domingo, 5 de junio de 2011

el hada mayor.


                  De tan sensibles y tiernas, tan sumamente mujeres, será por eso que siento una especial atracción por las hadas.

                     Siempre me parecieron extrañas, diferentes al resto del mundo, y no estaba equivocada, pues lo que ellas eran y hacían, parecía totalmente fuera de todo lo habitual. Así que aquella tarde de un frío día de otoño, partí hacia el bosque cercano a mi casa, lo hacía empujada por una especie de intuición ingobernable que hacía que mis pies se movieran hacia ese lugar.

                    En muchos momentos sentí lo mismo, pero esta vez era diferente, el instinto me hablaba de algo que en esta ocasión notaba como realizable. Caminaba acompañada de mis propios pasos que al pisar la hojarasca del sendero sonaban de una forma característica y singular. Y una vez que hube llegado al claro en donde las pude ver, me senté tranquilamente a esperar.

                       Faltaban unas horas para la medianoche, que es cuando ellas gustaban de salir, así que hice un rodillo con mi mochila y me tumbé. Al rato, escuché un suave llanto y pensé que me había quedado dormida, pero no, me acerqué con cuidado al lugar de donde provenía y la vi.

                         Lloraba encogida sobre si misma, sus manos alrededor de las rodillas, las alas caídas hacia atrás, todo en ella era auténtica tristeza. Al principio no supe que hacer, pero tomé una decisión con rapidez, no quería que sufriera sola de esa forma. Me acerqué despacio y sólo le dije, hola. Me aceptó como una más en seguida y me contó su triste historia. Tenía una de sus alas rotas, lo que suponía a los ojos de las demás, todo tipo de burlas.

                           La tomé bajo mi amparo, era hermosa y sensible, lloraba por lo perdido, el sentirse rechazada por las otras suponía para ella un auténtico dolor. Con una rabia incontenible esperé a que salieran sus compañeras, les hablé de esa forma como sólo sabe hacerlo la verdadera justicia. Vi la vergüenza en sus rostros y como cavilaban sobre lo acontecido.

                      Un color gris plateado inundó el claro mientras yo hablaba, apareció como por ensalmo la madre de todas ellas, el Hada Mayor. Recordó normas y dictó sentencia.

                               A partir de ese día, me convertí en un hada aún sin serlo, sólo tenía que acudir al claro a la hora que sabía, y ellas,acudirían en mi ayuda; con mi protegida  mantuve una intensa relación.

               Con el tiempo se convirtió en Hada Mayor por sus méritos.

                           


                                   


                    

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, gracias por dejar sus comentarios, prometo contestar a todos. Besos, Maca.