Sentada ante mi ventana al mundo miré el teclado con la indiferencia propia de lo conocido. Mientras paseaba la mano por él, me decía a mi misma vamos, empieza, una y otra vez pulsé algunas teclas para animar mis dedos, lo único que conseguí fue llenarme de rabia e impotencia.
Afuera la oscuridad azul de un pronto amanecer, dentro, la peor oscuridad posible, la del alma que busca y no encuentra.
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