Sentados en el borde del camino, los más viejos del pueblo veían pasar la vida sin entusiasmo. De alguna manera, esperaban la muerte. Sólo querían que al llegar, fuera rápida e indolora.
Suspiraban con frecuencia añorando tiempos pasados, avergonzados en ocasiones por lo que hicieron o dejaron de hacer. Los recuerdos se interponían una y otra vez, no dejando momentos para la paz y el retiro.
Cuando uno de ellos dejó de acudir a la cita diaria, supieron que a partir de ese día, uno tras otros, dejarían de de acudir al borde del camino, la hora de la despedida iba llegando.
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