martes, 18 de enero de 2011

ESOS HOMBRES QUE SIEMPRE AMÉ.

               Las almohadas de mi cama, estaban tan hundidas y arrugadas, que cuando me levanté pensé que allí había dormido más de una persona. Era imposible, porque ya hacía tiempo que no tenía pareja y que mis noches eran tan aburridas como inventadas. La penúltima vez que alguien compartió mi lecho (oh!, mi lecho!), fue Dionisio, si, se llamaba así, su madre tuvo la feliz idea de ponerle el mismo nombre que el de su padre, sin pensar que tendría que vivir en pleno siglo veintiuno con ese nombre. Pero él lo llevaba bastante bien, porque con la cara y el cuerpo que tenía, cualquiera hubiera llevado bien lo que fuera. Gimnasio a diario y comida sana, ahí estaba él, con el poco que la naturaleza le dio, que era mucho, no necesitaba más. 
                     Mantuvimos una "amistad" durante casi tres años, después de ese tiempo, se dedicó a otras cosas, no se muy bien exactamente cuales fueron, pero eso me dijo. Entonces, mis almohadas, quedaron absolutamente vacías, hasta que conocí a Julián.
                      Julián era el antítesis de Dionisio, parecía una rata de laboratorio y no supe bien que fue lo que me enamoró de él. Quizá su forma de expresarse o de intentar enseñarme cosas que yo nunca comprendería, su sonrisa y su manera de mirarme, eran en verdad encantadoras, me tenían atrapadas, pero había algo en su personalidad que era lo que más me atraía. Su cara, picada de viruela y su baja estatura, siempre me dio morbo, Julián, hubiera sido el hombre de mi vida, si él...no hubiera decidido lo contrario.

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