EL HOMBRE PERFECTO.

Empezamos una mañana de lo más normal, un día de oficina  como todos los de la  semana. Cuando al mediodía apareció en la puerta de entrada el cliente de las doce, todas las compañeras, entre las cuales me incluyo, volvimos al unísono la cabeza, aquello parecía un partido de tenis, pero el jugador valía la pena. Lo que mas llamaba la atención, era su espesa mata de pelo oscuro, daba ganas de meter la mano en ella y acariciárselo, alto, algo desgarbado y con esas maneras que tienen algunos hombres que no se lo creen. Se acercó a mi mesa, era la primera, apoyó las manos en ella y se inclinó ligeramente para preguntarme por alguien. Ojos marrón claro, casi verde oscuro, el resto de las facciones de su cara en perfecta sintonía, en determinado momento, una sonrisa amigable apareció en su rostro, dejó ver una fantástica hilera de dientes y una boca digna de un artista de cine.
                           Bajé la vista de puro avergonzada y me topé con las manos que seguía manteniendo en la mesa, ¿ es que no tenía ningún fallo aquel hombre ?  Porque eran unas manos largas y con unos dedos de pianista, morenas de sol y donde daría gusto depositar un beso.
                               Le di las explicaciones necesarias y se fue. Pareció como si la noche hubiera llegado de repente. Suspiré profundamente, intentando concentrarme de nuevo en mi tarea.
                              Salimos a las tres como siempre, cuando llevaba tres manzanas de camino hacia mi casa, me impidió seguir el latir de mi corazón, pues lo estaba viendo en la próxima esquina, parado, como si me estuviera esperando, es mas, creo que me miraba sonriendo.
                                Así era, el hombre perfecto me estaba esperando, según dijo, también me encontró la mujer perfecta, de cualquier forma, formamos una pareja unida y feliz por mucho tiempo.