viernes, 3 de junio de 2011

¿Una persona o...?

                Desfallecida y sin ganas de seguir durante mucho tiempo más caminando por el maizal, me paré entre los arrozales cercanos y recogí una serie de yerbajos que necesitaba. Pájaros parecidos a ruiseñores y otros distintos pero de inusual colorido, revoloteaban por los alrededores, formando un auténtico coro de ruidosos y cantarines gorgojeos que simulaban lo más parecido a una orquesta que se podía encontrar en estos lugares.
                   Cuando llegué a mi casa, deposité el cúmulo de hierbas que llevaba en la mesita de la entrada, y exhausta, me tumbé en el sofá del cuarto que llamaba de lectura. Al despertarme, casi habían pasado dos horas, la tarde había llegado sin que me enterara, me levanté despacio y salí afuera. La casa estaba hecha de madera como antiguamente, la rodeaba un porche de amplias dimensiones, en el que alguna vez se colocaron sillas, mesas y balancines y por ende del destino, nunca se quitaron.
                   Me senté en la silla más cercana con un café bien cargado a observar la fantástica puesta de sol. Uno de los remos en los que me solía sentar de niña, lo hizo un abuelo que jamás conocí, lo supe por escuchar las historias que nos relataba mi madre. Sujeto a las fuertes ramas de un grueso árbol, había durado varias generaciones en aquel lugar. Ahora, el viento movía suavemente la sillita y las cadenas ya oxidadas, emitían un siniestro quejido. Sentí un escalofrío al escuchar el ruido y entré de nuevo en la casa. 

                      Había cubierto los muebles antiguos del salón con viejas sábanas de flores descoloridas, solía sentarme a leer en un pequeño cuarto adyacente, en el que también instalé un televisor que nunca encendía, un aparato de música de los de aguja, también obsoleto, resistía el paso del tiempo en una esquina de la cómoda y sillones y alfombras formaban el mobiliario del lugar en donde pasaba la mayor parte del tiempo.
                                 Padecía de insomnio, muchas noches en que no podía dormir, los recuerdos de mi niñez y juventud, volvían de nuevo, entonces paseaba por las habitaciones de arriba, aspirando el olor mohoso de sus paredes y sintiendo que parte del pasado regresaba. Uno de los pasillos inmensos de la casa, tenía no se porqué, un gran espejo de pie, en donde a veces, durante el alba, veía pasar mi vieja figura arrugada y de pelo blanco, casi me asustaba al ver la imagen reflejada, entonces pensaba, que quizá algún día, la casa, estaría de nuevo habitada por personas y yo....
                                                               no me sentiría tan sola.





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