miércoles, 19 de enero de 2011

RENCORES, IRA, FRUSTRACIÓN.

                         Todos unificados en nuestros uniformes grises- azules, salimos del colegio como correspondía, en tropel, nadie distinguía a nadie, pero nosotros nos distinguíamos a todos. Deseaba terminar ese curso, sobre todo porque el próximo ya iría a la universidad y podría ponerme cualquier ropa, el hecho de tener que vestirme como los demás, me enervaba. 
                                Leía mi diario diez años más tarde y me daba algo de risa, aunque entendía la sensación aquella, el formar parte de una multitud sin quererlo. Pero hoy día, era única y yo misma, no pertenecía a ningún grupo como siempre había deseado, terminé mis estudios y trabajaba en lo que más me gustaba, la sicología. Pero aunque puse mi consulta privada y era autónoma en ese sentido, había otro en que no lo era, el emocional. Cuando nació mi hermano Pablo, cinco años después que yo, los celos hicieron mella en mí y hoy día no me había podido quitar aún aquella sensación de ira y frustación. 
                       Lo odié en el mismo instante de su nacimiento, a pesar de que era un chico estupendo, hice lo que pude por quitarme esa cruel herida que me hacía tanto daño, pero hasta hoy no lo había conseguido. Fue un verano que pasamos en la casa de mis padres, cuando se me ocurrió hacerle el comentario, la respuesta de él, fue mi gran sorpresa, pues mis mismas emociones, habían sido las suyas, los mismos dolores y sentimientos negativos, los había tenido él por ser el mayor. 
                       Nos entendimos y compartimos dolores y culpas, de alguna manera, se cerraron las heridas.

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