lunes, 27 de septiembre de 2010

LA PASIÓN

           Lo envolvía el recuerdo de su sombra, la mirada tenue y brillante del amanecer que le sugería instantes de eterno placer. Cuando la noche se juntaba con el día, recordaba esos momentos en que creyó que soñar formaba parte de su vida, en que la veleidosa y noctámbula luna miraba sin pudor su delirio, memorizando hasta el último minuto, pues sería difícil volver a recordar una pasión tan intensa.
            Lo envolvía la mirada de los ojos grises, que en las madrugadas prometían vida eterna e inmortal, que en las noches claras de invierno, mientras el frío calaba los huesos y el alma se sublevaba, atónita, enfadada, ellos no prestaban atención a nimiedades, el mundo llevaba parado un rato, sólo pretendían que siguiera así el mayor tiempo posible.
             Lo envolvía el calor del  cuerpo de ella contra el suyo, tibio, a veces sudoroso, húmedo, en ocasiones tan brillante la piel, que parecía pintada, otras, de tan satinada, no admitía roce de mano humana por imperfecta.
             Lo envolvía si cabe, su espíritu en trance, su alma, el sentimiento de duda que  la embargaba. Lo envolvía ella toda, porque ese amor que sentía, ese fervor, esa impaciencia, esos momentos de calma y mesura, cuando la tranquilidad regresaba a sus almas atormentadas. Entonces sentía que el espíritu tranquilo los dejaba descansar y la serenidad y sosiego los acercaba un poco a la auténtica felicidad. 

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