El hombre que quería saberlo todo.

                              Este es un cuento de un hombre que quería saber cada vez más. 

                           Se instruyó a conciencia, vivía por y para el estudio. Pero veía que no avanzaba, que mientras mas sabía,  más cosas le quedaban por saber. 

                                Con el tiempo y según fue cumpliendo años, se dio cuenta de que la sapiencia no tiene límites, que necesitaría un tiempo del que no dispondría nunca y ya se estaba convirtiendo en un viejo.  La amargura le convirtió en un hombre triste y acabado, le había dedicado toda su vida al estudio y ahora se daba cuenta   de todas las cosas a las que no prestó atención. 

                                    Abandonó los lazos familiares en el camino, no tuvo mujer ni hijos porque el saber no se lo permitía, los amigos no entraron nunca en su manera de vivir.

                                Ese día caminaba meditabundo por las afueras de su pueblo, la cabeza inclinada y cargado de hombros parecía que había perdido algo.   Intentaba pensar, rememorar en su pasado en que momento dejó sus sentires y emociones para dedicarse a saber.  

                                A lo lejos una mujer tendía ropa en las afueras de su pequeña cabaña, llevaba un chiquillo sujeto a sus piernas y a menudo paraba para acariciarle la oscura cabeza, las voces de otros niños se oían desde dentro de la casa.

                                 Él se quedó un rato parado, mirando la bucólica estampa, el humo salía por la chimenea de la casita y más allá el marido partía leña para el cercano invierno. No sabía porqué, pero los dos sonreían.

                             Se le ocurrió acercarse, la mujer lo invitó a limonada y sin pensarlo mucho también ella y su marido se sentaron a compartir ese momento con él. Se les veía felices y parecían saber, solo el que sabe se puede sentir tan contento, pensó. 

                                      Cuando por la noche regresó a su casa, tenía respuesta a sus dudas.