miércoles, 22 de septiembre de 2010

ELLA

                                     En el sillón de su cuarto pasaba las horas leyendo, viendo la tele, o hablando con alguna amiga. Era un sillón de color gris, jaspeado en los extremos, de una tela fresca que apetecía tumbarse, pues por mucho rato que estuvieras sentada, no notabas el calor, el resto de muebles y accesorios  los había comprado en rojo, gris y negro, formaban todos un agradecido conjunto de tonos que armonizaban entre si.
                            También  compró algunos adornos en  color caldero y verde oscuro, pues le parecía que la decoración necesitaba un punto diferente, algo de variación. 

                   Y en ese entorno, empezó a recibir Eva a sus amigos.

  Eran muchos y de diversas procedencias. Al principio no cobraba, era sólo divertimento, pero pasado un tiemp se dio cuenta de que aquello  podía convertirse en un negocio.
                         Así que, ni corta ni perezosa, arreglo una tarifa y empezó un negocio con su cuerpo. 

                      Le fue bien, pasaron años y años, cuando empezó  ya era mayor, tenía casi los cuarenta,  era una mujer guapa y de muy buen ver. Pero diez años más tarde, con cincuenta o poco más, ya no era lo mismo, su cuerpo no tenía el frescor de la juventud, y los hombres que acudían a sus servicios pretendían otras cosas.
                 Se empezó a dar cuenta  que el tiempo se le había echado encima, que ya no podía pretender lo que antes, el miedo hizo mella y no supo como reaccionar. 

                  El teléfono de su casa no sonaba y llegó un día  en que nadie llamó, entonces, desesperada, se lanzó a la calle, pensó que si otras lo hacían, ella también.
                    Ese fue el error de su vida, porque una vez que empezó de esa forma, siguió así y pasaron los años, alguien que la había conocido  de joven no entendía como había podido llegar adonde se encontraba ahora.

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