lunes, 27 de septiembre de 2010

EL PRESENTE Y EL FUTURO

    El solar estaba sucio, pero encontró un hueco en el que quitando escombros de aquí y allá, lo podría dejar medianamente aceptable para pasar la noche. Era un solar grande, en varios sitios, se veían acumulados cartones y cajas vacías signo de que llegada la noche, sus propietarios llegarían. Casi prefería que fuera así, porque eso de estar sólo tampoco se le apetecía mucho, bueno todo dependía quienes fueran los inquilinos y como lo recibieran, pues a lo peor, lo echaban a cajas destempladas. Pero no fue así, los dueños de la noche empezaron a llegar según la oscuridad se cernió sobre la ciudad, nadie le prestó atención, algunos lo miraron con cara de pocos amigos y ahí quedó todo, el grupo de unos diez hombres, diseminados a lo largo del solar, se dispuso a pasar la noche. Una mas, entre las cientos que habían vivido entre escombros, oliendo lo desagradable de la vida y sintiendo en sus huesos el frío y el dolor que les imponía el lugar. A ratos oían las ambulancias del cercano hospital, o las sirenas de algún coche de la policía persiguiendo al delincuente de turno, era lo habitual, nadie se despertaba por eso. Y justo fue este último ruido, el que despertó a Antonio, quizá el coche pasó mas cerca o la poca costumbre de escucharlos. Así que se mantuvo ojo avizor esperando nosequé.  Al poco rato, oyó un frenazo pegado al solar, murmullos, voces calladas, movimientos, abrir de puertas y algo vino a caer a su lado, un bulto, algo pequeño, envuelto en papeles, el ruido del coche al partir y luego nada, de nuevo el silencio se apoderó de la noche.
            Miró a los demás, pero todos dormían a pierna suelta, sentía la tensión de sus músculos y sus ojos desorbitados, como para ver mas. Cautelosamente, se arrastró acercándose a lo que habían tirado por el muro, no veía casi nada, pero fue palpando el suelo hasta tocar algo, una especie de bolsa, era lo que  envolvían los periódicos. Con sumo cuidado, para no hacer ruido, lo desenvolvió y sacando la bolsita, la introdujo debajo de su viejo saco de dormir y encendió el mechero, entonces vio la hermosa pulsera de platino y brillantes que sostenía entre los dedos.
                Su vida no mejoró por eso, como alguien pueda pensar. Un indigente no puede cambiar por dinero tamaña joya, si la policía lo coge con esta en la mano, ni le preguntaría, robo y a la cárcel.  Así que durante muchos tiempo, guardo la pulsera, viajó con ella a diferentes países, a nadie se le ocurrió sospechar de un vagabundo harapiento y maloliente, así que pasados muchos años, un día Antonio pudo venderla, montar un negocio y cambiar de vida, el regalo caído del cielo del que nadie le pidió explicaciones, le había, al final, dado una realmente auténtica, sin palabras, pues le había solucionado su desgraciado presente y futuro.

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