domingo, 5 de junio de 2011

Cruel confesión.

                         Sentada ante una mesa de formica, de esas baratas, estudiaba relajada, quizá se notaba un poco de crispación en las comisuras de la boca, que inconscientemente, fruncía de vez en cuando. Iba a la biblioteca todos los días, cuando la observé por primera vez, empecé también a acudir a diario. Era una mujer mayor, quizá rondara los cuarenta, pensé que casi me doblaba la edad, pero sentía por ella una extraña fascinación. No se en que momento empezó esa rara atracción, pero lo cierto es que mi pensamiento estaba cerca suyo las veinticuatro horas del día.
                       Me preocupé cuando aquella mañana la seguí hasta su casa. Sabía que estaba mal, pero la tentación era demasiado fuerte, necesitaba saber más de ella, de su entorno, de su vida. Vivía en una pequeña y solitaria casita de las afueras, un jardín de escasas dimensiones rodeaba la casa, la vi pasar muchas horas dedicada a transplantar y cuidar sus flores. Me enteré también hasta de a la hora que  comía y que era vegetariana.
                        Según iba aumentando lo que sabía de su persona, más me gustaba y más vergüenza tenía cuando de lunes a viernes, a la misma hora, me sentaba ante su mesa a observarla. Un martes, tuve que irme más temprano de la biblioteca, dejé a mi amada entre sus libros y salí a la calle, una voz desconocida, me siseó, al volverme, el corazón me dio un vuelco, la que me llamaba era ella, pensé que se había dado cuenta de mis seguimientos y venía a mostrar su contrariedad.
                          Se acercó despacio, porque yo, fui incapaz de moverme, me estampó un sonoro beso en cada mejilla y me invitó a un café. Se me olvidó lo que tenía que hacer, en ese instante, sólo existían en éste mundo, ella y yo.  Se había dado cuenta de que la miraba y la seguía, pero para mi placer, no le pareció mal. Una invitación a su casa y dos días sin salir de ella, fue suficiente para darme cuenta de que creía haber encontrado a la mujer de mis sueños. La vi cómoda con una persona a la que llevaba tantos años, me sentí feliz, el día que me propuso vivir con ella, acepté encantado.
                        Pero unas semanas después, noté que habían cambiado cosas en nuestra relación, ella pasaba mucho tiempo fuera de casa y a horas un tanto intempestivas. Cuando se lo dije, una risa sarcástica e inesperada, inundó mi mente, fue la peor confesión que me han hecho. Mi amante, era prostituta.
                             
                           








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