Martha fue mi mejor amiga durante muchos años. La diferencia de edad entre ambas era considerable, pues cuando nos conocimos, yo tenía cuarenta y ella veinte. Pero nos unía el tener las dos un hijo de la misma edad, tres años y eso es lo mas que puede unir a dos mujeres. Aparte, éramos las dos separadas, sanas, entusiastas de la vida y con aficiones parecidas, así que durante varios años, compartimos Domingos de niños y playa, tardes de parques y niños, fines de semana de yo me quedo con tu hijo y tu sales, etc. En fin, que nos convertimos en buenas amigas, porque aparte de esto, también estábamos de acuerdo en forma de pensar y de sentir y en muchas otras cosas. Me sentía feliz de tenerla como amiga.
Pero Martha conoció a Jaime y se fue lejos, con él y con su pequeño. Nunca se lo dije, incluso la animé a que lo hiciera, porque me pareció que era lo correcto, pero sentí que una parte de mí, se iba con ella, habíamos compartido tanto...
Y pasó el tiempo, cada una evolucionó según la vida le fue dictando. De repente, contactamos de nuevo, yo me encontraba emocionalmente mal, ella se ofreció a ayudarme, le estaré eternamente agradecida. Pero Martha había cambiado, yo también.
Ella, en su nuevo trabajo, se había convertido en una mujer fuerte y enérgica, con una gran capacidad para todo lo que fueran dificultades e impedimentos. Yo, con mis problemas de salud física y emocional, me sentía incapacitada para avanzar con la rapidez que quisiera, iba con una lentitud que quizá ella no entendía.
Pero yo, a mi amiga, siempre la recordaré con la que compartí tantos años de playa y tardes de parques, sin dinero, pero con sonrisas, se que en algún momento de nuestras vidas, retomaremos esos instantes y la época en que sentimos que éramos partícipes de un entrañable entendimiento.
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