miércoles, 12 de diciembre de 2012

La soledad.

                                                                                           Un grillo se oía cercano mientras en la lejana montaña, un perro abandonado ladraba su pena. Pasó una guagua tardía o quizá demasiado temprana dejando una estela de ruido en los cerebros que quisieron escucharla. Y de nuevo, el mundo para mi sola o era que,...¿estaba sola en el mundo?.
                           Segundos de sensación, porque la ingrata compañía del camión de la basura duró casi diez minutos, en los cuales el grillo calló y cuando el camión fue en busca de otros a quien atormentar, el perro de la montaña ya no se oía.
                           En mi terraza, escuchaba nada sintiendo el dolor del alma, pues la soledad que me acompañaba en aquel momento me aislaba de todo lo que suponía humano o al menos vivo. Un cigarrillo que me solía escoltar en esos instantes tan aislados se retiró insociable pues decidió que no era momento.
                            Defendí con pacifismo ese trance, no  me apetecía sentir de nuevo el aislamiento del retiro.
                                Y así  pasé la noche, rememorando otras antiguas en que casi llegado el amanecer, solicitaba, sin artificio y humildemente, la compañía de un amigo.

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