Me senté en la sala de espera junto a diez pacientes más. Cada uno con su historia y su enfermedad, todos cabizbajos y algunos con un punto de tristeza en sus miradas. Dos señoras hablaban animadamente de sus nietos y otra más allá, preguntaba no se qué sobre el médico.
Acudía al mismo doctor hacía ya muchos años, conocía bien mis problemas familiares y de salud. Y también el del resto de los pacientes.
El sitio no era aséptico y frío como otras consultas, todos sabíamos del trato amable y personalizado que nos demostraban, así que el lugar se tornaba acogedor y amable a pesar de sus sillas de plástico y la pequeña mesa de formica. El médico hacía que eso fuera así.
Nos dedicaba un tiempo que no tenía y siempre salía tarde del centro, pero sus pacientes se lo agradecían con elogios y mucho cariño.
Por eso el día que no acudió a la consulta, todos quedamos preocupados, algo malo tenía que sucederle.
Dos meses más tarde falleció. La sala de espera se convirtió en un lugar inhóspito y gris.
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