Acercarme a aquella siniestra zona, no me produjo ningún tipo de emoción, siempre me habían gustado los lugares un tanto fúnebres, de hecho, los buscaba, así que el encontrar ese sitio fue un auténtico hallazgo. Desde pequeño frecuentaba parajes cuanto más lóbregos y sombríos, mejor, nadie sabía de este hobby mío, lo ocultaba al mundo que tenía claro, no lo iba a entender.
Así que me adentré en aquel oscuro bosque a investigar lo que había en su interior. Todo era una penumbra silenciosa en la que se apetecía caminar, por momentos las ramas de los árboles me golpeaban y hacía que tuviera que caminar medio inclinado, casi siempre sucedía lo mismo en los ámbitos boscosos a los que solía acudir. Un rato después, la impenetrable maleza empezó a dejar entrever unos tenues rayos de sol y pude incorporarme, pues la arboleda dejó pasar un sendero terroso, de difícil caminar. La tarde se me echaba encima e intenté buscar la salida, a veces no conseguía encontrarla, esta vez parecía ser una de ellas, pues una vez que hube andado hacia donde creía que estaba, me dí cuenta de mi equivocación.
No era la primera vez que pasaba la noche en el bosque, aun así, di varias vueltas más, sin resultado alguno. Abrí la mochila, saqué la linterna y la comida que llevaba y me conformé a esperar el amanecer. Pasar la noche no era complicado, en un terreno de un suave musgo, puse el saco de dormir, mientras estaba en ello, fue cuando sentí el primer revuelo.
Aunque estaba acostumbrado a la noche y a sus sonidos, aquel me pareció un tanto fuera de lugar, no bien lo hube pensado, cuando otro grito, esta vez más estridente, surgió de entre los árboles lejanos, a estos, empezaron una serie de ruidos que desconocía, a cada cual más trágico y diabólico. Sonidos de muerte, pensé para mí.
Me invadió un terror que no pude controlar, sin darme siquiera cuenta, había corrido hacia la linde del bosque, en la carretera, un coche que pasaba me llevó hasta mi casa. A partir de ese día, los lugares fúnebres y yo...fuimos los peores enemigos.
No era la primera vez que pasaba la noche en el bosque, aun así, di varias vueltas más, sin resultado alguno. Abrí la mochila, saqué la linterna y la comida que llevaba y me conformé a esperar el amanecer. Pasar la noche no era complicado, en un terreno de un suave musgo, puse el saco de dormir, mientras estaba en ello, fue cuando sentí el primer revuelo.
Aunque estaba acostumbrado a la noche y a sus sonidos, aquel me pareció un tanto fuera de lugar, no bien lo hube pensado, cuando otro grito, esta vez más estridente, surgió de entre los árboles lejanos, a estos, empezaron una serie de ruidos que desconocía, a cada cual más trágico y diabólico. Sonidos de muerte, pensé para mí.
Me invadió un terror que no pude controlar, sin darme siquiera cuenta, había corrido hacia la linde del bosque, en la carretera, un coche que pasaba me llevó hasta mi casa. A partir de ese día, los lugares fúnebres y yo...fuimos los peores enemigos.
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