Medio kilómetro más abajo de la cueva donde vivía, estaba el cementerio del pueblo, yo lo cuidaba los lunes y viernes, limpiaba las lápidas y quitaba las flores secas. Lo venía haciendo hacía ya casi cinco años. Era un trabajo como otro cualquiera, no me suponía ningún tipo de problema y no era para nada trabajoso. Pero aquel día, cuando empecé en ello, me di cuenta de que había algo diferente a días atrás, en una zona de la esquina derecha del cementerio, se notaba la tierra removida, lo que no había visto en otras ocasiones. Parecía como si alguien hubiera cavado una tumba y un cadáver estuviera enterrado en ese trozo de terreno. Me quedé mirando la tierra sin más, no había nadie a mi alrededor que me pudiera ayudar en esos momentos. Pensé que la única forma de averiguar si había alguien en esa tumba o no, sería cavar y buscar restos. No lo podía hacer durante el día, pues muchos ojos estarían mirando, pero según llegara la noche y oscureciera, me dedicaría a ello.
Y, efectivamente, eso fue lo que hice, a medianoche, salí de mi cueva y con una pala en la mano, me dediqué a cavar en el trozo en donde me pareció que alguien había enterrado algo. Una hora más tarde, encontré unos huesos, un esqueleto de un ser humano que recién llevaba poco tiempo de enterrado. Era una mujer y joven, no tendría más de veinte años.
Me puse nerviosa al ver que había encontrado algo, no supe que hacer, cogí el móvil y llamé donde la guardia civil para comunicarle el macabro hallazgo. Cuando semanas después y una vez hecha la auptosia y el adn, se supo que era la desaparecida hermana de una familia de alto standing de la zona, vivían dos kilómetros lejos del pueblo y la chica había marchado hacía ya casi dos meses. Todo el mundo pensaba que se fue con su novio, estaba claro, que no había sido así.
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