La contemplación del cielo era una de mis mayores aficiones, recogí los bártulos, los guardé y después volví de nuevo al jardín. El segundo hobby que tenía era pensar, me sentaba comodamente en uno de los sillones y dejaba vagar mi mente. Me detuve un instante para escuchar los sonidos de la mañana de Domingo, sin los clásicos ruidos de coches y personas, se agradecían esos instantes de contemplación.
A lo lejos escuchaba el ladrar de un perro vagabundo y más cercano, algún sonido indefinible que cesó de pronto.
Pensé en mi amiga Olga, de pronto la eché de menos, no sabía de ella hacía tiempo y me detuve un rato a recordarla. Olga se caracteriza por no juzgar a nadie, creo que no sabe hacerlo. Hablar con ella es como si lo haces con un psicólogo, le puedes contar lo que quieras que no encuentras palabras de rechazo ni consejos. Simplemente, escucha con atención.
Dice que la vida pone las cosas en su sitio, que dejar fluir es lo principal, que cuando uno termina tomando una decisión, es porque ese era el momento, ni antes ni después.
Siempre estamos de acuerdo en todo, he aprendido mucho con ella, Olga... es una doctora en vivir.
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