sábado, 2 de octubre de 2010

Gloria, la chica autista.

       Había llovido, la tarde de Sábado silenciosa y taciturna, presagiaba tormenta. El mundo no se movía, la tierra había parado su girar diario pero al fijarnos bien, había alguien, en una casa lejana, que convertía aquel silencio turbador e inquietante, en otros instantes de locura. Si, porque la joven que allí vivía, no sentía como el resto, sus emociones eran intensas, sean del tipo que fueran. Si el sentimiento era de ira, los gritos, patadas y golpes, se oían por cualquier parte de la casa, a veces hasta en la calle. Por suerte, tenía unos padres que la adoraban, la querían hasta la saciedad, pero vivir con una persona autista, no era sencillo. Por momentos, Gloria se sentaba en la cocina ahí pasaba horas repitiendo frases, aprendidas en algún programa televisivo o simplemente, recitaba de memoria las páginas amarillas, era increíble para quien no conociera la enfermedad, pero para ellos, que llevaban quince años de convivencia, no les parecía nada extraño.
                          Gloria no tenía un autismo no demasiado severo, a veces reaccionaba como todos, luego volvía a su realidad.
                        El día que en medio de jadeos y frase repetitivas les dijo a sus padres que estaba enamorada, estos no daban crédito a lo que escuchaban sus oídos. El chico en cuestión, era también autista, lo había conocido en el colegio especial al que iban. También, como ella, era de un grado bajo. Sus padres que eran muy abiertos y permisivos, intentaron arreglar la situación, pudieron solucionarlo para que los dos jóvenes vivieran en un piso tutelado, pero con su propia habitación para los dos.
                         Primero y dada la edad de la chica, le hicieron una ligadura de trompas.
                  Fue la mejor decisión que pudieron tomar, se querían de verdad.

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