miércoles, 5 de octubre de 2011

                                    Me senté en la sala de espera junto a diez pacientes más. Cada uno con su historia y su enfermedad, todos cabizbajos y algunos con un punto de tristeza en sus miradas. Dos señoras hablaban animadamente de sus nietos y otra más allá, preguntaba  no se qué sobre el médico. 
                     Acudía al mismo doctor hacía ya muchos años,  conocía bien mis problemas familiares y de salud. Y también el del resto de los pacientes. 
                  El sitio no era aséptico y frío como otras consultas, todos sabíamos del trato amable y personalizado que nos demostraban, así que el lugar se tornaba acogedor y amable a pesar de sus sillas de plástico y la pequeña mesa de formica. El médico hacía que eso fuera así. 
                      Nos dedicaba un tiempo que no tenía y siempre salía tarde del centro, pero sus pacientes se lo agradecían con elogios y mucho cariño.
                       Por eso el día que no acudió a la consulta, todos quedamos preocupados, algo malo tenía que sucederle. 
                         Dos meses más tarde falleció. La sala de espera se convirtió en un lugar inhóspito y gris.           

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