viernes, 18 de marzo de 2011

UN CIERTO ENTENDIMIENTO.

                    Subí sigilosamente los cuatro escalones que faltaban para llegar a mi casa, no quería ser escuchada por mi vecino, pues cada vez que me oía, salía a la puerta, decía él que a saludarme, pero me daba cierto reparo verlo allí todos los días. Era un hombre un tanto extraño y en ocasiones pensé que más bien parecía un sicópata, pues me miraba con una sonrisa que me hacía poner los pelos de punta.
                           Al vivir en una casa de dos plantas, compartíamos el mismo jardín, yo vivía en la primera y él en la segunda, pero el jardín pertenecía a ambos. Yo solía plantar, en el trozo que me correspondía, plantas olorosas y con flores y él,  rosales y cactus.
                                  Ninguno de los dos éramos demasiado hogareños, no pasábamos mucho tiempo en casa y los ratos en que estábamos, los dedicábamos a leer o ver televisión. Pero los fines de semana solíamos tener reuniones con amigos, juntábamos grupos de cinco a diez conocidos y entonces disfrutábamos hasta las tantas de la madrugada. Sabía que él hacía lo mismo que yo, porque al principio de conocernos, cuando todavía no me parecía tan raro y teníamos una cierta comunicación, me contó como le gustaba tantear en la forma de sentir y de discurrir de los otros.
                                   A veces habíamos tenido momentos en que incluso coincidíamos en nuestra forma de pensar, me sorprendía con descubrimientos parecidos a los míos y que para mi sorpresa, casi era tan sensible y franco como yo. Pero todo eso tuvo lugar al inicio de nuestra relación, porque en cuanto pasó el tiempo y lo vi un poco más extraño, me aparté lo más lejos que pude. Aun así, quedó un cierto entendimiento que el tiempo no borró, a pesar de que la soledad y el aislamiento por ambas partes lo intentó, sin conseguirlo.
                             

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