

Se pararon cerca del árbol y sin quererlo, escuché lo que decían. Hablaban de algo trágico por la forma como susurraban y los veía mirar hacia los lados, procurando que nadie los viera. Hablaban de como acababan de matar a un compañero de clase.
El sonido del teléfono seguía con la insistencia habitual, mientras salía de la ducha, pensé porqué no cortaban y llamaban más tarde, medio mojado, temblando de frío, empapé de agua el auricular mientras oía los gritos de mi hermana al otro lado. Que me llamara para decirme que se casaba, no me pareció que fuera para ponerse de esa manera, pero Clara era así, divertida y espontánea, para ella, casi todo era una fiesta y no lo iba a ser menos su boda. No quiso decirme quien era el novio, quedamos en vernos en un mes en la casa de mis padres.
Esa noche fue la pedida de mano, mi madre, tan clásica como siempre. Mi hermana, radiante, todos felices, mi padre sirviendo copas y los tres pequeños de la familia jugando a una maquinita en espera de que llegaran los invitados. Vinieron puntuales y entonces, mi hermana me enseñó la sorpresa que me había ocultado, Pedro, tu mejor amigo de la infancia, me cantó mientras lo empujaba hacia mí.
Creí que me daba algo cuando vi quien iba a ser el marido, el asesino del niño, uno de los dos amigos a los que escuché hablar bajo el árbol. La peor tragedia de mi vida y con la que no sé como pude vivir tanto tiempo. Allí estaba, abrazándome y llamándome cuñado.
Durante años me reconcomió la rabia y el odio, la culpa y el dolor me invadieron por no tener la valentía de denunciarlo y ahora, lo tenía allí delante mientras hablaba de su boda con mi hermana. Esa noche, después que hubo acabado la cena y las copas de rigor, lo invité a dar una vuelta.
Esa noche, en un callejón oscuro, lejos de la casa, simplemente....lo maté.
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