lunes, 20 de septiembre de 2010

LA AZOTEA

                                  Subió a la azotea de su casa despacio, llevaba en un brazo la cesta de  ropa mojada y con el otro se agarraba al barandal. Hizo lo de siempre, dejó la cesta en lugar seguro, después cogió un trapo que llevó a la pileta, lo empapó en agua y empezó a pasarlo por las liñas,  dejándolas limpias pues iba a tender la ropa.
                     Tenía la costumbre de tender siempre con un cierto orden, primero la ropa interior, después las sábanas blancas, lo último que tendía eran las camisetas y pantalones de los niños.                      
                          Baldear la azotea era importante, mantenerla limpia y sin restos de jabón porque había ocasiones en que solían estirar la ropa en el suelo y echarle algún tipo de añil para blanquearla. Así que cogió la manguera y acercándose a la pileta la  conectó, abrió el chorro y dejó salir el agua con toda su fuerza.
                   Limpió el piso dejándolo perfecto, se dirigió a los bidones que estaban al fondo, no parecían estar llenándose, así que se arremangó la falda y  subió a la pileta mas cercana, de ahí accedió al bidón que le tocaba y levantando un poco la pesada tapa de cemento, miró adentro, el agua no llegaba al borde, pero se oía el ruido al caer o sea que se iba llenando.
                Una vez comprobado esto y habiendo terminado su misión en la azotea, bajo tranquilamente a su casa.

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