domingo, 3 de octubre de 2010

LA ONÍRICA UTOPÍA

                                              Me desperté en medio de un sueño, que debía de ser algo agradable, porque estaba sonriendo. Me envolvía una suave sensación de placidez, algo algodonoso y ligero me hacía sentir eufórica y alegre, lo que hacía tiempo que no pasaba. Disfruté de esa emoción durante un rato mientras daba vueltas en la cama, jugueteando con ese duermevela. 
                            Miré el reloj, era muy temprano casi de madrugada, no era habitual que me despertara a esa hora, pues el masajista y el servicio, no llegaban hasta las diez. Me levanté a hacerme un café. 
                    En la oscuridad del día, anduve a tientas hasta la cocina, dispuesta a prepararlo. Sorprendida, caminé con una velocidad que no era habitual en mí por las mañanas, mi cuerpo de sesenta años, no rendía al cien por cien, tenía que darme un tiempo para ponerme en marcha. Me alegré de sentirme tan ágil y dinámica, parecía como si la artrosis que me afectaba hacía años y me producía pequeñas incapacidades, hoy se hubiera tomado el día libre.
                               Con la taza de café en la mano, me acerqué a la terraza del salón. El día despuntaba claro y limpio, el paisaje era magnífico, el mar bajo mis pies y a lo lejos, un pequeño trocito de sol se anunciaba timidamente. La playa vacía a esas horas, sólo las gaviotas y  un hombre paseando a su perro. Me alegré de las ganas que tenía de darme un baño, cogí una toalla y bajé.
                             Nadé casi media hora hacía años que no lo hacía. Pensé que algo había cambiado en mí esa noche, mi cuerpo me permitía hacer cosas que hacía años había dejado atrás. Subí a casa a darme una ducha y al entrar en el baño, el enorme espejo reflejó mi imagen, me quedé parada mirándome. Algo me impidió gritar. 
                             Era yo, no cabía duda. Me acerqué despacio, pasos pequeños y sin ruido. ¿ Que me había pasado? Los años, esos que odiaba y que me mantenían en la consulta del especialista de estética durante días, habían desaparecido de mi cara. De mi cara y de mi cuerpo. 
                            Toqué mi rostro, pasé las manos por mi nariz, boca y frente, intentando comprender. Era yo, no cabía duda, pero mi imagen con veinte años menos. No entendía que había pasado. Era imposible rejuvenecer de la noche a la mañana. Tuve ganas de llamar a alguien que me explicara pero no sabía a quien, nadie iba a entender. 
                            No me podía apartar del espejo, me desnudé frente a el, la imagen no se correspondía a una mujer  mayor, el vientre plano, los muslos firmes, la celulitis había desaparecido, mis brazos tenían la turgencia de la juventud. Me vestí temblando, sentada en el salón, encendí un cigarrillo mientras intentaba por todos los medios tranquilizarme, tomé una pastilla relajante, el momento lo pedía.
                         Cuando una hora después llego la asistenta, me despertó el sonido de su llave, al levantarme, el dolor en una rodilla me hizo ralentizar la marcha, me había quedado dormida en el sillón, tenía una sonrisa tonta en la cara, que me hizo pensar que debía haber soñado algo muy intenso, la pena, es que ... nunca me acordaba de mis sueños.
                    
                          
                                                                                                      

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