sábado, 25 de septiembre de 2010

La dominación del alma.

                   Cuando vieron la luz cetrina del amanecer llegando condescendiente a través de las persianas entreabiertas, se despertaron de manera rápida y silenciosa, y sin siquiera intercambiar palabra, se vistieron con la rapidez fruto de la rutina, se dieron el beso cruel de la despedida y tomaron cada uno el camino de su casa.
                    Ella se fue con intenso dolor del alma que la subyugaba de aquella forma tan intensa, que era un sometimiento y una seducción imposible de evitar.
                  Él se marchó con la sensación de que hubiera querido pasar más tiempo con esa la mujer a la que cualquier rato le parecía poco, porque la dominación que ejercía sobre él era tal, que todo lo que fuera estar apartado de ella suponía un dolor insoportable.
               Llevaban años en aquella situación que de tan despiadada rayaba en lo inhumano, pero los dos seguían tolerándola, sabían que las necesidades de uno y de otro estaban cubiertas de esa manera.

           Vivían por y para los encuentros y desencuentros, y no hablaban nunca de cambiar las circunstancias;  desde el momento en que lo hicieran y se impusieran, la relación daría un vuelco y ya no sería lo que era, se acabaría el morbo que los hacía subsistir. Nunca hablaban de ese tema, sabían que era así y bastaba.
                          Pero la vida, marca sus pautas, años mas tarde él amaneció muerto en su cama.

                              En el calendario de la existencia una mujer desengañada; una amante que vivió para el resto de sus días... de los recuerdos.

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