jueves, 11 de noviembre de 2010

EL SENDERISMO

                 Caminar tan despacio, no era mi idea de dar un paseo, el cansancio se apoderaba de mi cuerpo y deseaba correr ó por lo menos, trotar un poco. Pero a las personas con las que estaba caminando, no les podía pedir mucho mas, pues algunos eran tan mayores, que cualquier esfuerzo, podía suponer una enfermedad. Así, la caminata duró casi seis horas, aquel paso, con aquella calma y sosiego, era digno de gente de mayor edad. La noche se nos empezó a echar encima,  lo que en principio parecía un senderismo, tenía al guía totalmente fuera de sí, pues sabía lo que pasaría si un grupo desorganizado y mal controlado, con pocos medios, se encontraban en medio de la oscuridad.
                   Aún así, proseguimos la marcha lo mas deprisa que pudimos, las voces del guía, gritándonos a caminar más rápido, era el punto acuciante que teníamos por norte. Pero fue imposible, tanta gente mayor, a paso tan lento, no pudimos llegar a tiempo, la noche nos cogió de improviso y cuando nos vinimos a dar cuenta, no veíamos en donde poníamos los pies. Decidimos pasar la noche en una pequeña covacha que encontramos en el camino, por el móvil, llamamos a emergencias y les comunicamos la situación, mañana sería otro día.
                    Dormimos como pudimos, a la mañana siguiente, nos despertó temprano, la luz del sol, todos nos acercamos a la entrada de la cueva, el amanecer era realmente indescriptible, se veía la enorme bola naranja, rodeada de colores tan intensos que nunca ojo humano hubieran visto. No nos movimos de allí en mucho rato, disfrutamos del espectáculo durante mucho tiempo, después, con pereza y abandono, el paisaje cambió, se tornó en tonos pastel, se difuminó gradualmente, de una manera suave y etérea. Todos decidimos volver, en otra ocasión.

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