy no iba a pasar que yo me marchara de su lado, no podía seguir viviendo con aquel agobio y aquel tormento tan horroroso. Se lo dije y empezaron las lágrimas y el perdóname las cosas van a cambiar, yo soy otra persona y a partir de hoy y ....bla, bla, bla...
Pero no, aquel día me sentía fuerte, esas palabras las había escuchado tantas veces que ya era puro aburrimiento el volver a oírlas. Terminé de recoger mis bolsos y abandoné la casa donde tan desgraciada había sido, sabía que otro mundo mejor, me esperaba afuera.
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