sábado, 4 de junio de 2011

Encerrados en la cueva.

                          Nos resultó complicado encontrar la salida, tanto fue así, que llegó un momento en que decidimos que lo mejor era quedarnos donde estábamos y esperar a que vinieran a rescatarnos.
                        Así pensamos y de común acuerdo lo decidimos todos. Ahora, que habíamos pasado casi diez años encerrados, no se si fue buena idea.
                           Cuando empezamos la trayectoria, nadie imaginó jamás el desenlace. Todos éramos especialistas, habituados a investigar cuevas, espeleólogos de lo mejor, pero nos pudo la ambición. Al encontrar aquel magnífico lugar, quisimos ir a más, la prudencia no fue precisamente lo que primó en el grupo. Y pasó lo que pasó. Cuando nos vinimos a dar cuenta de cual era nuestro futuro, este ya estaba echado, de por vida encerrados en aquel lugar.
                             Tuvo que pasar casi una semana y que las provisiones empezaran a acabarse, para también pensar en que nadie iba a venir a por nosotros. Éramos unas treinta personas, todos jóvenes y angustiados, pero luchamos por sobrevivir y lo conseguimos. La cueva era inmensa, por más que la recorriéramos, nunca terminábamos de llegar al final, parecía una ciudad bajo la tierra. Descubrimos algas comestibles y agua dulce, peces y moluscos también, de hambre y sed, no moriríamos.
                           Y empezamos a organizar nuestra forma de vida bajo el mar. Según fueron pasando los años, nos dimos cuenta de que no lo habíamos hecho tan mal, habíamos sobrevivido, pero con el tiempo, también nos dimos cuenta como hubo un cambio físico en nosotros.
                             A los más jóvenes, al poco tiempo, notamos como el grosor de su piel aumentaba y en unos meses, unas pequeñas aletas entre los dedos y algo parecido a escamas, formaban parte de ellos. Nos habituábamos al medio ambiente sin darnos casi cuenta, en poco tiempo, dejaríamos nuestra forma humana.
                            Pero ya estábamos habituados a esta nueva forma de vida, con el tiempo, nacieron niños que no conocían otra. Así, que cuando muchos años más tarde escuchamos gente cerca de la cueva, nadie dijo nada. De común acuerdo, imperó el silencio entre nosotros.


                               

                      

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