La estrechez del atajo hacía que caminara con sumo cuidado, el pie de delante comprobaba con la punta que realmente había terreno, entonces el de detrás se animaba a pasar. Y así casi un kilómetro en el que tardé más de una hora en atravesar el sendero.
Iba todos los años con mi padre pero éste, se había separado de mi madre y las posibilidades de que me viniera a buscar eran escasas, ya tenía una nueva familia y esperaban un bebé.
Miré al cielo con la esperanza de que ya empezará a amanecer, pero aún se veía la enorme luna que había iluminado el paseo, grande y crecida parecía poder tocarla con la mano. A la vuelta de una enorme roca, me senté a esperar que los almendros fueran iluminados por los primeros rayos de sol de la mañana, era una imagen indescriptible, los tonos rosados y blancos de las flores, acusaban un suave color plateado en donde la luz parecía abrir sus flores.
Pensé de nuevo en mi padre y sin querer lloré, me hubiera gustado estar cerca de él. En ese momento fue cuando escuché alguien que gritaba mi nombre, me levanté y dando la vuelta al recodo, lo vi...
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